TOKIO Los horribles estadounidenses aterrorizaron a europeos y asiáticos con sus voces estridentes y tenis en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Décadas después, los grupos de turistas japoneses bajaban de autobuses con aire acondicionado para lanzar “flashazos” a los letreros de paz cuando fotografiaban cada punto emblemático conocido, así como la ropa en los tendedores de los patios traseros.
Ahora, el turno le corresponde a China, para enfrentar el embate de las críticas.
Las quejas son conocidas –miran embobados, empujan, rehúyen la cocina local– pero el año pasado, 83 millones de chinos continentales gastaron 102.000 millones de dólares en el extranjero, superando a estadounidenses y alemanes, por lo cual son los mayores gastadores en turismo del mundo, según la Organización Mundial de Turismo de Naciones Unidas.
Las cantidades también los colocan entre los turistas que más molestan. Los turistas chinos continentales, a menudo cargados de efectivo y no familiarizados con costumbres distintas a las suyas, salen atropelladamente de los autobuses turísticos con, al parecer, poco apetito por los bufés al desayuno en los hoteles y ningún concepto de lo que es hacer fila.
Las frustraciones con los nuevos turistas se resumieron en un tablero tailandés de mensajes en Internet, cuando usuarios publicaron quejas sobre los visitantes chinos que emplean en interiores volúmenes de voz para el aire libre y escupen en público, entre otras transgresiones.
El año pasado, Thierry Gillier, un diseñador francés de modas que fundó las etiquetas Zadig y Voltaire, provocó un pequeño escándalo cuando le dijo a la publicación Women’s Wear Daily que no se recibiría bien a los turistas chinos en su boutique en un hotel parisino. Una descarga de críticas internacionales lo persuadió para disculparse.
Clientes apetecidos. Como sus predecesores, los chinos son nuevos ricos e inútiles con otros idiomas, una complicada combinación debida al aislamiento histórico de su país.
“Que China sea una sociedad anárquica, mal educada, con mucho dinero, es algo que va a cobrar su precio en todo el mundo”, señaló Hung Huang, una popular bloguera y editora de revistas en Pekín.
A pesar de este papelón, los países prácticamente se tropiezan unos con otros para atraer a los turistas chinos. Empresas de bodas en Corea del Sur tratan de atraer a parejas chinas con ceremonias muy ostentosas, inspiradas en el ampliamente difundido video musical Gangnam Style .
En un condado costero en las afueras de Sidney se está construyendo un parque temático chino de 450 millones de dólares, centrado en una réplica de tamaño natural de los portones de la Ciudad Prohibida y en un templo budista de nueve pisos. Francia, uno de los destinos más populares entre los chinos, trabaja para reforzar aún más su atractivo.
Funcionarios parisinos publicaron recientemente un manual para el sector de servicios, en el cual se presentan frases transliteradas en mandarín y consejos culturales para comprender mejor los deseos de los chinos, incluido este chisme: “Son muy quisquillosos sobre la gastronomía y el vino”.
A juzgar por las quejas en todo el mundo, es posible que sean necesarios tales lineamientos. Sin embargo, el mayor oprobio parece provenir de los compatriotas chinos. En mayo, un turista chino continental en Luxor, Egipto, descubrió que un compatriota había grabado su propio jeroglífico en el muro de un templo de 3.500 años de antigüedad. “Ding Jinhao estuvo aquí”, declaraba. Rápidamente, se propagó una fotografía del garabato ofensor en los medios sociales chinos y ciudadanos indignados rastrearon al vándalo de 15 años. Se calmó el alboroto solo cuando los padres emitieron una disculpa pública.
Avergonzado por la avalancha de prensa negativa ese mes, Wang Yang, el viceprimer ministro de China, clamó contra la mala “calidad y crianza” de los turistas chinos que manchan la reputación de su patria. “Hacen ruidos fuertes en público, rayan grafitis en atracciones turísticas, ignoran los altos al cruzar las calles y escupen en cualquier parte”, dijo, según el Diario del Pueblo.
A pesar de la reprimenda, artículos con títulos como Una novia china pelea en un campo francés de lavanda siguen apareciendo en los medios oficiales.
