Barcelona
Tras dejar a sus niños en la escuela en Barcelona (noreste de España), Esmeralda Inglés va a tomar el desayuno en un pequeño comedor social donde varios voluntarios empiezan a colocar los adornos de Navidad.
Con 31 años y tres hijos, Esmeralda pasará el invierno con los alimentos que le proporcionan entidades de beneficencia, ya que el alquiler y las facturas del hogar absorben casi la totalidad de su escaso presupuesto.
Como ella, un centenar de personas acuden cada mañana al Centro Caliu, un pequeño comedor social gestionado por voluntarios en una parroquia del barrio humilde de Horta.
Después de tres años sin trabajo y agotado su subsidio por desempleo, Esmeralda tuvo que recurrir a la caridad, pero ni su familia ni la de su marido conocen su situación.
"Abro el buzón con miedo de encontrarme más facturas", dice, antes de añadir: "Hay veces que estamos una semana y media sin luz o sin gas porque no lo podemos pagar".
En su hogar, con tres niños de 10, 8 y 3 años y su marido, las facturas de agua, gas y electricidad suben a unos 100 euros mensuales a los que hay que sumar otros 600 de alquiler, explica.
Después de meses subsistiendo sin ningún tipo de ingreso, ella y su familia han encontrado un pequeño respiro al menos hasta Año Nuevo, ya que su marido ha encontrado un trabajo de jardinero por 800 euros mensuales durante noviembre y diciembre.
"Pero en enero se le acaba y entonces no sé qué vamos a hacer", dice con amargura.
Una encuesta de la compañía Intrum Justitia reveló que un tercio de los españoles se quedan sin dinero tras pagar sus facturas.
Ante esta situación, el Gobierno de la comunidad de Cataluña, donde vive Esmeralda Inglés, prohibirá cortar en invierno el suministro energético en los hogares más vulnerables. La misma medida fue rechazada en el Parlamento español por el partido conservador en el poder.
Tras salir de dos años en recesión, el Ejecutivo español de Mariano Rajoy celebra el inicio de la recuperación, aunque la tasa de desempleo es del 25,98% y una quinta parte de la población se encuentra en la pobreza.
"Imagino que para ellos la crisis ya se ha terminado. Suponiendo que alguna vez hayan estado en ella", ironiza Esmeralda en el centro Caliu.
Demanda en crecimiento. "Nuestro mayor éxito sería cerrar, pero desgraciadamente cada día tenemos más trabajo", afirma Josep Lluís Espunya, abogado de profesión y coordinador voluntario de la entidad.
Desde hace tres años, este centro ofrece comida, ropa e incluso ayuda económica para cubrir los gastos del hogar a cientos de personas necesitadas.
"Me costó mucho venir aquí a pedir ayuda. Te ves muy inútil: con 35 años y sin encontrar trabajo", explica Miquel Torrecillas, mientras sirve café en las diferentes mesas del centro.
Tras perder su trabajo de pintor y verse durmiendo en un cajero con su mujer, volvió a casa de sus padres y pidió ayuda al Caliu, donde ahora también trabaja como voluntario.
Su esposa y su hijo viven con su suegra en Zaragoza, a 300 kilómetros, donde intenta viajar cuando consigue el dinero suficiente para el autobús.
"Es difícil tenerlos lejos, pero yo quería mantener el niño al margen", confiesa.
Los hijos de Esmeralda también se mantienen habitualmente alejados del centro. Tras dejarlos en el colegio, ella acude al Caliu a recoger la comida.
Sin embargo, esta vez la acompaña la pequeña, enferma de varicela. Sentada en la falda de su madre, se toma leche con chocolate centrando las tiernas miradas del resto de beneficiarios.
"La mayor lo entiende todo. Pero los otros... Ahora llega Navidad y piden regalos. Entonces, ¿yo qué hago?", se pregunta Esmeralda que, pese a su situación, muestra una sonrisa que desprende optimismo.
"Soy madre de tres hijos. Si yo estoy amargada en mi casa llorando, se lo contagio a ellos. Y eso no puede ser".