Bagdad
El primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, ahondó un poco más las divisiones que minan al país al acusar el miércoles a los kurdos de acoger a los yihadistas, ignorando los numerosos llamamientos a la unidad política para enfrentar la ofensiva de los insurgentes sunitas.
Al acusar a la región autónoma de Kurdistán de albergar a los insurgentes sunitas, Maliki, un chiita, da pie a los críticos que lo acusan de llevar a cabo una política confesional.
Se arriesga a comprometer el tercer mandato al que aspira.
Si bien el apoyo kurdo no es necesario para formar gobierno, es esencial para formar un frente unido ante los yihadistas del Estado Islámico (IE), que se ha hecho con amplias partes del territorio desde su ofensiva lanzada el 9 de junio.
"No podemos quedarnos en silencio ante el hecho de que Erbil [la capital del Kurdistán iraquí] se haya convertido en un cuartel general para el Estado Islámico (EI), el partido Baas [del antiguo presidente sunita Sadam Husein], Al Qaida y para operaciones terroristas", declaró Maliki en su discurso televisado semanal.
Los insurgentes "serán derrotados, al igual que quienes los hospedan porque han fallado en dar un ejemplo de cooperación democrática", advirtió Maliki, cuyo ejército no acaba de recuperar el terreno perdido ante los insurgentes tras la desbandada inicial.
Maliki fustigó en este contexto la iniciativa del presidente del Kurdistán iraquí, Masud Barzani, que contempla convocar un proyecto de referéndum de independencia, aumentado así el riesgo de partición del país.
División política. Un mes después del lanzamiento de una ofensiva relámpago en la que los insurgentes sunitas se han hecho con zonas enteras del territorio, centenares de miles de iraquíes han huido y el EI ha instaurado un califato en una zona a caballo entre Siria e Irak, los políticos no consiguen formar un frente común.
Estas nuevas declaraciones no facilitarán la tarea al Parlamento, que tiene que reunirse el domingo para iniciar el proceso de formación de un gobierno tras un primera sesión caótica y estéril.
Más de dos meses después de las elecciones legislativas del 30 de abril, encabezadas por Maliki, los parlamentarios no logran elegir a un primer ministro. Este puesto, el más importante de las instituciones, le corresponde, según una norma no escrita, a un chiita, mientras que los sunitas se quedan con la presidencia del Parlamento y los kurdos con la de la República.
Pero las divisiones confesionales siguen siendo muy profundas y hacen temer un regreso a las atrocidades perpetradas durante el conflicto confesional que dejó decenas de miles de muertos en 2006-2007.
El descubrimiento el miércoles de los cuerpos de 53 hombres, maniatados y ejecutados en el centro del país, amplió este temor.
Según un empleado de la morgue, las muertes se remontan a más de una semana. Los cuerpos, descubiertos en unas huertas al sur de Hilla, llevan todos impactos de balas en la cabeza y en el pecho, añadió una fuente policial.
Los motivos de la masacre no estaban claros en un primer momentos, según estas dos fuentes.
Aunque la provincia de Babilonia, de la que Hilla es la capital, ha sido escenario de combates, la zona en la que se encontraron los cadáveres no es conocida por violencias recientes.
A pesar de la ayuda de Estados Unidos, Rusia y de las milicias chiitas, el ejército iraquí no logra levantar del todo la cabeza tras la desbandada de los primeros días, incapaz de detener el avance de los insurgentes.
El miércoles, los yihadistas atacaron una base en militar en el norte de Baquba, capital de la provincia de Diyala, y al menos nuevo soldados murieron y 38 resultaron heridos en horas de combates, indicaron fuentes militares y médicas.
Más al norte, en los alrededores de Kirkuk, ciudad petrolera controlada por las fuerzas kurdas, los insurgentes hicieron una demostración de fuerza al desfilar en decenas de vehículos, algunos tomados al ejército iraquí, agitando armas y banderas del EI, según testigos.