El comentario sería uno de tantos que se oye en el país si no fuera porque David es un “escrutador”, uno de los cinco ciudadanos escogidos en sorteo por el Instituto Federal Electoral (IFE) para resguardar el sufragio en una mesa de votación en un barrio del este de la capital.
“Cierro la casilla, hacemos el escrutinio y entregamos al IFE las urnas. Ahí es cuando se hace el chanchullo (fraude)”, explica este hombre de 49 años, mientras sirve los platos con la parsimonia necesaria para platicar.
Un 71% de mexicanos considera posible un fraude electoral, precisó ayer un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Marcados por el pasado, muchos, como David, irán a las urnas cantando de antemano “transa” (trampa).
El “sospechómetro” mexicano se hipercalibró en estos comicios, en los que, según las encuestas, retornará al poder elPartido Revolucionario Institucional (PRI, opositor ), que sufrió una histórica derrota en el 2000 tras gobernar México durante 71 años.
“Cuide su computador, estos son rateros”, manifiesta Raúl Lara, un contador jubilado de 64 años, seguidor del Partido Acción Nacional (PAN, en el Gobierno), cuando husmeaba en una esquina un mitin del candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, en Toluca, 70 kilómetros al oeste de la capital.
Peña Nieto, de 45 años y quien según los sondeos saca hasta 17 puntos al izquierdista Andrés Manuel López Obrador, se presenta como miembro de una nueva generación, con una forma distinta de hacer política, de un PRI tachado de clientelista, corrupto y ducho en fraudes.
“A mí me tocó todo lo malo del PRI: intolerante y tramposo. Pasan arriba de su madre con tal de lograr su objetivo. Por eso creo que van a conseguir volver”, opina Elena Pérez, de 61 años.
Para calmar las aguas, los candidatos firmaron un compromiso de respetar el resultado, en medio de temores de que López Obrador no admita una derrota.