Muhammed Wazeem estaba furioso. Su padre, del mismo nombre, defendía una forma de pensar distinta a la de la comunidad que le rodeaba en el pueblo de Punjab, la provincia más populosa de Pakistán. Allí, donde el valor de una familia se mide por el número de varones que puede producir, su padre era distinto: él valoraba a sus hijas tanto como a sus hijos.
A sus tres niñas les enseñó a ser mujeres independientes. Cuando una de ellas se casó, se negó a adoptar el nombre de su esposo.
Otra cambió su nombre de Fauzia a Qandeel Baloch –que en su lengua nativa significa ‘antorcha’– y se hizo famosa a través de las redes sociales, sobre todo Twitter, Instagram y su canal en YouTube.
Su obra no pasó inadvertida, e impactó a este país islámico conservador con videos en los que mostraba, sin temor ni dudas, su figura en ropa ajustada, seduciendo a la cámara y a quienes la seguían.
A su padre aquello no le ofendía. Más bien la apoyaba y, siempre que podía, le manifestaba su amor incondicional. El amor de su padre ayudó a Qandeel a convertirse en un modelo a seguir para toda una nueva generación de jóvenes pakistaníes, pero quizá también sembró la semilla de su destrucción.
Pero a Muhammed Wazeem aquello solo le generaba más rabia. La gente del pueblo solía mostrarle las publicaciones de su hermana en Facebook y criticaba a su familia por permitir que hiciera los videos.
Decidió que tenía que salvar el honor de su familia y el mes pasado drogó a Qandeel mientras sus padres dormían en la planta baja.
La estranguló.
No es país para mujeres liberales
Shah Saddaruddin, el pueblo natal de Qandeel, está a siete horas en auto de Islamabad, la capital de Pakistán. Entre un lugar y otro se extienden campos de caña y mango, atravesados por caminos de tierra y piedra. Es una de las zonas más pobres y rezagadas de un país ya de por sí pobre, rezagado y herido por una historia de violencia, sobre todo en contra de las mujeres.
En ese pueblo, a la mayoría de niñas se les oculta cuando llegan a la pubertad y muchas se casan poco después, por lo general con algún hombre elegido por sus padres.
La ausencia de poder de decisión es solo una muestra del bajísimo lugar que ocupan las mujeres en la sociedad paquistaní; otra es su falta de protección por parte de las autoridades de un país que todavía reconoce y –en la mayoría de casos– perdona los asesinatos contra el honor.
En Pakistán, cada año se registran 1.000 crímenes de este tipo –en la mayoría de casos, la familia de la víctima defiende al homicida–; las mujeres son la presa más fácil. “Las mujeres son estrictamente controladas”, dijo Munawar Azeem a medios internacionales tras la muerte de su hermana Qandeel. “Es nuestra tradición, pero Qandeel era obstinada; siempre quería más y tenía ideas diferentes”.
No exageraba: Qandeel era diferente desde el principio, sobre todo en un contexto en el que la sumisión femenina es la norma. Un día vio a su hermano mayor practicar karate y judo, y tras esto la niña de 8 años se puso a practicar todos los días los movimientos de artes marciales. A su madre, Anwar Bibi, le dijo en una ocasión que sería famosa algún día.
Su vida pública comenzó en el 2012, cuando participó en Pakistan Idol , un programa de concurso de canto inspirado en la fórmula del popular American Idol . La experiencia fue un desastre: a los jueces no les gustó cómo cantaba, y tras su presentación se fue a llorar entre bastidores. El video fue compartido por miles de personas en Internet.
La transformación de Qandeel de una joven hambrienta de fama a una feminista novata podría tener su origen en su breve matrimonio, el cual dijo que estuvo marcado por el abuso.
Al principio parecía una unión amorosa. A diferencia de lo que suele ocurrir en su país, no fue un matrimonio arreglado: se casó con un amigo de la familia.
Como lo contó su exesposo Ashiq Hussain a la agencia de noticias AP, Fauzia lo buscaba, le escribía cartas. “A veces usaba su propia sangre para escribir”, narró. “En ese entonces no era Qandeel, era Fauzia todavía”. Estaba obsesionada con mudarse a la ciudad, comprar una casa y usar ropa bonita, dijo.
“Quizá en su corazón, ella ya estaba pensando en ser una estrella”, agregó.
Su notoriedad creció cuando sumó millones de vistas en su canal de YouTube al igual que miles de No me gusta a sus videos. Un usuario en su página de Facebook escribió que quería que Qandeel fuera arrestada por “difundir la vulgaridad” . Otro escribió en inglés “te odiamos”, con faltas de ortografía.
Pero el rechazo no fue absoluto: también inspiró a muchos más, que poco a poco comenzaron a manifestarle su apoyo. Uno escribió “Eres fuerte como los hombres” , y otro dijo “gran estilo y confianza. Eres una superestrella para mí”.
Aguas tumultuosas, aguas divididas
En vida, Qandeel partió en dos las opiniones sobre su presencia mediática y sus opiniones. En muerte, el consenso sigue dividido. Pakistán es un río turbio: aunque son muchos quienes le defienden y condenan su muerte, otros en cambio se sitúan del bando de la violencia y defienden a su hermano homicida.
“Una mujer que decide publicar fotos de sí misma desnuda, solo por publicidad y fama. ¿Qué se supone que debía hacer su hermano?”, comentó en Twitter un usuario residente de Islamabad.
El argumento opuesto lo resumió, también en un posteo en Twitter, Nafisa Shah, antropóloga social y miembra del Parlamento de Pakistán: “Una estrella de las redes sociales, quien expuso las hipocresías de nuestras sociedad, es asesinada por un justiciero de su familia creada por una ley sesgada. Lamentable”.
Pese a que las opiniones están divididas, las acciones parecen decir lo contrario. Munawar Anzeem, hermana de Qandeel, contó a AP que ha visto grupos de hombres reunirse ante la tumba de la fallecida para recordarla. “Cuando estaba viva, todos decían cosas horribles de ella y ahora vienen a rendir homenaje”, dijo. “Son unos hipócritas”.
En efecto, la hipocresía de su entorno catapultó la carrera de Qandeel Baloch –sin la gente que le odiaba y criticaba no hubiera alcanzado la fama en todo su país– y ahora ha hecho célebre su muerte.
Ahora, mientras su hermano Muhammed recibe los aplausos de los sectores más conservadores de su país por su crimen y asegura sentirse orgulloso de haber asesinado a su hermana, los seguidores de Qandeel se ven forzados a encontrar refugio en las palabras de la mujer, quien solo semanas antes de su muerte escribió en Facebook:
“No importa cuántas veces me empujen hacia abajo, soy una luchadora. Volveré”.