Una exclusiva con un prófugo de la justicia es como la manzana del Edén para un periodista: tentadora, atrevida, generadora de dilemas, con un desenlace incierto y un potencial de impacto incalculable.
La entrevista que el actor Sean Penn le hizo a Joaquín el Chapo Guzmán en octubre pasado, publicada en la última edición de la revista Rolling Stone, reavivó la controversia sobre cuán éticas son estas ofertas y cuánto se arriesga para lograr una primicia.
Penn no corrió los mismos peligros que enfrentan los reporteros mexicanos para informar sobre las últimas movidas en el ajedrez del narcotráfico.
El actor subió a una avioneta privada junto a la mexicana Kate del Castillo –protagonista de la narconovela La reina del sur–, recibió la promesa de que su vida no correría riesgo alguno y compartió un banquete con Guzmán, quien huyó de prisión en octubre de 2015 y recientemente fue recapturado gracias a las pistas que arrojaron sus reuniones con las estrellas.
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La entrevista levantó cuestionamientos sobre la eficacia de las autoridades mexicanas, al mismo tiempo que abrió una herida entre la prensa mundial. Sin duda, cualquier periodista haría todo lo posible por conseguir declaraciones de alguien como Guzmán, pero solo Penn lo logró.
En 2012, el reportero argentino Diego Fonseca había recibido una llamada de una editora amiga, quien le comentó que un cirujano plástico cercano al Chapo ofrecía la posibilidad de una entrevista con el líder del cartel de Sinaloa.
Aunque pudiese parecer inverosímil, Guzmán deseaba que se escribiera un libro sobre su vida y andaba en busca del autor. Fonseca, entonces padre de un niño de tres años, mostró anuencia, aunque con ciertas reservas.
"El inicio de la producción no tenía fecha fija porque dependía de cuándo Guzmán Loera quisiera o pudiera hablar. Cada uno de mis viajes sería a un aeropuerto a determinar, donde sería recogido por un grupo de hombres. No podía llevar teléfono celular ni computadora, el pasaporte quedaría con ellos y viajaría encapuchado a un destino incierto", relata el periodista en una columna de El País titulada Maldito seas, Sean Penn.
"En ese paraje remoto donde mi única compañía serían tipos armados con todo tipo de armas pero ninguna piedad, debería conversar con Guzmán Loera del tema que él quisiera, por el tiempo que fuera necesario y sujeto a su humor de mercurio" agrega.
Luego de meses de ansiosa espera, no volvió a tener noticias sobre la oferta del cirujano plástico. Al Chapo lo encarcelaron de nuevo en 2014, y después prefirió "regalar" su historia a la Rolling Stone.
No es insólito. La entrevista de Penn con el narcotraficante más buscado de México no es la única que ha levantado a su paso un polvorín de controversias.
Luego de meses de ardua insistencia o por azares del destino, narcotraficantes, dictadores, criminales y fugitivos de la justicia han accedido a contestar las preguntas de varios reporteros alrededor del mundo.
Sus declaraciones han estremecido a la opinión pública y han causado polémica acerca del dilema ético de llegar hasta donde los servicios de inteligencia no han podido acceder, en la búsqueda de los antihérores que huyen de la justicia.
Es entonces cuando recordamos las palabras del periodista Julio Scherer García en 2010, tras entrevistar a Ismael el Mayo Zambada, uno de los líderes del cártel de Sinaloa y socio del Chapo Guzmán: "Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy al infierno".
A continuación, conozca algunas de las "entrevistas clandestinas" más relevantes de las últimas décadas.
Muamar Gadafi
Oriana Fallaci será recordada por siempre como una de las periodistas más tenaces. En tiempos en los que las mujeres eran relegadas en el plano profesional, la italiana se enfrentó –sin el más mínimo resquicio de temor– al violento dictador libio Muamar Gadafi.En 1979, la excéntrica y controversial entrevistadora acudió a las oficinas de Gafadi en Libia, donde debió aguardar tres horas y media para que el jerarca la atendiera, según lo previamente pactado.
