Son las 10:04 de la noche. El ruido de la música trepa 32 pisos e ingresa a través de las ventanas rotas de una habitación del hotel Mandalay Bay, en Las Vegas, Nevada. Es música country, interpretada por el cantante Jason Aldean, quien se presenta para las 22.000 personas que conforman el público asistente al festival Route 91 Harvest, que se lleva a cabo sobre el Las Vegas Boulevard, en el corazón de la ciudad.
El ambiente en las calles es festivo. Nadie podía imaginarse lo que estaba a punto de suceder.
Nadie salvo Stephen Paddock, quien tenía un plan trazado con aguda premeditación. Paddock: 64 años, apostador, profesional de bienes raíces, hijo de un ladrón de bancos. Durante los previos once meses, Paddock había adquirido –de forma legal– 33 armas de fuego, en su mayoría rifles. Luego, el 28 de setiembre pasado, rentó la suite en el piso 32 del hotel.
Ya antes, Paddock había hecho un ejercicio de observación del Festival Life is Beautiful, también en Las Vegas, pero ahora estaba preparado para pasar del plan a la acción.
En una suite del piso 32 del hotel Mandalay Bay, Stephen Paddock cuenta con al menos 21 armas; 12 de ellas han sido modificadas para disparar con mayor celeridad. En torno a su habitación, coloca cámaras de vigilancia.
La música y el frío nocturno se cuelan por las ventanas rotas.
Son las 10:04 p. m. Dentro de 11 minutos, Stephen Paddock estará muerto y su nombre dará vueltas al mundo, en titulares de noticias, en discusiones políticas, en lamentos.
Su hermanó dirá a medios televisivos que “se siente como si nos hubiera disparado a nosotros, a su familia”. La policía encontrará a Paddock porque el humo que generan sus disparos encenderá la alarma contra incendios. Cuando las autoridades se acerquen a su puerta, algo que observará con sus cámaras de vigilancia, Paddock abrirá fuego y disparará 200 balas en cuestión de minutos antes de quitarse su propia vida. Pero, antes de que eso suceda, Stephen Paddock hará mucho más.
Son las 10:05 p. m.
Stephen Paddock abre fuego.
Historia a tiros
Con un saldo de 58 víctimas mortales y 489 heridos, el tiroteo de Las Vegas es, hasta ahora, el más mortífero en la historia moderna de Estados Unidos. Sin embargo, las estadísticas sugieren que ese título no lo ostentará por demasiado tiempo.
Antes de Las Vegas, el primer lugar le correspondió a la masacre del club Pulse, en Orlando, donde murieron 49 personas y 58 otras fueron heridas durante la noche del 12 de junio del 2016, a manos de Omar Mateen. Solo 15 meses fueron necesarios para que un solo pistolero acabara con más vidas.
No existe una sola definición de tiroteo masivo. El FBI califica así actos de violencia que involucra armas de fuego, en los que fallecen más de cuatro personas –sin contar al perpetrador–. El primero de ellos registrado en la historia moderna de Estados Unidos ocurrió el 1° de agosto de 1966, cuando Charles Whitman –antiguo miembro de los cuerpos de Marines– mató a su esposa y madre antes de subir 27 pisos hasta la cima de una torre en la Universidad de Texas; desde allí, disparó a 14 personas antes de que la policía lo abatiera.
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De acuerdo con estadísticas de la revista Mother Jones, el libro Mass Murder in the United States – Asesinatos masivos en Estados Unidos – y el periódico Washington Post , desde entonces han ocurrido 130 eventos en los que una persona ha abierto fuego contra una multitud. 948 personas han perdido la vida en esos ataques, lo que equivale a unos 8 muertos por ataque.
La víctima de mayor edad fue Louise De Kler, de 98 años, quien murió junto a otras siete personas cuando un hombre ingresó a un hogar de ancianos en Carthage, Carolina del Norte, y abrió fuego contra los residentes. La víctima más joven, por su parte, fue Carlos Reyes, quien murió el 18 de julio de 1984, en un McDonald's de San Ysidro, California. En esa ocasión, un hombre mató a 21 personas e hirió a 19, a quienes disparó con una Uzi –arma automática–, una escopeta y una pistola semiautomática. Reyes tenía ocho meses. Fue enterrado junto a su madre, Jackie, quien se lanzó sobre él para intentar protegerlo. No hubo caso: las balas alcanzaron a ambos.
Se han utilizado unas 271 armas en esos ataques; cada una fue utilizada para matar, en promedio, a unas tres personas. Cada atacante cargaba unas tres. El terrorista de Las Vegas tenía al menos 10. Si bien no se conoce el origen de todas las armas utilizadas en estos ataques, las cifras sobre las que sí es posible rastraer son estas: 164 fueron obtenidas de forma legal, 39 de forma ilegal. El arma de elección más popular es la 9 milímetros: una pistola liviana, de bajo costo y fácil de ocultar.
