Washington. Si un espectador poco informado presenciase por primera vez un debate entre los aspirantes a la nominación del Partido Republicano y otro entre los precandidatos del Demócrata, raramente pensaría que ambos grupos persiguen el mismo fin: salir elegido presidente de Estados Unidos.
La tarea que deberá desempeñar y los retos con los que se enfrentará el futuro comandante en jefe de Estados Unidos, serán los mismos, sea del partido que sea, pero las agendas republicana y demócrata difieren demasiado entre sí.
Entre los republicanos, están claros cuáles son los asuntos que más importan: combatir el terrorismo en casa, al Estado Islámico en Irak y Siria, modificar el sistema fiscal, desmantelar la reforma sanitaria impulsada por el presidente Barack Obama, lidiar con la inmigración y poner fin a la “inoperancia” gubernamental.
Para los demócratas, las prioridades también están claras: reducir las desigualdades económicas, regular la manera de operar de Wall Street, luchar contra el cambio climático, rebajar los costos de la educación superior, profundizar en los derechos de las minorías y aumentar el control sobre la tenencia de armas de fuego.
Estas son las cuestiones que con más insistencia han aparecido en los debates republicanos y demócratas, respectivamente, a las que más se han referido los candidatos en sus mítines y por las que más preguntan los encuestadores a los simpatizantes de cada formación.
“Tenemos que lograr que la economía funcione y que los ingresos aumenten para todos, incluyendo a aquellos que se han quedado atrás”, expresó en el último debate demócrata la exsecretaria de Estado y favorita a la nominación, Hillary Clinton.
“Lo que el pueblo estadounidense sabe es que tenemos una economía que está amañada, que los ciudadanos corrientes están trabajando más por salarios más bajos, que hay 47 millones de personas en la pobreza y que casi la totalidad de los nuevos ingresos y riqueza van al 1%”, lamentó su principal contendiente, el senador por Vermont, Bernie Sanders.
Cuestión socioeconómica. Sanders, autoproclamado socialista en un país donde esa palabra es rara avis y donde todavía despierta grandes recelos, ha sido en gran medida el responsable de que la desigualdad y el empobrecimiento de la clase media se hayan convertido en un tema capital de las primarias demócratas.
En el bando republicano, en cambio, esta es una cuestión que no ha llegado a plantearse en ninguno de los debates.
Y es que los conservadores, como los progresistas, tienen su libreta de temas fetiche, que aparecen casi sin excepción en todos los debates: inmigración, Estado Islámico y reforma fiscal.
El neurocirujano retirado Ben Carson es partidario de crear un tipo impositivo único entre el 10% y 15%, el senador Ted Cruz también propone un tipo impositivo único del 10% para hogares y 16% para las empresas, y la exdirectiva de Hewlett-Packard Carly Fiorina quiere reducir la complejidad del código fiscal a solo unas cuantas páginas.
El magnate inmobiliario Donald Trump propone rebajar la presión fiscal a todos los ciudadanos, eliminar el impuesto de sucesiones y reducir los tipos impositivos de los siete actuales a cuatro; del mismo modo que el exgobernador de Florida, Jeb Bush, plantea rebajas fiscales a los más ricos porque ahora pagan “una cantidad desproporcionada”.
Alguien que haya dado seguimiento al proceso de primarias será capaz de recitar casi de memoria todo lo anterior, puesto que ha sido pregunta obligada en los debates y tema recurrente en los discursos, pero probablemente tendrá más problemas para saber qué proponen exactamente sobre esta cuestión los demócratas.
En un país en el que la política está cada vez más polarizada, las primarias están reflejando tal grado de desconexión entre los espacios ideológicos de los dos principales partidos que lo único que se repite en uno y otro caso son los ataques personales.