La espera enfureció a Fallaci, de acuerdo con lo que dos años después relató a Robert Scheer, de la revista Playboy. "Luego de una hora, yo sentía ganas de orinar, pero nadie me escoltó hasta el baño".
Fallaci no duró en expresar su enojo y tomó un ejemplar de la revista Who’s Who y la lanzó contra la pared, hasta que Gadafi finalmente accedió a recibirla en su despacho.
Con un tono retador, y en medio del inicio de la Crisis de los Rehenes en Irán, la italiana le lanzó una serie de preguntas sobre, por ejemplo, su "pequeño hobbie de financiar el terrorismo internacional".
Fallaci se atrevió a comparar al general con Benito Mussolini y le dijo a Gadafi que de haber vivido en los mismos tiempos que Adolfo Hitler, de seguro hubiesen sido grandes amigos.
Irritado, el dictador se atrevió a llamarla "ignorante" y le recomendó leer su Libro Verde, en el que describía toda su filosofía política.
"Por el contrario, ya lo leí. No me tomó mucho tiempo, ya sabe, 15 minutos como máximo. Mis polvos compactos son más grandes que su pequeño Libro Verde", le contestó la italiana.
Repudio. En la entrevista concedida por Fallaci a Sheer, la periodista dejó entrever su desprecio por la fuente. "Fue realmente aterrador. Gadafi está clínicamente enfermo, tiene algún padecimiento mental, es un idiota certificado. No puedes tratar con él", dijo.
"Deberías escuchar mi grabación. Durante 10 minutos pasó gritando: 'Yo soy el evangelio, yo soy el evangelio'. Fue terrible, porque él no se detenía. Su cara era como tan fuera de este mundo, que yo le di un empujón al fotógrafo para que captara el momento. Pero el fotógrafo estaba tan aterrorizado que ni podía mover sus manos, y el traductor estaba temblando también".
Sin embargo, ni por un momento Fallaci bajó el tono de su usual sarcasmo.
—¿Usted cree en Dios?
—Por supuesto. ¿Por qué me pregunta eso?
—Porque pensé que usted era Dios.
Norwin Meneses
No todos los narcotraficantes alcanzan la popularidad mediática de bravucones como Pablo Escobar y El Chapo Guzmán, pero el periodista Guillermo Fernández asegura que el nicaragüense Norwin Meneses tenía en Costa Rica y Nicaragua operaciones similares a las de ellos.Fernández era jefe de la primera unidad de investigación de La Nación en los años 80, y eventualmente fue coordinador general de la redacción del diario. En diciembre de 1986, el periodista publicó un artículo sobre la presencia de Meneses en Costa Rica, con declaraciones del narcotraficante.
Perseguir a Meneses era peligroso no solo porque era narcotraficante, sino por sus vínculos con la Administración para el Control de Drogas (DEA). Fernández sabía que, mientras Meneses era buscado por Estados Unidos por tráfico de drogas, el criminal tenía relación con agentes de la DEA de la embajada estadounidense en Costa Rica. Documentos en el poder de Fernández demostraron sus cualidades de informante para la DEA.
Fernández investigó las propiedades de Meneses en el país e hizo preguntas a quien pudiese ayudarle a dar con su paradero, hasta que un día lo encontró cara a cara en uno de sus inmuebles, cuya dirección nunca reveló por motivos de seguridad. Naturalmente, Meneses mintió sobre sus operaciones ilícitas, pero sí reveló que tenía varios negocios en Costa Rica y que aquí había venido luego de vivir en Estados Unidos.
Por obvias razones, uno de los detalles más tenebrosos del encuentro entre Fernández y Meneses nunca vio la luz. Cuando Fernández le dijo al traficante que sabía que también era informante de la DEA en Costa Rica, él lo vio, lo saludó y dijo: "Ah, usted es Guillermo Fernández. Qué casualidad. Lo acabamos de ver dejando a sus hijos en el colegio. Mucho gusto en saludarlo". Se estaban pisando los talones.
