Damasco. AFP. Los habitantes de Damasco, extenuados por la guerra que los ha estrangulado económicamente, esperan “un milagro” en la conferencia de paz de Ginebra II que consiga silenciar las armas.
Un día antes del inicio previsto de la reunión en Suiza, en la que se procura propiciar el diálogo entre el régimen sirio y la oposición, los bombardeos del Ejército contra los suburbios controlados por insurgentes y los disparos de mortero rebeldes contra la capital se han vuelto menos intensos.
En las calles del casco viejo de Damasco y en otros barrios de la capital hay una apariencia de vida normal: los habitantes se ocupan de sus asuntos, jóvenes se sacan fotos delante de la célebre mezquita de los Omeyas y hombres venden souvenirs con fotos del presidente Bashar al-Asad, pero el cansancio se lee en los rostros cuando se los interroga sobre una posible salida al conflicto que ha dejado 130.000 muertos, de acuerdo con una ONG.
“¿Ginebra? Tendría que haber un milagro para que las cosas salgan bien”, manifiesta Akram, vendedor de verdura en Bab Tuma, un barrio histórico de la capital siria. “Ni unos ni otros querrán hacer concesiones”, agrega, refiriéndose al régimen de Asad y a la oposición.
No obstante, Akram se contentaría con una tregua: “Lo que queremos ante todo es la seguridad. Si no hay un alto el fuego, nunca saldremos de esto (...) Que conversen durante meses, pero yo quiero dormir en paz”.
Maher, estudiante de ingeniería médica, llegó hace cinco meses de Raqa, una ciudad del norte que está en poder de los yihadistas. “No tengo muchas esperanzas”, dice, al lado de su novia, desplazada de Homs (centro). Ginebra II “terminará sin resultado, sobre todo si Occidente impone una solución”, agrega este joven sunita de 24 años.
Su novia, Maha, es más pesimista. “Siria nunca volverá a ser como antes. Pienso que no habrá reconciliación porque ha habido demasiado dolor”, declara.
Por su parte, Omar, panadero en Bab Tuma, se alegra de haber abandonado hace un año el campo palestino de Yarmuk, en Damasco, hoy en día asediado por el Ejército sirio. “Estamos cansados. Necesitamos un verdadero milagro en Ginebra”, dice este excontador, de 31 años.
Otros habitantes hacen declaraciones que coinciden con los argumentos del régimen o critican a la oposición.
“Esperamos la victoria para nosotros y nuestro presidente”, declara un transeúnte en Maryé, barrio del centro de la capital. En este sector, cientos de familias se han refugiado en hoteles baratos.
“Todo esto se acabará cuando los terroristas salgan del país”, expresa Amjdad, un quincuagenario desplazado de Yarmuk, refiriéndose a los rebeldes.