AFP
Un niño rohinyá hizo solo el viaje desde Birmania, integrándose a extraños de otras aldeas para atravesar ríos y junglas, hasta llegar a Bangladés, país en el que no tiene un lugar adonde ir, ni tampoco familia.
"Algunas mujeres del grupo le habían preguntado: '¿dónde están tus padres?' Yo les respondía que no sabía", cuenta Abdul Aziz, de 10 años, cuyo nombre fue modificado para proteger su identidad.
"Una mujer me dijo: 'vamos a cuidar de ti como a nuestro hijo, ven con nosotros'. Y yo los seguí", añade.
Más de 1.100 niños rohinyás, que huían de la violencia en el oeste de Birmania, han llegado solos a Bangladés desde el 25 de agosto, según cifras del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
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Estos menores desamparados son particularmente vulnerables a los abusos sexuales, al tráfico de seres humanos y a sufrir traumas psicológicos, se inquieta la agencia de la ONU especializada en la infancia.
Muchos de ellos vieron cómo eran masacrados los miembros de su familia en el estado birmano de Rakáin por el ejército y las milicias budistas, algo que Naciones Unidas califica como "limpieza étnica".
Otros salvaron su vida por un pelo. Algunos niños de esta minoría musulmana perseguida llegan con heridas de bala.
El número de menores llegados solos a Bangladés, o separados de sus familias durante el camino, seguramente aumentará en tanto sean dados a conocer nuevos casos a las autoridades y organizaciones internacionales.
Más de la mitad de los 379.000 refugiados rohinyás llegados a Bangladés desde el 25 de agosto, fecha del desencadenamiento de la nueva ola de violencia en Rakáin, son menores, según la ONU.
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En medio de esa marea humana, identificar a los niños solos es como encontrar una aguja en un pajar, según los responsables de protección de la infancia. En los inmensos campos de refugiados, muchos niños pequeños vagan desnudos, duermen a la intemperie o juegan en solitario en charcos de agua sucia.
Los niños que llegan solos "al principio no hablan, no comen. Se quedan sentados, inmóviles, con la mirada en el vacío", señala a la Moazem Hosain, encargado de proyectos de la organización caritativa BRAC.
Su organización, en cooperación con Unicef, gestiona un espacio reservado a los niños en el campo de refugiados de Kutupalong. Hay 41 de estas zonas protegidas en los campamentos en el sur de Bangladés.
Algunos niños, llevando en brazos a sus hermanos o hermanas más pequeños, se acercan a estos rudimentarios refugios de madera para participar en talleres de canto, o divertirse con juguetes y cubos.
Para ellos, estos interludios de paz constituyen un respiro en la extrema miseria de los campos, convertidos en barrizales por la lluvia y donde los refugiados se disputan el más ínfimo espacio libre.
Estos momentos de juego son también la oportunidad para los especialistas de estudiar a los niños, conocer un poco más de sus historias, registrar a los recién llegados y, sobre todo, poder identificar a aquellos que viajan sin compañía.
Mohamad Ramiz (nombre ficticio), de 12 años, se encontró sin nadie de su familia u entorno al huir de su aldea y se incorporó a un grupo de adultos.
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"Había mucha violencia, entonces atravesé el río junto a los otros", comenta a la AFP.
"Comí hojas de árboles y bebí agua para sobrevivir", añade.
Sin vigilancia, estos niños corren peligro de caer en manos de personas malintencionadas, advierte Christophe Boulierac, portavoz de Unicef en Ginebra.
Es urgente identificar a los niños solos entre la muchedumbre que llega a Bangladés. "Cuanto más rápido actuemos, mayor es la chance de encontrar a sus familias", explica a la AFP Boulierac.
"Lo más importante es protegerlos, porque los niños no acompañados, los niños separados (de sus familias), son particularmente vulnerables y están en peligro", advierte.