Tras la publicación, en la que se revelaron antecedentes, denuncias y acusaciones del FBI contra Meneses, el periodista recibía frecuentemente llamadas de amenaza a La Nación y a la casa donde vivían su esposa e hijos. Le asignaron un guarda personal de seguridad, y fuera de su casa había otro que debía acompañar a su familia en todo lo que tuvieran que hacer. Guillermo también portaba un arma.
"En consecuencia, finalmente debí salir del país con mi familia, esposa e hijos. Salimos hacia San Francisco, California, donde aproveché para efectuar estudios de posgrado en negocios internacionales y de produccción editorial. Estuvimos fuera durante año y medio", manifiesta Fernández.
"La historia es muchísimo más extensa y complicada. con múltiples dimensiones o extensiones... y espero poder contarla algún día con todo detalle, quizás en algún libro", agregó.
Meneses nunca fue extraditado. Las investigaciones del FBI aumentaron después de la publicación de La Nación, pero él siguió siendo informante de la DEA. En noviembre de 1991, la policía nicaragüense lo arrestó por narcotráfico. Lo liberaron en noviembre de 1997. En una entrevista de AP en la cárcel, se ve que tenía más poder tras las celdas que un simple preso. Actualmente, Meneses está libre.
Pablo Escobar
Los mejores reporteros son aquellos que tienen de su lado la suerte, y la colombiana Yolanda Ruiz es una de ellas. Tenía 24 años y era una aprendiz del periodismo, cuando recibió una de las llamadas más escalofriantes y a la vez anheladas por casi cualquier reportero que cubra la fuente judicial.Por entonces, en 1988, Ruiz se había trasladado a Medellín para trabajar en una crónica sobre las bandas juveniles que sembraban terror en las comunas de la localidad.
En plena efervescencia de la guerra de los carteles –tras la explosión de una bomba contra la residencia Mónaco, en Cali, donde habitaba la familia de Pablo Escobar, el mayor de los capos en la historia colombiana–, un día sonó el teléfono del hotel en el que se hospedaba la joven reportera.
Ruiz levantó la bocina y, para su sorpresa, del otro lado del teléfono le habló un hombre que decía ser el abogado del legendario narcotraficante. "Le tengo al propio —le dijo—. Esté pendiente en el hotel; yo la llamo".
El jurista, asesinado siete meses más tarde por miembros del grupo paramilitar los Pepes y quien se había convertido en una fuente clave en los temas sobre narcotráfico, cumplió su palabra. Horas después volvió a sonar el teléfono y Ruiz no parecía estar del todo preparada para atender una llamada de tal calibre.
"Le paso al hombre, el Patrón", le dijo el abogado.
"Sentí que el estómago se me helaba y un sabor amargo en la boca: el hombre más buscado y temido de Colombia estaba al otro lado de la línea", relató Ruiz en el 2013, en un artículo publicado en el diario El Espectador.
Escobar notó cierta inseguridad en la voz de la periodista y de seguido le propuso que le enviara por escrito sus preguntas para luego pactar la entrevista. Ruiz no solo accedió, sino que le agradeció el ofrecimiento. A su regreso a Bogotá y aún incrédula, contó lo sucedido al director de la cadena radial Todelar, para la cual trabajaba.
Ruiz planteó al abogado que le permitiera hacer la entrevista en conjunto con su jefe, pero el capo declinó la propuesta. La periodista fue citada en Medellín, donde la recogería un taxi que la llevaría a ver a Escobar.
"Por primera y única vez sentí miedo. Nadie –ni yo misma– sabía el sitio exacto de la entrevista y no eran tiempos de celulares", recuerda.
En medio del camino, el taxi se detuvo en una plazoleta donde debía tomar otro taxi. "Usted fresca si hay un retén", le dijo el abogado, mientras el conductor escondía un arma bajo un trapo.
Por fin llegaron a una casa en una de las fincas de Escobar. El capo entró solo y sus escoltas esperaron afuera. "Me tendió la mano, le tendí la mía. La suya estaba helada pese a la temperatura de más de 30 grados. ¿Estaba nervioso? Al parecer sí –eso me dio confianza–", asegura Ruiz.
