La Habana. AP Arropada por muchos de los países que le dieron la espalda tras la revolución hace cinco décadas, Cuba va por primera vez a una cumbre de las Américas, este viernes y sábado en Panamá. Empero, la enemistad entre Venezuela y Estados Unidos podría aguar la fiesta.
Venezuela, principal aliado ideológico y económico de la Isla, y EE. UU., potencia con la que comenzó el camino de la normalización de relaciones, se enfrentaron el mes pasado por la imposición de sanciones, por parte de Washington, a media docena de venezolanos, a los que acusa de violar los derechos humanos.
Además, declaró a Venezuela una amenaza para su seguridad nacional. El presidente Nicolás Maduro planea darle a Barack Obama millones de firmas de personas que le piden que revoque ambas medidas.
No es peligro. Desde Washington, el asesor adjunto de Seguridad Nacional, Benjamín Rhodes, rectificó el martes y dijo: “Estados Unidos no cree que Venezuela represente algún peligro para la seguridad nacional”. Las sanciones, agregó, “no son de una escala que, de alguna manera, pretendan atacar el Gobierno venezolano en general”.
No es probable que la retractación estadounidense relaje la posición de Venezuela, incluso tras la visita de un alto diplomático estadounidense, Thomas Shannon, que viajó ayer a Caracas a dialogar con Maduro.
“El enfrentamiento entre Estados Unidos y Venezuela ha ido estropeando el clima de distensión interamericana que debía distinguir la cumbre”, dijo el analista Roberto Veiga, coordinador general de Cuba Posible, centro de estudios no gubernamental.
Raúl Castro dejó en claro, hace un par de semanas, de qué lado están sus lealtades: “Es imposible comprar, seducir a Cuba, o intimidar a Venezuela”.
Nadie puede pretender –dijo el presidente Castro– que por negociar con EE. UU., la Isla deje de lado a sus tradicionales aliados políticos y económicos. Razones no le faltan: en los últimos 15 años Venezuela ha sido el principal socio comercial de Cuba y ahí trabajan miles de médicos y técnicos cubanos en programas sociales iniciados por Hugo Chávez.
isla deje de lado a sus tradicionales aliados políticos y económicos.
Cuba y Venezuela lideraron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que apoya a pequeños países de la región opuestos a la política exterior de Washington en Latinoamérica.
“La presencia de Cuba obliga a Venezuela a participar en la cumbre, entonces el bloque de gobiernos progresistas puede plantear, abiertamente, el retiro de la resolución de EE. UU. que declara a Venezuela un riesgo para su seguridad”, dijo el experto Eduardo Bueno, de la Universidad Iberoamericana de México.
Celebrada por primera vez en Miami en 1994, la Cumbre de las Américas quiso ser plataforma para lanzar el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), enterrada en el 2005.
El ALCA era un acuerdo de reducción de aranceles que, según sus críticos, significaba la consolidación del dominio económico de Washington sobre otras naciones.
Precisamente los países que enterraron ese acuerdo en la Cumbre de 2005 en Argentina, como Venezuela, Ecuador o Brasil, fueron quienes exigieron de manera vehemente el regreso de Cuba a la OEA, de donde se la expulsó en 1962 cuando el expresidente Fidel Castro declaró que el gobierno de la isla sería socialista.
En 2009, la OEA finalmente levantó las sanciones contra La Habana y en las siguientes cumbres, sobre todo la de 2012 en Cartagena, el regreso de la isla se convirtió en un clamor generalizado de todos los gobiernos de la región.
Cuba no aceptó volver a la OEA, pero en esta ocasión, atendiendo a los pedidos de los países, aceptó asistir a la cumbre que formalmente inicia el viernes 10 de abril.
“La presencia de Cuba resalta los cambios ocurridos en América Latina desde la elección de mandatarios dispuestos a implementar una política exterior independiente a la que impone Washington”, dijo el académico venezolano-estadounidense Miguel Tinker-Salas, profesor de Estudios Latinoamericanos del Pomona College, en Claremont, California.
Para Tinker-Salas la asistencia de Cuba a la Cumbre marcará el “fin de un discurso y una política fundada en la Guerra Fría”, pero no significará que Washington haya abandonado su política económica o militar hacia América Latina.
“Normalizar relaciones con Cuba e incrementar la presión sobre Venezuela ocurren en el marco de una nueva estrategia estadounidense donde de nuevo resaltan los intereses económicos y militares de Washington en la región”, agregó.
La inclusión de Cuba en la cumbre se da en el marco de un intento de deshielo entre Cuba y Estados Unidos, que anunciaron en diciembre un relanzamiento de sus relaciones diplomáticos rotas hace más de cinco décadas y de, eventualmente, el levantamiento del embargo que Washington impuso a La Habana para infructuosamente presionar por cambios en el sistema político de la isla.
Las negociaciones comenzaron con fuerza en enero y febrero, pero en el mes de marzo se volvieron más lentas y las delegaciones se afianzaron en sus diferencias: La Habana quiere que Washington la excluya de una lista de países que patrocinan a grupos terroristas y Washington busca que sus diplomáticos se muevan, sin pedir las autorizaciones requeridas por la isla, en caso de que se abra la Embajada estadounidense en Cuba.
Rhodes dijo el martes que el proceso de excluir a Cuba de la lista estaba en su etapa final, que están a la espera de que el Departamento de Estado remita a la Casa Blanca su recomendación final, y que no espera que se anuncie la reapertura de las embajadas en la cumbre.
“Resulta importante estar atento al encuentro entre los dos presidentes en Panamá. Debemos observar cuidadosamente cómo se diseña y se realiza”, dijo el analista cubano Veiga, para quien de ello dependerá el nivel de confianza ganado entre las naciones.