Brasilia. Dilma Rousseff, la primera mujer en gobernar Brasil, comienza el último de sus cuatro años de mandato con una imagen propia, de gobernante técnica y eficiente, muy distinta de la que le imputaba la oposición hace tres años: la de política inexperta y que dependía de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.
Así por lo menos lo señalan las encuestas de aprobación popular, que le atribuyen a esta economista de carácter fuerte una imagen superior a la que tenían tanto Lula como Fernando Henrique Cardoso en el último de sus primeros cuatro años de mandato, en el que ambos fueron reelegidos.
Mientras que el 41% de los brasileños considera “excelente” o “bueno” el Gobierno de Rousseff en el último sondeo realizado este año por la firma Datafolha, ese porcentaje solo era del 28% para Lula en diciembre de 2005 y del 37% para Cardoso en diciembre de 1997.
Esta jefa de Estado, de 66 años, despide el año con una intención de voto que garantizaría su reelección, en primera ronda, en las presidenciales de octubre de 2014.
Luz propia. No es la primera transformación que sufre la imagen de esta hija de un inmigrante búlgaro de clase media y que era una total desconocida en la política nacional hasta finales de 2002, cuando Lula la nombró ministra de Minas y Energía en su primer mandato.
De militante de las organizaciones de izquierda que combatieron con las armas la dictadura brasileña (1964-1985) –por lo que fue detenida en 1970, torturada y encarcelada hasta finales de 1972 por subversión–, Rousseff se transformó en técnica eficiente e impulsora de obras, y ahora en gobernante con elevada aprobación.
Contra lo que se esperaba, Rousseff ha mostrado mucha más maña para la política que para mantener el fuerte impulso que llevaba la economía brasileña.
Tras registrar una expansión del 7,5 % en 2010, en el último año de Lula en el poder, el crecimiento económico brasileño con Rousseff fue del 2,7 % en 2011 y de 1,0 % en 2012.
Los expertos calculan que este año no pasará del 2,3 % y que esa tasa se repetirá en 2014.
Aunque se ha mantenido en terreno positivo, ese crecimiento es considerado escaso, sobre todo porque se combina con una inflación que en los últimos tres años se ha mantenido en torno al 5%.
En la política, Rousseff exhibió una firmeza que llegó a sorprender a quienes la tildaban de “burócrata” sin experiencia en esas artes.
En su primer año en el Gobierno destituyó a siete ministros salpicados por denuncias de corrupción. Después, tuvo el “juego de cintura” necesario para mantenerse al margen de un sonado juicio que condenó a la cárcel a 25 políticos y empresarios vinculados a Lula, por escándalos denunciados en 2005.
Pasó por su más dura prueba en junio, cuando durante quince días millones ocuparon las calles para protestar por la pésima calidad de los servicios públicos, en las más grandes manifestaciones ocurridas en la historia de Brasil.
En vez de criticar las protestas, Rousseff asumió las quejas de la sociedad, las hizo suyas, instó a “escuchar la voz de las calles” y su popularidad, que había caído del 70 al 30% en un mes, se recuperó a paso veloz.
En el ámbito externo, la imagen de “dura” que se gestó Rousseff se fortaleció con su fuerte reacción frente a EE. UU., una vez que documentos filtrados por Edward Snowden revelaron que ella había sido víctima del espionaje estadounidense.
Rousseff canceló una visita de Estado a Washington, exigió “explicaciones” a la Casa Blanca y propuso en la ONU una resolución contra el espionaje a través de Internet que fue aprobada por unanimidad.