Nacida en un medio adinerado y cultivado, de padre francés y madre rumana, la mayor de cinco hijas siguió el recorrido habitual de una joven de buena familia. Asistió a un instituto para chicas en Neuilly , se casó y solo aspiraba a cumplir un sueño: tener diez hijos.
Pero, una vez embarazada, no encontró prendas a su gusto, por lo que empezó a crear vestidos y suéteres ceñidos, vendidos en la tienda de su marido, en el distinguido distrito XVI de París. El jersey tuvo un éxito inmediato y llegó a la portada de la revista Elle : las mujeres se peleaban por llevarse uno.
Seis años después, en pleno Mayo del 68, Rykiel abría su primera boutique en el barrio latino. En aquel momento no sabía nada de moda, ni coser ni tejer, y las dudas la asaltaban a cada momento.
“Todos los días me decía a mí misma: ‘Voy a cerrar, porque no sé lo que hago, no lo sé en absoluto’”, confesaría años más tarde.
Tras dudar 10 años de dudas, Rykiel decidió apostar por el mundo de la moda. Una moda lejos de las tendencias, que ella concebía para una mujer activa, interesada por la actualidad mundial, “más bien intelectual” y libre, como las mujeres que en los años 70 acababan de tirar sus sujetadores y proclamar alto y fuerte que su cuerpo les pertenecía.
La creadora empleaba especialmente el punto “por la ternura, la dulzura”, el terciopelo y las lentejuelas.
Fue Rykiel quien lanzó las costuras al revés, el “nada de dobladillo”. Hizo del negro el color de la feminidad y la seducción, y convirtió en célebres sus jerséis de rayas multicolores, decorando sus prendas con motivos o palabras en lentejuelas.
También preconizó la démode , invitando a las mujeres a rechazar los diktats de los diseñadores para crear su propio armario, adaptado a su cuerpo y a su personalidad.