En la ciudad abierta a todas las culturas y que privilegia como pocas la libertad individual y los derechos, se pasó una legislación en el 2006 contraria a todo esto.
Ese año, las autoridades prohibieron, por medio de una ley, a los restaurantes servir comidas con grasas “trans”.
Las “trans” son un tipo de grasa formada cuando el aceite líquido se vuelve sólido añadiendo hidrógenos. Esas grasas se usan para alargar el tiempo de vida útil de la comida y su sabor, un truco de la industria alimentaria responsable también por llevar a la boca de los clientes una de las peores sustancias para la salud de las arterias y el libre paso de la sangre.
La ley y los restaurantes cumplieron su objetivo: la ingestión de tales grasas bajó, indicó un estudio del Departamento de Salud e Higiene Mental de Nueva York publicado el 17 de julio de la revista Annals of Internal Medicine .
Los investigadores compararon 6.969 recibos de compra en restaurantes de comida rápida antes de regir la prohibición y 7.885 a partir del 2009 ya en vigor.
Los analistas fueron, a la hora de almuerzo, a 168 puntos de venta de 11 cadenas de comida chatarra. Allí pidieron a los comensales ver sus recibos de compra y les pidieron llenar una encuesta.
El descenso promedio en grasas trans por consumo individual cayó 2,4 gramos: de 2,9 gramos de grasas “trans” por compra a 0,5.
Además, el número de comidas que no tenían grasa “trans” subió a 59% tras la prohibición, en comparación con l 32% anteriormente.
La mayor caída se notó en cadenas de hamburguesas, comida mexicana y ventas de pollo frito.
El estudio sugirió que esas grasas “trans” tampoco fueron sustituidas por grasas saturadas (sebos y mantecas).
No obstante, el estudio afirmó que será necesaria regulación federal para librar a la Gran Manzana de la exposición a grasas “trans” de origen industrial.