134 personas han llevado a cabo estos ataques. Solo tres fueron mujeres.
Por supuesto, estos datos hablan solo sobre los eventos de mayor fatalidad: aquellos en los que una multitud distraída es atacada por un criminal con armas de fuego en su poder.
Estos actos constituyen menos del 1% de los incidentes con armas de fuego en el país norteamericano. De acuerdo con Gun Violence Archive (Archivo de la violencia con armas de fuego), en lo que va del año han ocurrido 47.095 incidentes y han muerto 11.779 personas; de ellas, 551 eran menores de 11 años.
El domingo, cuando Stephen Paddock abrió fuego contra el público asistente al Festival Route 91 Harvest y mató a 58 personas, era el día número 271 del año; para ese momento, se habían llevado a cabo 273 tiroteos con más de un fallecido.
Cultura de armas
En pocos países del mundo, sobre todo aquellos industrializados, se puede hablar de una cultura de armas; en Estados Unidos, sin embargo, en el 40% de los hogares hay al menos un arma de fuego, de acuerdo con una encuesta del Pew Research Center llevada a cabo este mismo año.
Eso equivale a unos 270 millones de armas en un país habitado por alrededor de 300 millones de personas; la estadística casi es un número cerrado: cerca de un arma por persona. Ningún otro país del mundo siquiera se acerca a esa cifra.
Si bien la población de Estados Unidos equivale al 5% de la población mundial, en ese país se desarrollan el 31% de los tiroteos masivos del planeta. El 64% de los homicidios en el país está relacionado a incidentes con armas de fuego, según el FBI.
Además, Gun Violence Archive fija en 22.000 el número de suicidios en Estados Unidos que se llevan a cabo con un arma de fuego, un número ocho veces más alto que el de los demás países desarrollados, de acuerdo con el American Journal of Medicine – Revista estadounidense de medicina –; es decir, que el 50% de las muertes anuales por armas de fuego son suicidios.
Más mujeres mueren por armas de fuego en Estados Unidos que en cualquier otro país desarrollado.
Las estadísticas, a este punto, se vuelven predecibles pero no por ello menos alarmantes.
¿Por qué, entonces, el país más poderoso e influyente en la historia de la humanidad sigue siendo víctima de su propia cultura de armas?
Discusión
El debate sobre la libre tenencia y portación de armas nació con el propio país. En 1791 se ratificó uno de los textos legales más controversiales en la historia humana: la Segunda Enmienda de la Constitución Política de Estados Unidos.
El texto a la fecha reza así: “Siendo necesaria una Milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar Armas, no será infringido”.
La interpretación de ese texto legal ha sostenido una lucha de poderes políticos que ha dado pocos resultados para quienes se oponen a la libre posesión de armas.
En 1837, el estado de Georgia fue el primero en prohibir algún tipo de arma: las pistolas de mano. La ley fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Estados Unidos. Tuvieron que pasar 90 años para que el país viera algún tipo de regulación con respecto al tema: en 1927 se prohibió enviar armas a través del correo.
En un período de 34 años –entre 1934 y 1968– el Congreso aprobó algunas medidas de restricción en el tema: se reguló la manufactura, venta y posesión de armas automáticas; se hizo necesario obtener una licencia (de un dólar anual, en 1938) para vender armas y se prohibió la venta a personas con registro por crímenes violentos, entre otros.
Sin embargo, los controles en varios estados han permanecido históricamente laxos.
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Mientras Stepehn Paddock disparaba desde el piso 32 del hotel Mandalay Bay contra el público de un concierto de música country, Caleb Keeter –guitarrista de una de la Banda de Josh Abbot– y otros miembros del equipo recordaron que, en el bus de la banda, había armas que, de acuerdo con la segunda enmienda, servirían para ejercer legítima defensa contra el atacante.
Keeter, vía Tweeter, sin embargo, se percató de que esas armas eran inútiles. “No podíamos tocarlas por temor a que la policía pensara que teníamos algo que ver con la masacre y abrieran fuego contra nosotros”, escribió el músico, quien dijo haber sido defensor de la posesión de armas toda su vida hasta entonces. “Una ciudad completa, con oficiales de policía dedicados y valerosos, fue desolada por un solo hombre con acceso a una cantidad demencial de armas de fuego”.
El país, escribió Keeter, “necesita control de armas AHORA MISMO”.
