FILE - Moments after the explosions, a youth runs past the victims and burning debris at the site of several bomb blasts in densely-occupied areas during the holy day of Ashoura, a Shiite festival, in the holy city of Karbala, Iraq on Tuesday, March 2, 2004. (AP Photo/Brennan Linsley, File) (Brennan Linsley Brennan Linsley)
Bagdad. Las costuras sectarias vuelven a tensarse en Irak. Desde el pasado diciembre, los sunitas vienen organizando manifestaciones semanales para pedir el fin de las detenciones arbitrarias, la anulación de las leyes antiterroristas y la puesta en libertad de sus correligionarios víctimas de esas normas que, aseguran, les afectan de forma desproporcionada.
Hasta ahora, el primer ministro Nuri al Maliki (chiita) ha logrado superarlas, pero cada vez hay más voces que alertan de que sin compromisos sustanciales esas protestas constituyen una bomba de relojería que puede devolver al país a la guerra entre confesiones que lo desangró entre el 2006 y el 2008.
“La comunidad sunita se siente excluida. Algunos sectores la han equiparado con el Baaz, de Sadam Husein, para apartarla de la dirección del país”, explica el presidente del Parlamento, Osama al Nujayfi, en la actualidad el sunita en la más alta posición del Estado.
Queja constante. “El primer ministro es responsable de esa política”, denuncia con firmeza. “Los manifestantes piden que se les deje participar en la administración del país”, añade al Nujayfi.
Las quejas no son nuevas. Desde el derrocamiento del dictador, los sunitas se han considerado discriminados. Pero el estilo autoritario de gobernar de al Maliki ha añadido leña al fuego.
Fuentes diplomáticas europeas reconocen que “ha marginado a los ministros sunitas, ha dado un carácter claramente chiita las fuerzas armadas y ha asumido el control directo del aparato de seguridad que es responsable de detenciones en masa, tortura y uso de cárceles secretas”. De ahí que esa comunidad, que se considera la principal víctima de esas políticas, insista en pedir cambios.
Las protestas son las más importantes y numerosas desde las que siguieron a la invasión del 2003. Cada viernes, a la salida de las plegarias, miles de descontentos en Faluya, Ramadi, Mosul y otras ciudades salen a la calle al grito de erhal (“vete”) dirigido a al Maliki.
Aunque el descontento con el primer ministro no se limita a los sunitas, las manifestaciones no han prendido ni en el sur chiita ni en el norte kurdo. Solo los sadristas (un movimiento político chiita crítico con al Maliki) han expresado algunas simpatías.
El problema es que también lo han hecho Al Qaeda y nostálgicos del régimen de Sadam. Eslóganes como “demos una patada en el culo a los safávidas”, como la propaganda del dictador equiparaba a los chiitas con Irán, y “vamos a tomar Bagdad” han alarmado a esa comunidad. También atentados como el del domingo antepasado en Basora, en respuesta a los cuales surgen rumores de nuevas milicias chiitas a las que Teherán estaría armando para un futuro conflicto sectario.
Al Maliki, tras acusar a los manifestantes de ser un “instrumento de potencias extranjeras”, también ha reconocido que algunas de sus reivindicaciones tienen fundamento y formado un comité para solucionarlas.
Este ha dado algunos pasos como poner en libertad a varios miles de presos, readmitir a 14.000 empleados públicos purgados por baazistas y volver a pagar las pensiones a 74.000 exfuncionarios de la época de Sadam. Pero sobre todo, el jefe del Gobierno ha pedido contención a las fuerzas de seguridad. No obstante, la muerte por disparos de la policía de ocho manifestantes en Faluya, a finales de febrero, y de uno más en Mosul hace 10 días, han llevado a dimitir a los ministros de Hacienda y Agricultura, ambos sunitas.
“Incluso si el Gobierno libera a todos los presos y los devolviera a todos sus empleos, los manifestantes seguirían diciendo que no ha satisfecho sus demandas porque no lo ha hecho de forma legal, a través del Parlamento, que es el representante del pueblo”, manifiesta Hakim al Zamili, diputado sadrista.
Al Zamili ha confirmado que el gran ayatolá Ali Sistaní, el líder espiritual de los chiitas, intervino por medio de sus representantes para que se atendieran “las demandas legales” de los sunitas. Pero advierte que “el Gobierno no ha puesto en práctica todas las recomendaciones y pautas” del respetado líder religioso.
“El Gobierno podría hacer más”, declaró recientemente el enviado de la ONU para Irak, Martin Kobler, en una entrevista con Associated Press. Fuentes de esa organización en Bagdad estiman que al margen de las reclamaciones políticas, en las que Naciones Unidas no entra, hay problemas de derechos humanos y de mera aplicación de la ley que exigen una respuesta inmediata.
“Las manifestaciones van a terminar beneficiando a los extremistas sunitas porque en las próximas elecciones [a los Gobiernos provinciales en abril] lo más probable es que los votantes castiguen a los políticos que han cooperado con Al Maliki, los considerados moderados, y en consecuencia los votos se vayan hacia otros más radicales”, afirma un observador occidental.
El peligro radica en que el enfrentamiento regional entre Arabia Saudí e Irán pueda explotar ese conflicto sectario, una posibilidad que muchos analistas dan por hecha con la caída de Bashar el Asad en Siria (donde los sunitas son la mayoría y mantienen vínculos familiares y tribales en Irak).
“Las bases sociales de la vieja insurgencia iraquí siguen intactas y son susceptibles a las intrigas saudíes. Todavía hay cientos de miles de soldados sunitas desmovilizados, incluido el cuerpo de oficiales, a los que irrita el poder chiita en Bagdad”, resalta el analista Brian M. Downing.
'Distinto de Túnez o Egipto. A las afueras de Ramadi, la capital de la provincia de Al Anbar, el corazón sunita de Irak, los manifestantes han instalado un campamento con medio centenar de tiendas a inspiración de las acampadas levantadas durante las revueltas que han sacudido Egipto, Bahréin o Yemen.
“Irak es distinto que Túnez, Egipto o Libia porque tenemos cierto nivel de democracia que permite las protestas y la libertad de expresión; por otro lado, somos más diversos, pero a diferencia de Siria, aquí los chiitas que están en el poder son la mayoría, no la minoría”, discrepa el diputado Haval Kwestani, del partido kurdo Goran (Cambio).
“Incluso si cae el Estado de la Ley [el partido de Al Maliki], el poder va a seguir en manos de la comunidad chiita”, constata Kwestani. “Los árabes sunitas tienen que dejar de soñar, no van a volver a mandar. Irán no lo permitiría”.
No obstante, Kwestani muestra su preocupación porque las protestas puedan hacer caer al Gobierno y eso abra la puerta a la interferencia de los países vecinos. En su opinión, la fractura entre sunitas y chiitas es más profunda que entre árabes y kurdos.
“Razón no le falta”, opina una profesora universitaria que observa con escepticismo y cansancio las disputas entre los políticos. “Si las cosas se ponen mal, los kurdos tienen su reducto en el norte y existe una frontera aunque sea difusa. Pero entre chiitas y sunitas no hay fronteras. Están mezclados en las ciudades”, apunta. Incluso en las familias.