Hung, la bloguera, culpa al tumultuoso régimen del Partido Comunista por el comportamiento inculto de los chinos en el extranjero. “Hay toda una generación que aprendió a que no se presta atención al arreglo personal o los modales porque es algo considerado burgués”, señaló. Si bien los chinos están más abiertos a las ideas occidentales ahora, es algo que no necesariamente se ha asimilado cuando de hecho se interactúa con el mundo exterior. “Piensan: ‘Al demonio con la etiqueta. Mientras yo tenga dinero, los extranjeros se inclinarán ante mi efectivo’”.
La mayoría de los vacacionistas de China continental pasan momentos espléndidos en ultramar. En mayo, Huang Honglin, de 53 años, y su esposa pagaron 8.000 dólares por una excursión en grupo de 16 días en Estados Unidos, un país que él visitó una ocasión anterior en un viaje de negocios, 25 años atrás. Eso fue mucho antes de formar parte de la creciente clase media en China por ser dueño de una compañía de comercio.
En esta ocasión, Huang tenía dinero para gastar a manos llenas.
“Fuimos a comprar gemas en Hawai y bolsas de Prada en Nueva York”, recordó. Huang nunca llegó a las boutiques elegantes de Manhattan. En su lugar, hizo el recorrido de una hora hacia el norte, al centro comercial Woodbury Common Premium de tiendas de ropa descatalogada, donde muchas de ellas han contratado a empleados que hablan chino.
Su única queja fue que tuvieron que apresurarse a escoger antes de que partiera el autobús. “Fue tan poco tiempo que parecía una guerra”, dijo.
Según un informe de McKinsey & Co., casi 70% de los consumidores chinos de artículos de lujo compra chucherías de Tiffany y pañuelos de Hermès en ultramar para evitar pagar mayores impuestos sobre la venta en China, los cuales pueden ser de 60%. Por ejemplo, la bolsa de mano negra con asas de Louis Vuitton, “Neverfull”, que es un importante símbolo de estatus, cuesta 14.400 renminbi en China (2.335 dólares, unos 350 dólares más que en Estados Unidos).
En EE. UU. En 2007, China dio a Estados Unidos el “estatus de destino aprobado”, mismo que abrió sus puertas a los viajes en grupo por placer a partir de 2008. El año pasado 1,5 millones de chinos llegaron a costas estadounidenses y gastaron casi $8.800 millones, según el Departamento de Comercio.
Hoy, son alrededor de 150 las agencias de viajes en Estados Unidos que cuentan con la aprobación de la Asociación Nacional de Excursiones, un organismo gremial estadounidense, para organizar viajes desde China y muchas de ellas son propiedad de chinoestadounidenses.
Sin embargo, el sector ha experimentado los dolores del crecimiento. A pesar de años de reuniones en China y décadas de guiar excursiones en autocar por todo Estados Unidos, la agencia de viajes AmericanTours International se enteró de que los turistas chinos requieren un toque especial. Para empezar, la gente de Pekín y Shanghái no puede viajar en el mismo autobús.
“Chocan”, recordó Nick Hentschel, el director de desarrollo empresarial de la agencia.
El año pasado, 1.500 chinos tomaron la excursión “De Hollywood a Broadway” de la agencia, un viaje de 20 días cruzando el país en autobús, dirigido a continentales, con paradas que incluían un casino en Las Vegas; los puentes del condado de Madison, en Iowa; las Cataratas del Niágara; la Casa Blanca, y el edificio Empire State.
Si bien las vistas pueden agradar a las multitudes, pasar la noche en algún sitio puede resultar desafiante en ocasiones. “Fumar en las habitaciones de los hoteles siempre es un problema”, contó Hentschel, un hábito que puede costarles a los turistas cientos de dólares en cobros por limpieza.
También está el incidente del verano pasado, comentó, cuando un grupo hizo una escena en un hotel en Cody, porque, erróneamente, pensaron que se le había dado preferencia a otros compatriotas en el desayuno. Contó que se llamó a la policía para que los escoltara fuera de la ciudad.
Rodeados de tantos estímulos extraños, muchos anhelan una probada del hogar cuando están fuera. Xie Nuoyan, de 20 años, una estudiante universitaria de Pekín, se sintió así durante una visita reciente a Nueva York. Si bien apreció el agua potable del grifo, dijo que la decepcionó el barrio chino.
“Realmente me decepcionó ver que no es como en las películas, donde hay muchos faroles e interpretaciones por todas partes”, comentó.
Por el lado positivo, haber encontrado abundancia de comida china después de días de solo consumir extraños mejunjes occidentales, redimió al barrio.
“La vista del arroz me conmovió hasta las lágrimas”, dijo.