Johannesburgo. AFP y AP. El primer presidente negro de Sudáfrica, Nelson Mandela , fallecido el jueves a los 95 años, deja un legado de tolerancia con la cual el país consolidó su democracia, pero aún continúan las profundas desigualdades heredadas de décadas de segregación racial.
Los sudafricanos cantaron, bailaron y lloraron ayer en emotivos homenajes públicos al fallecido, y la comunidad internacional transmitió sus condolencias mientras confirmaba su asistencia al funeral, que se realizará el domingo 15 de diciembre en Qunu.
El cuerpo permanecerá en capilla ardiente en los edificios del Gobierno en Pretoria desde el 11 de diciembre hasta el entierro.
El héroe de la lucha contra el régimen racist a del apartheid pasó 27 años en prisión durante el régimen segregacionista blanco, pero al ser liberado, en 1990, tendió la mano a sus opresores y llegó hasta visitar a la viuda de Hendrik Verwoerd , arquitecto de ese régimen.
Su mensaje de reconciliación le valió el cariño y el respeto de sus compatriotas. “Su té con Betsie Verwoerd tuvo un significado histórico”, dijo Adam Habib, del Consejo de Investigación de Ciencias Humanas, al igual que su apoyo al equipo nacional de rugby , deporte por excelencia de los blancos, durante la Copa del Mundo de 1995.
Durante su presidencia (1994- 1999) “instaló cimientos sólidos para permitirnos construir” una democracia estable y su desaparición “no provocará una tragedia”, estimó el analista.
Sudáfrica debería superar más fácilmente el deceso de Mandela porque hace años que el Nobel de la Paz (1993) no intervenía en la actualidad del país. Su última aparición política fue en abril del 2009 en una reunión de su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA) .
En ese momento reconoció indirectamente su principal fracaso al decir: “Debemos recordar que nuestra principal tarea es erradicar la pobreza y asegurar una vida mejor para todos”.
Durante su presidencia, Mandela delegó la gestión de la actualidad al vicepresidente Thabo Mbeki, quien luego lo sucedió (1999-2008). Mbeki se dedicó a respetar los grandes equilibrios económicos y promovió al continente africano en la escena internacional.
Esta estrategia, que convirtió al país en el gigante económico del continente, permitió asegurar un fuerte crecimiento económico hasta el 2009 y la financiación de ayudas sociales a 13 de los 48 millones de sudafricanos.
Sin embargo, la estrategia fracasó en el reparto de cartas y los excluidos del antiguo régimen siguen siendo los más desfavorecidos. Más allá de la emergencia de una clase media negra, cuyos integrantes son llamados “diamantes negros”, la gran mayoría de la población sufre el desempleo y la pobreza.
Para peor, según un informe oficial, las desigualdades siguen acentuándose. El ingreso mensual promedio de los negros aumentó 37,3% desde 1994, mientras que el de los blancos subió 83,5%.
Si bien el Gobierno mejoró el acceso al agua y a la electricidad, todavía queda mucho por hacer en las enormes villas de miseria del país, donde 1,1 millones de familias aún viven en chozas.
Cuentas pendientes. “Cuando Mandela fue liberado, todo el mundo dijo ‘hemos ganado’. Pero miren dónde estamos. No tengo nada”, comentó Josephine Mji, de 35 años, vendedora clandestina en Johannesburgo. “Aún vivo en la miseria, sin trabajo ni casa. La libertad no cambió nada en mi vida”, añadió.
En los hechos, “el CNA logró éxitos allí donde pensaba que fracasaría: administrar una economía moderna”, destacó Frans Cronje, del Instituto Sudafricano sobre las Relaciones entre las Razas. “Pero los sectores considerados como sus puntos fuertes –mejoras de las condiciones de vida, la educación y la lucha contra la criminalidad– son un fracaso”, dijo.
Como consecuencia, “la cólera en las comunidades negras pobres crece a toda velocidad”, afirmó. Y subrayó que el país ya salió del periodo de euforia de los años de presidencia de Mandela . “El concepto de milagro de la nación arcoíris se borró ampliamente”, expresó. La muerte del primer presidente negro sudafricano da vuelta definitivamente a la página del sueño.