La reportera cuestionó al narcotraficante en temas como las masacres, la narcoguerrilla, la legalización de narcóticos, el tratado de extradición y la clandestinidad en la que se veía obligado a vivir. Escobar respondió a todas las preguntas con suma naturalidad y la cadena Todelar anunció con bombos y platillos la exclusiva.
"Entre el anuncio de la entrevista y la publicación de la misma hubo una llamada, que yo no tuve claro muy bien de quién era, y se tomó la decisión –la tomaron los dueños de la empresa– de no publicarla. Fue un caso de censura", explicó Ruiz a la cadena BBC.
En 1991, cuando Escobar se entregó, Todelar transmitió algunas inserciones de la entrevista, pero la grabación volvió a archivarse en el cajón de los recuerdos. Su historia esperó 25 años para ser contada, cuando Ruiz – ahora directora de la cadena RCN– decidió rescatar aquella hazaña, a propósito de los 20 años de la muerte de Escobar.
No obstante, el temor de haber expuesto su propia vida por lograr una exclusiva con uno de los hombres más buscados del país, responsable de centenares de muertes, nunca dejó de recorrer su mente.
"Estaba desconectada del mundo en un lugar que ni puedo ubicar en un mapa. La verdad, no podía estar más vulnerable: en una finca desconocida, nadie sabía exactamente dónde, con varios sicarios cuidando las entradas del lugar.
"Tenía en frente al asesino más temido del momento y en mi mano solo una grabadora y una dosis mínima de coraje porque soñaba con lograr la noticia. De regreso a Bogotá, ni me imaginé que mi primicia esperaría tantos años".
Osama bin Laden
Una Ak-47 en las manos. Ese es el recuerdo más impresionante plasmado en las memoria colectiva de quienes presenciaron la transmisión de la entrevista de Peter Arnett, de CNN, a Osama bin Laden.En 1997, el ya ganador de un premio Pulitzer se convirtió en el primer reportero occidental en lograr una entrevista con quien luego fundó la red Al Qaeda. Para entonces, bin Laden ya era considerado por las agencias de inteligencia estadounidenses como una potencial amenaza.
Luego de tres meses de intentar concretar la entrevista a través de la oficina que el líder yihadista tenía en Londres, Arnett finalmente recibió la confirmación. No obstante, había una condición: debía enviar de antemano sus preguntas a bin Laden y no se permitirían cuestionamientos adicionales.
Arnett –quien seis años antes había entrevistado a Samdam Husein– voló a Paquistán y se trasladó hasta la pequeña ciudad fronteriza de Jalalabad, donde debió aguardar durante seis días mientras los allegados a bin Laden lo requisaban e indagaban a fondo sus intenciones.
Subió, con los ojos vendados, a un auto que lo llevaría hasta el escondite del líder terrorista. Había sido despojado de su cuaderno de notas y hasta de su reloj, para evitar que el periodista llevara consigo posibles dispositivos de rastreo suministrados por las fuerzas estadounidenses.
En medio del camino, el carro se detuvo. "¿Lleva consigo algún aparato de rastreo? Díganos la verdad. Si le encontramos alguno, lo mataremos".
Sin embargo, tal como confesó Arnett a The Hoya en el 2003, nunca informó al gobierno de su país que se reuniría con bin Laden. "Cuanto menos sepan las autoridades, mejor trabajo hacen los periodistas", dijo en esa ocasión.
En lo alto de una montaña en Tora Bora, el reportero aguardó en la entrada de una cueva por la llegada del líder yihadista. Luego de 30 minutos, apareció acompañado de un camarógrafo y un fotógrafo.
"Era un tipo muy impresionante, de más de seis pies de alto (más de 1,82 metros). Llegó a la entrevista vistiendo una chaqueta de camuflaje y cargando un arma AK-47. Nunca antes había entrevistado a una persona bajo esas circunstancias", relató Arnett a CNN.
Sin embargo, el corresponsal asegura que nunca sintió miedo. Se dio cuenta de que, al haber tantas medidas de seguridad, era bin Laden quien temía por su vida. "Siempre existe la posibilidad de que haya violencia. Pero usualmente, cuando te convocan a una entrevista, es porque tienen algo que decir", explicó a The Hoya.
