Tegucigalpa. AFP. Con sus Galil y M-16 cruzados sobre los chalecos antibalas, unos soldados reciben órdenes en su guerra contra el crimen organizado, pero casi entre sus piernas, niños corretean en la algarabía del recreo: ¡Bienvenidos a la Escuela Ulloa!, un cuartel militar al oeste de Tegucigalpa.
“Muchas de las amenazas que mandan los mareros (pandilleros) para atemorizar y extorsionar se hacían desde acá. Cada niño es un hogar. Por eso estamos aquí”, explica Carlos Martínez, quien comanda el contingente apostado en la Escuela José Ángel Ulloa, en Comayagüela.
En la escuela, que funcionará como centro de votación en las elecciones del domingo, están instalados desde hace tres semanas 100 efectivos de la Policía Militar (PM), que desde allí salen a patrullar las callejuelas de barrios calientes en este territorio de la mara 18 en disputa con la Salvatrucha.
“El narcotráfico y las maras tienen AK-47, AR-15, granadas de fragmentación, lanzagranadas. Es una guerra contra el crimen organizado, que tiene poderoso armamento y organización”, añade Santos Nolasco, portavoz de la PM, en el patio donde unos pequeños saltan, otros miran curiosos a los visitantes y alguno apura un helado.
En el país del récord mundial de homicidios, la seguridad centró el debate entre los favoritos. El oficialista de derecha Juan Orlando Hernández promete mantener a los soldados en las calles y la izquierdista Xiomara Castro, esposa del expresidente Manuel Zelaya, sustituirlos por una policía comunitaria.
“La situación es difícil, a cada rato aparecen muertos. Ellos (los delincuentes) han invadido todo el territorio”, opina Sandra Vásquez, que mira desde afuera de un aula a su niño de ocho años, a quien acaba de llegar a clases.
En un costado de la entrada de la escuela, Aquilina Reyes, de 48 años, lava ropa en las pilas de un lavadero público. “Está bueno que hayan tirado los soldados a la calle. Hace ocho meses me mataron un hijo, lo bajaron de un bus, se lo llevaron y lo hicieron pedacitos. Tengo más hijos y no quiero que les pase lo mismo”, relata.
A barrios como en el que Aquilina vive, trataron de llevar sus promesas algunos candidatos, quienes no escaparon a la exigencia del pago del “impuesto de guerra” (extorsión) que cobran las maras, bajo amenaza de muerte, a comerciantes, conductores de buses y taxis, y familias enteras.
Hace 20 días mataron a un joven cerca de la escuela. Cuenta la maestra Luz Cárdenas que algunos niños lo vieron. “Les enseñamos a los niños que la seguridad es importante y que las armas son para defendernos de los enemigos que nos quieren hacer daño, no para autodestruirnos. ¡Primero Dios y después nuestras Fuerzas Militares!”, agrega la docente.