Aylan Kurdi está muerto. Sus pulmones se llenaron de agua en lugar de oxígeno y su cuerpo dejó de funcionar por ello. Aylan Kurdi no murió en una cama suave y caliente de Kobane, su ciudad natal; su vida se agotó en la marea fría y violenta del mar Egeo.
Aylan Kurdi sobrevivió a bombardeos y ataques militares, pero no a un viaje en bote, un intento final y desesperado por encontrar un futuro mejor junto a sus padres y su hermano. Nada de eso ocurriría, porque su cuerpo inerte apareció la mañana de este miércoles frente a la costa de Turquía.
Aylan Kurdi tenía tres años y ahora está muerto.
La estampa de su diminuto cuerpo –camisa roja, shorts oscuros, zapatillas deportivas, piel morena y cabello corto– boca abajo contra la arena de la playa turística de Ali Hoca Burnu, en el litoral turco, es posiblemente la imagen más desgarradora de las miles –diarias– que genera el éxodo hacia Europa como consecuencia de la guerra desatada por el Estado Islámico en Siria.
Solo horas después de su tragedia, la fotografía de Aylan Kurdi ya le daba la vuelta al mundo. A su paso, generó indignación y vendió periódicos; provocó debates, polémica y lástima.
Tantas veces fue compartida la imagen en redes sociales como se escucharon comentarios que tildaban la fotografía de amarillista, de carroñera, de despiadada e innecesaria.
Zarpar a lo desconocido
El viaje de Aylan comenzó el martes por la noche, en la península de Bodrum, ubicada en el suroeste de Turquía. Su objetivo era alcanzar la isla griega de Kos.
Junto al pequeño viajaban su hermano Galib, de 5 años, su madre Rihan, de 35, su padre Abdulá. Esa noche de martes, la familia Kurdi abordó una barca inflable junto a otros dos jóvenes sirios desplazados por la guerra.
De acuerdo con la BBC, para hacerlo se habían puesto en contacto con un traficante de personas, quien les presentó a un turco dueño de las embarcaciones.
Fue así como los Kurdi zarparon con la esperanza de tocar suelo europeo, pero sin la certeza de sobrevivir al trayecto. Solo tuvieron que pasar algunos minutos para que el destino de los refugiados se torciera hacia la desgracia.
Cinco minutos después de abandonar la costa, el hombre turco dueño de las barcazas notó que las olas eran demasiado altas.
Es seguro decir que el hombre consideró que las barcazas no resistirían el viaje; más difícil es saber si en algún momento habrá tomado en cuenta las vidas que en ese momento dependían de él.
Es poco probable, sin embargo, porque pronto, sin avisar nada a los migrantes sirios, se lanzó al mar y escapó. No se le volvió a ver.
Los Kurdi habían quedado a su suerte, flotando sobre un mar violento.
Desesperado y empujado por el deseo de superviviencia, Abdulá Kurdi, el padre de la familia, se dirigió al timón de la barcaza, sin saber muy bien lo que debía hacer. Trató de dirigir el bote, pero una ola grande lo volcó y todos los tripulantes cayeron a las aguas.
Otros relatos cuentan una historia diferente: de acuerdo con El País , los Kurdi fueron detenidos por la guardia costera turca, quien pronto los liberó de nuevo.
“Nosotros mismos conseguimos un bote y empezamos a remar hacia Kos”, relató Abdulá al diario ibérico. “Después de alejarnos unos 500 metros de la costa, en el bote empezó a entrar agua y se nos mojaron los pies. A medida que aumentaba el agua, cundía el pánico. Algunos se pusieron de pie y el bote volcó. Yo sostenía a mi mujer de la mano. Las manos de mis dos niños se escaparon de las mías, intentamos quedarnos en el bote, pero el aire disminuía. Todo el mundo gritaba en la oscuridad. Yo no lograba que mi esposa y mis hijos oyeran mi voz”.
Las versiones son diversas pero el resultado es único: la familia Kurdi naugrafó en el agua oscura del Egeo, y allí todo era confuso. Abdulá nadaba y luchaba contra el terror de no encontrar a su familia.
De acuerdo con un artículo publicado por la BBC, y emitido por Teema Kurdi –tía de los niños, quien reside en Canadá–, Abdulá primero dio con Aylan, quien parecía estar bien; enseguida se lanzó en busca de su mujer y de su otro hijo.
Los encontró muertos a ambos y, cuando volvió a buscar a Aylan, ya el mar se había llevado a su hijo lejos, a donde él no podría seguirlo.