Al final de la cita, Arnett tomó el té con bin Laden y conversaron sobre temas varios. Cuando se marchó, el estadounidense fue retenido durante cinco horas, para garantizar la huida del extremista saudí.
Luego de la entrevista, Arnett fue cuestionado por sus propios colegas sobre su decisión de acceder a una entrevista a quien después sería el responsable de los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001. Sin embargo, Arnett esboza el dilema ético de su labor.
"Mi trabajo no era asesinarlo o dejar que lo mataran. Soy un reportero. Hay periodistas que me han dicho que ellos hubiesen preferido dispararle en lugar de sentarse y entrevistarlo, pero hay un pacto si eres reportero, y se supone que sigas esa línea. Es casi como ser un diplomático", se excusó.
Joseph Kony
Todo el Internet se dio cuenta de la existencia de Joseph Kony en 2012, con el documental en pro de una organización no gubernamental que luchaba en su contra, llamado Kony 2012. Considerado el video más viral en la historia, el documental fue criticado por aquí y por allá, y la importancia del asunto mermó repentinamente.No obstante, en su pico de popularidad más alto, se dijo que más de la mitad de los adultos jóvenes en Estados Unidos se informó sobre las violaciones a los derechos humanos perpetuadas por Kony gracias al –ahora infame– audiovisual.
Quizá el hombre más buscado en África, Joseph Kony es el líder y el "contacto celestial" del Ejército de Resistencia del Señor, en Uganda, cuyas misiones no son muy claras pero van en la línea discursiva de la búsqueda de la libertad y la limpieza religiosa del pueblo, pues la organización alega estar recostada al cristianismo.
Acusado por el gobierno ugandés de secuestrar a miles de niños para convertirlos en soldados o esclavos sexuales, y de enseñarles a cometer todo tipo de crímenes de guerra contra su voluntad, además de acumular acusaciones de la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad, Kony ha logrado escaparse siempre de la justicia, y sus seguidores alegan que es capaz de escuchar conversaciones que suceden a varios kilómetros de distancia.
Mucho antes de que el planeta viera Kony 2012, en 2006, el periodista freelance británico Sam Farmar se las ingenió para entrevistar al antihéroe, después de un año de llamadas por teléfonos satelitales y de buscar cualquier conexión que lo llevara al autoproclamado líder espiritual. La entrevista se mostró en todo el mundo, y hasta la fecha es la única entrevista concedida por Kony.
Sam Farmar se interesó en la historia cuando ofreció ayuda social en Uganda y la aldea en la que estaba viviendo fue atacada por el Ejército de Resistencia del Señor. Ahí escuchó el drama que durante años había causado el imperio de Kony, con constantes ataques, asesinatos y secuestros. Si bien es probable que la armada no sea masiva en cuanto a número de soldados, sí es cierto que registra miles de crímenes en Uganda y países vecinos.
En un recuento escrito de la entrevista, Farmar cuenta que llegó a Nairobi un día después de que le confirmaran que Kony estaba dispuesto a dar declaraciones, pero duró una semana esperando a que sus oficiales lo revisaran. Luego volaron al aeropuerto más cercano al Congo y caminó durante dos días hasta encontrarse con Kony.
Durante toda la caminata estuvo rodeado de hombres con armamento fuerte que no se desligaban de su misión de seguridad del líder al que le rendían toda pleitesía, a pesar de también afirmar que los secuestró desde niños para ingresarlos en el ejército.
Cuando el periodista sacó la cámara y el micrófono, Kony entró en pánico y el plan por poco se vino al suelo; Kony nunca había visto un micrófono y pensaba que era un dispositivo de espionaje del ejército ugandés. Antes de eso, a Farmar y a su equipo le habían ofrecido comprarles cámaras nuevas, para asegurarse de que no hubiera otros dispositivos de seguridad en los aparatos que ellos llevaron a la entrevista.
Luego, en inglés, el fugitivo respondió a sus preguntas con la intención de darse buena publicidad, negando todos los crímenes que se le han atribuido, a pesar de que sus mismos comandantes y soldados afirmaron frente a esa misma cámara que fueron raptados desde niños. El video todavía está disponible en línea y fue mostrado en medios de todo el mundo.