De acuerdo con cifras de la empresa encuestadora Gallup, poco más de la mitad de la población de Estados Unidos comparte su posición.
Incluso, de acuerdo con el Pew Research Center, varios miembros republicanos del Congreso –cuyo partido históricamente se ha opuesto a los controles sobre la posesión de armas– están abiertos a algunos controles, como la prohibición de armas de asalto, el libre acceso a armas por parte de personas con registros criminales y problemas mentales, y la instauración de mayores controles sobre la venta en ferias de armas.
Nada de eso, sin embargo, ha facilitado el debate con miras a encontrar una solución que detenga la hemorragia en Estados Unidos.
La defensa de los poderosos
“El ataque de ocho años a las libertades que les garantiza la Segunda Enmienda llegó a su rotundo final. Me enorgullezco de haber sido el candidato presidencial en recibir con mayor rapidez el apoyo de la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Ustedes me apoyaron a mí, yo los voy a apoyar a ustedes”.
Las palabras las pronunció el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el 28 de abril del 2017. Lo hizo en un evento organizado por la NRA; Trump fue el primer mandatario en 34 años en asistir a la convención.
Exactamente 157 días más tarde, menos de 24 horas después del atentado de Las Vegas, Sarah Huckabee Sanderes, secretaria de prensa de la Casa Blanca, dijo que aquel no era “un momento para debate político”.
Sí era un momento, sin embargo, para que la industria de las armas de fuego se beneficieran económicamente. De acuerdo con el New York Times , en la mañana posterior a los ataques en Las Vegas, las acciones de las compañías que producen y venden armas de fuego en Estados Unidos subieron de precio, una tendencia que se ha sostenido históricamente como réplica a los tiroteos.
El fenómeno ocurre porque las ventas de armas suben en los días posteriores a los ataques, ante el temor del público de que finalmente se ejerzan mayores controles sobre la venta y posesión de armas de fuego. Las compañías aprovechan esta alza en las ventas para maximizar sus ganancias en la bolsa.
Cuanto mejor sea la salud financiera de la industria bélica, más se beneficia la NRA, organización que lidera la carga contra los controles sobre la venta y posesión de armas en el país.
De acuerdo con Business Insider , entre el 2005 y el 2013, la NRA recibió $52,6 millones en donaciones de parte de la industria de las armas; además, la asociación facturó $20,9 millones en publicidad de parte de esas mismas compañías productoras.
La publicidad aparece en el sitio web y las publicaciones mensuales que llegan a los cinco millones de miembros de la NRA, componen una comunidad activa que constantemente se manifiesta ante los gobiernos locales en contra de cualquier proyecto de ley que busque proponer controles sobre las armas; la NRA también se encarga de propiciar esa movilización social.
El círculo, entonces, se completa así: las compañías que producen armas financian a la NRA, que se encarga de ejercer presión social y política para que las leyes sigan siendo laxas en torno a la facilidad que tienen las personas para comprar armas, lo que genera más ingresos para las compañías. Y, cuando hay un tiroteo, las ventas mejoran, las acciones suben y todos ganan salvo, pues, las personas cuyas vidas quedan desgarradas por una bala vendida de forma legal.
Cuenta regresiva
El 14 de diciembre del 2012, Adam Lanza, de 20 años, entró a la escuela primaria Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, y abrió fuego. Murieron 26 personas. 20 de ellos eran niños entre los seis y siete años de edad. Cada víctima recibió unos tres disparos de un arma automática; es decir, son balas que no atraviesan un cuerpo, sino que producen una explosión dentro de este. Es poco probable que los restos de un niño sean siquiera reconocibles después de un ataque así.
El 12 de junio del 2016, Omar Mateen, de 29 años, ingresó al club Pulse y mató a 49 personas. Un año más tarde, Stephen Paddock mató a 58. Y antes fueron 32 víctimas en la universidad de Virginia Tech, 23 en Killeen, Texas; 21 en San Ysidro, california; 14 en la Universidad de Texas; 14 en San Bernardino, California; 14 en Edmond, Oklahoma.
Cada vez que ha ocurrido uno de estos ataques masivos, los políticos estadounidenses que se oponen a los controles a la venta y posesión de armas han dicho que no hay forma de probar que las leyes salven vidas y que los ciudadanos tienen derecho a la legítima defensa. Mientras tanto, en todos los demás países desarrollados, donde ya se han aprobado leyes para controlar o prohibir la posesión de armas, los índices de homicidios por armas de fuego han caído en picada.
Para Estados Unidos, el tema sigue siendo motivo de debate. Lo será también la próxima vez que un arma vuelva a poner de luto a la tierra de las oportunidades.
Todo indica que no falta mucho para que suceda de nuevo.