Enfundadas en trajes estampados de pétalos, cubiertas hasta los tobillos, con túnicas de manga larga que serían inapropiadas para practicar deportes en cualquier otro rincón del mundo, las niñas de Kabul aprenden a sentir el intenso retumbo interior que provoca la adrenalina.
A bordo de una tabla y cuatro ruedas, con la velocidad a su favor y los paradigmas en su contra, las pequeñas se apropian de las rampas y los planchés que encierran los muros del proyecto Skateistan, al norte de Afganistán.
Las restricciones talibanas prohíben a las mujeres montar en bicicletas o en motos. Por eso, las patinetas y los cascos han tomado un matiz de liberación femenina para niñas de 5 a 16 años.
“Me encanta llegar alto sobre las rampas. Cuando estoy allá arriba, me siento libre, es como si pudiera volar”, relata Anida, de 14 años.
Por las mañanas, escuela, y por las tardes, parque de patinetas, como premio por estudiar, esta iniciativa se enfoca en brindar oportunidades a niñas y a menores que trabajan en las calles.
“Por primera vez en la historia, las chicas del norte de Afganistán tienen un lugar al aire libre del que pueden apropiarse”, resalta en su sitio web la fundación Skateistan, con espacios similares en Camboya y Sudáfrica.
Tres años atrás, una pequeña pieza de un periódico inglés rescataba en el primer mundo la iniciativa. Era tan pequeño el artículo, que por poco y escapó de la mirada de la fotógrafa Jessica Fulford-Dobson.
“La idea misma de las niñas afganas en patinetas capturó mi imaginación y me pareció una pena que una historia tan impactante a nivel visual se comprimiera en una pequeña columna de texto. Parece que solo escuchamos sombrías noticias sobre Afganistán, por lo que me resultó muy refrescante leer algo tan distinto y edificante”, confiesa la retratista desde el otro lado del Atlántico.
Zoom humano
Un año después de haberse enterado de la historia, Fulford-Dobson y su lente se mecían entre los vuelos de las túnicas que se agitaban y los sonidos de las ruedas al recorrer las rampas de madera.
Cuando vio a las pequeñas, con las rodilleras sobre sus vistosas prendas, riendo y jugando entre ellas, todas las ideas preconcebidas sobre Afganistán cayeron para la artista. Kabul dejó de ser tierra de ametralladoras, de avasalladora religión; era también terreno fértil para una revolución que comenzó con apenas tres patinetas en el 2007, luego de que el skater australiano Oliver Percovich llevara aquel inusual objeto móvil a esa capital.
“Conocí a tantas mujeres y niñas impresionantes en Afganistán: una maestra tan determinada como cualquier hombre; veinteañeros trabajando como voluntarios en un orfanato, apasionados por mostrarse a sí mismos como fuertes y dispuestos a luchar por sí mismos, en lugar de ser víctimas de las circunstancias; y niñas que estaban siendo educadas para ser líderes en sus comunidades y que desde ya pensaban en su propio futuro y el de su país”, resalta Fulford-Dobson.
Ser fotografiadas junto a su objeto más preciado en medio de una tierra islámica era más que un sueño para algunas de las chicas, y un temor para otras. “¡Yo, yo, yo!”, exclamaban las más animadas. Al final, ninguna –ni siquiera la más tímida de todas– quiso perder la oportunidad de posar.
Sin embargo, era una la que secuestraba la atención de la fotógrafa británica. Tenía siete años, las uñas de los pies y de las manos pintadas –y a medio despintar– y caminaba sobre unas gastadas chancletas de hule celeste.
“Esa chica atrapó mi mirada porque estaba vistiendo un hermoso color, una especie de azul aguamarina intenso. Estaba muy impresionada por lo inmaculada que ella lucía en medio de un ambiente tan polvoriento. Desde la forma tan natural en la que tenía atado su pañuelo sobre la cabeza, era posible notar su innato sentido de la gracia. Amé la manera en la que sus manitas descansaban –reposada, pero posesivamente– sobre la patineta, y lo pequeña que lucía la niña a la par de ella. Sobre todo, amé su seguridad: su firme mirada”, recuerda.
El retrato de aquella skategirl fue merecedor de Taylor Wessing Photographic Portrait, en el 2014.
Luego de un año de asistir al programa de resinserción estudiantil, esa pequeña –cuyo nombre nunca se reveló– aprobó los primeros tres grados e ingresó al sistema nacional de educación. Aún hace rodar su patineta por los espacios de Skateistan en los ratos libres, mientras sobre las tablas de raspados colores se deambulan nuevas niñas que no temen enfrentarse a las restricciones del sistema talibán.