"Soy un luchador por la libertad que está luchando en Uganda. No soy un terrorista", dijo Kony, viendo directamente a la cámara y vestido con una camiseta azul con franjas de colores. "Soy un humano igual que usted. Tengo ojos, un cerebro y uso ropa, pero la gente dice que nosotros no hablamos con nada, que nos comemos a la gente, que somos asesinos. Eso no es cierto. ¿Por qué, entonces, me conociste si soy un asesino?", agregó.
Todas las respuestas de Kony son similares, pero el documento es una joya que existió mucho antes de que otros jóvenes quisieran hacer esta historia viral. Lo triste del caso es que la entrevista de Farmar tiene menos de 100.000 reproducciones en YouTube, mientras que Kony 2012 ya superó los 100 millones de visitas.
Capitán Álvaro Saravia
En plena Guerra Civil de El Salvador, la caza de comunistas por parte del gobierno y el ejército –patrocinados por Estados Unidos– era el pan de cada día. A comienzos de 1980, Monseñor Romero –la máxima figura de la iglesia Católica en ese país– habló sin tapujos acerca de la situación en la que se encontraba la sociedad, y pidió a El Salvador respeto por los derechos humanos. El 24 de marzo, un día después de otro de sus históricos discursos al respecto, mientras oficiaba una misa en ciudad capital, Romero fue asesinado."En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno, en nombre de Dios: cese la represión!", gritaba Romero en la misa del 23 de marzo, cuyo sermón fue escuchado en todo el país, en cuenta quienes estuvieron detrás de su asesinato, menos de 24 horas después.
Ninguno de los presuntos implicados en el homicidio ha llegado a juicio por el delito. Desde hace décadas, todos los dedos apuntan a que Roberto D'Aubuisson, un general del ejército y luego presidente de la asamblea constituyente, fue quien dio la orden de asesinar a Romero, pero D'Aubuisson murió de cáncer en 1992, y nunca se manifestó al respecto.
El chofer del carro en el que viajó el asesino dio la cara en 1997 y ahora es testigo protegido de la CIA. Otros involucrados en el crimen desaparecieron, se suicidaron y fueron mutilados, entre otras consecuencias.
Hasta 2010, ningún involucrado había hablado directamente sobre el incidente, hasta que el periodista Carlos Dada –director del medio alternativo en línea El Faro y uno de los principales investigadores del asesinato a Romero– dio con el capitán Álvaro Saravia, quien habló largo y tendido sobre su implicación en el delito, y afirmó que D'Aubuisson fue quien dio la orden de matarlo.
"El mayor D’Aubuisson fue parte de la conspiración para asesinar a monseñor Romero, aunque el tirador lo puso un hijo del expresidente Molina", reveló Saravia en un largo artículo todavía disponible en El Faro.
El Faro publicó la entrevista en 2010, poco menos de dos años después de que Dada tuviera su primera reunión con Saravia, quien en primer lugar quería que el periodista le escribiera un libro. "No soy su secretaria, soy periodista y voy a publicar su confesión", le respondió Dada.
Saravia vivía escondido, clandestino, al margen de la sociedad y en la miseria más pura que existe, en algún país latinoamericano que el periodista acordó no difundir. En alguna de las reuniones, Saravia le pidió a Dada que le compre dos Whoppers de Burger King, para comerse el segundo en la montaña en la que vivía, sin importar que la hamburguesa se le fuera a podrir, pues ya estaba acostumbrado a que todo lo que comía estaba podrido.
Álvaro Saravia no era buscado en ningún otro país más que en Estados Unidos, donde el Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas (CJA) –una organización no gubernamental que investiga crímenes pasados de personas que residen en Estados Unidos– le había puesto una demanda por sus crímenes contra la humanidad, antes de que el escapara de ese país, donde tuvo durante varios años una venta de autos usados.