El futuro que pudo ser
Como Aylan Kurdi, su hermano y su madre, miles de migrantes han fallecido en su intento por escapar de la guerra en Oriente y encontrar una nueva, mejor vida en Europa.
De acuerdo con datos publicados el martes por la Organización Internacional de Migraciones, unas 350.000 personas se han desplazado en lo que va del año.
De ellas, 2.600 han perecido ahogadas bajo las olas del Egeo.
Sin embargo, el destino predilecto para los Kurdi no estaba en Europa sino en América.
Teema Kurdi dijo a BBC que gestionó una aplicación para que sus familiares pudieran unirse a ella en Canadá, como refugiados; la solicitud –que hubiera permitido a los Kurdi viajar directamente al país norteamericano– fue rechazada.
Su versión fue confirmada por un diputado local, Fin Donnelly, quien aseguró que fue él quien personalmente envió la solicitud de asilo de Kurdi al ministro de Inmigración, Chris Alexander.
La mujer también se había encargado de pagar una renta para ellos en Turquía, primer lugar al que la familia Kurdi migró.
Sin embargo, el trato discriminatorio al que eran sometidos los obligó a movilizarse y arriesgar el peligroso viaje que finalmente costaría la vida de los niños y de la madre.
Debate
La fotografía de Aylan Kurdi en la arena, siendo acariciado por las mismas olas que le quitaron la vida, ha dividido a la prensa –y al público– en dos.
Algunos medios han decidido utilizar la fotografía –o una muy similar, con el policía cargando al niño muerto en sus brazos–, mientras que otros han preferido ignorar la imagen por completo.
Bild , el diario de mayor circulación en Alemania –uno de los países protagonistas del conflicto migratorio, pues parece ser el indicado para recibir a la mayoría de refugiados–, publicó la fotografía en su última página, enmarcada en negro, acompañada por la leyenda: “Nosotros no soportamos estas imágenes que se han hecho habituales, pero queremos, tenemos que mostrarlas para documentar el histórico fracaso de nuestra civilización en esta crisis de refugiados”.
Mientras tanto, en Inglaterra casi todos los diarios de circulación nacional han publicado la fotografía en portada como un llamado de atención a una crisis mundial que no puede ser ignorada; acusan, además, la responsabilidad a la que está sujeta Europa como punto de eje en el conflicto.
The Independent , por ejemplo, abrió su edición con la siguiente pregunta: “Si estas extraordinariamente poderosas imágenes de un niño sirio muerto varado en una playa no cambian la actitud de Europa hacia los refugiados, ¿qué lo hará?”.
Nilufer Demir posiblemente no sospechó, antes de esta semana, que una captura suya suscitar discusiones en todas las salas de redacción del mundo. La mujer, fotógrafa de la agencia de noticias turca Dogan, fue quien realizó la instantánea.
“Cuando me di cuenta de que no había nada qué hacer para devolver a la vida a aquel niño, pensé que tenía que tomar su foto para mostrar la tragedia”, dijo a CNN. “Espero que el impacto de esta foto ayude a lograr una solución”.
Mientras la prensa y los políticos de la Unión Europea siguen discutiendo por descifrar cuál es la posición correcta a adoptar ante la crisis migratoria, el Egeo sigue siendo potencial tumba para miles de personas que, a la fecha, siguen escapando de una guerra que no pidieron y tocando las puertas de un continente rico que no sabe qué hacer con ellos.
Abdulá Kurdi, sin embargo, no tiene oídos para pleitos innecesarios.
Por ello, tiene muy claro lo que quiere hacer: “Voy a llevarme los cuerpos primero a Suruç –ciudad turca en la frontera con Siria– y luego a Kobane, en Siria. Pasaré el resto de mi vida allí”, dijo a El País .
Sobre la fotografía de su hijo, que sigue dando vueltas al planeta, que sigue generando voces de apoyo y de queja, de indignación y de alerta, agregó: “Quiero que todo el mundo vea lo que nos ha ocurrido en el país al que vinimos a refugiarnos de la guerra. Queremos que el mundo nos preste atención para que puedan impedir que esto les ocurra a otros. Que ellos –sus hijos y su esposa– sean los últimos”.
Aylan Kurdi está muerto y es culpa de la guerra, de Europa, del Estado Islámico, del mundo entero.
A sus tres años, Aylan Kurdi –y miles de desplazados más, cuyos nombres probablemente no conoceremos nunca– está muerto.
La culpa es nuestra.