En 2005, Dada contrató a un investigador privado para dar con el paradero del exmilitar, seguro de que tenía que estar en Chicago con la mafia o que ya había muerto. Tras muchos meses de buscarlo, se echó para atrás con pocos resultados, pero dejó un recado para él en el CJA, con una abogada del lugar.
El periodista tuvo que esperar unos tres años antes de encontrar al capitán. Saravia llamó al CJA para labrar una negociación que no fue exitosa, y la abogada le pasó el recado de Dada.
A partir del 2008, y durante año y medio, Dada y Saravia grabaron unas veinte horas de entrevistas y se vieron ocho veces, resultando en el testimonio más lúcido sobre el asesinato de Romero a treinta años del hecho, aunque ese sea tan solo uno de los 75.000 crímenes contra la humanidad que se comietieron durante la Guerra Civil salvadoreña.
"¿Por qué quiere hablar ahora?", le preguntó Dada en la primera reunión. "Por mis hijos. Es que hasta ellos me ven como Hitler", respondió Saravia, quien después de participar en el crimen no ha logrado nunca escaparse de ese fantasma oscuro de su pasado, hasta el punto en el que tenía una década de no poder ver a su familia, la cual le había dado la espalda.
Luego de algunas reuniones, el periodista le confesó a una amiga que este crimen representaba todas esas cosas que repudiaba, pero que estaba empezando a sentir compasión de la miseria de Saravia, “y hasta me da ternura”.
Pero la empatía del periodista no detuvo sus intenciones: el artículo donde Saravia expone su verdad, titulado 'Así matamos a monseñor Romero', se publicó el 22 de marzo del 2010, y es uno de los más leídos en la historia de El Faro, con más de 200.000 clics en el primer mes.
Edward Snowden
Edward Snowden no es exactamente un antihéroe. Quizá lo sea para fracciones del gobierno y la población estadounidense, que lo consideran como un traidor, pero para miles de seres humanos es más bien un ídolo.Snowden es el exempleado de la CIA quien, luego de varios años de estar enterado de los programas mundiales de vigilancia de Estados Unidos y el Reino Unido, mostró al mundo la información que comprueba que estos gobiernos son capaces de violar la intimidad de sus ciudadanos con tal de mitigar potenciales "amenazas".
El relato del momento en que Snowden decidió dejar atrás a su familia y seres queridos en pro de lo que considera el bien común, fue registrado en el documental Citizenfour, ganador de un premio Oscar en 2015. El filme retrata el aislamiento de un fugitivo y la desconfianza que alguien como él puede llegar a sentir de todo.
En enero de 2013, la cineasta Laura Poitras recibió un correo electrónico encriptado, firmado por un tal Citizen Four, quien le comentaba sobre prácticas ilegales de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos. Poitras venía trabajando en una película sobre programas de monitoreo que surgieron después de los ataques del 11 de setiembre de 2001, y Snowden tenía a mano la información.
Seis meses después, la cineasta, el periodista Gleen Greenwald y el reportero de The Guardian Ewen MacAskill se encontraron con Snowden en un hotel de Hong Kong, antes de que el mundo reconociera su nombre. Lo entrevistaron durante cuatro días, y el 9 de junio medios de todo el mundo hicieron eco de sus publicaciones, hasta revelar la identidad de quien destapó uno de los mayores secretos de inteligencia de Estados Unidos.
En el documental –publicado en 2014–, Snowden se ve constantemente paranoico, asustado por alarmas que suenan en los pasillos del hotel y con desdén para contestar el teléfono de su cuarto. El temor de ser capturado llegó a tal punto que solicitó dormir en el cuarto de Poitras para no escuchar el teléfono sonar. Días después, Poitras se empezó a sentir perseguida y se marchó de Hong Kong. Por su parte, Snowden pidió refugio a Naciones Unidas.
Antes de que acabe junio, el gobierno estadounidense solicitó la extradición de Snowden, pero él se logró escapar. Llegó a Moscú antes de que cancelen su pasaporte, y Rusia le dio asilo por un año. En agosto, los periodistas, la cineasta y el "traidor" se reunieron en Rusia para una segunda y última entrevista. En 2015, Snowden seguía en Rusia.