RÍO DE JANEIRO. AFP. Ser cartero en la enorme favela Rocinha de Río de Janeiro, la más grande de Brasil, con sus miles de calles estrechas y empinadas, es casi un trabajo para un detective.
Dar con el “Callejón de los cornudos”, el “Pasaje de los drogados” o “la casa donde hay un perro llamado Guerrero” forma parte del trajín cotidiano de un cartero en esa favela de 150.000 habitantes.
“A veces para llegar a donde un residente hay que atravesar la cocina de otra casa”, dijo a la AFP Edson Martins, portavoz de la oficia de Correos, al resumir lo que implica distribuir cartas en Rocinha.
El mundo de Rocinha. Allí, las casas construidas en las laderas crecieron al azar, al igual que los emigrantes del noreste pobre del país en pos de trabajo.
Situada en el corazón de los barrios más ricos de la ciudad, bastión de los narcotraficantes y zona sin ley durante 30 años, Rocinha fue recuperada por las autoridades a finales del 2011 en una operación que movilizó a cientos de policías y soldados, apoyados por helicópteros y vehículos blindados.
Después de expulsar a los traficantes de drogas, la alcaldía carioca empezó a urbanizar y ordenar ese laberinto de callejuelas cubiertas por una maraña de cables eléctricos: se les dio un nombre, se puso número en las casas y se comenzó a asignar códigos postales a las personas para que pudieran recibir el correo en su casa.
“Antes, la calle número 4 era un simple pasaje, ahora es una calle real. Esto facilita nuestro trabajo”, comentó el cartero Ricardo Pinto, de 52 años.
Antes de la “pacificación”, Pinto no se aventuraba más allá de la calle principal para no toparse cara a cara con hombres armados y dejaba las cartas en alguna tienda para que los vecinos pasaran por ellas.
Servicio postal. Hoy, seis carteros van de puerta en puerta por el vecindario, donde las calles tienen nombres oficiales. Distribuyen 5.200 cartas al día.
Una furgoneta sirve también de oficina postal ambulante, donde la gente puede recoger su correo.
Sin embargo, “estos carteros todavía cubren solo el 30% de Rocinha”, reconoció el portavoz Edson Martins.
“Avanzamos al ritmo del padrón de la alcaldía”, argumentó.
Más allá del “Valao” –la cloaca a cielo abierto de Rocinha– las calles no tienen nombre.
Carlos Pedro, de 43 años, fundó hace 13 años la empresa Carteiro Amigo (Cartero Amigo) con el dinero de su seguro de desempleo.
Da trabajo a siete “carteros” –no reconocidos por el Correo convencional– para entregar correspondencia en más de 8.000 viviendas a cambio de una tasa de alrededor $6,7 dólares.
“Nuestro trabajo empieza donde termina el del Correo. El servicio postal entrega el correo solo en las calles reconocidas por el alcalde. Vamos por calles que no están indexadas, donde las casas no tienen números”, puntualizó Silas Vieira, de 44 años, uno de esos carteros.
Vieira y Pedro conocen la Rocinha desde que nacieron y han desarrollado su propio registro de propiedades a partir de los apodos que les daba la gente para recorrer los 3.000 callejones, plazas y escaleras de la favela, un “verdadero trabajo de detective”, dijeron.
“Pero como nuestros empleados son de aquí, nunca hemos tenido ningún problema para circular, incluso en tiempos de los traficantes de drogas”, contó Vieira.
Sin revelar su facturación, Vieira y Pedro señalaron que “se ha triplicado en 10 años” y que abrieron franquicias en otras 10 favelas.
El “correo amigo” Max, de 32 años, recorre a diario de 8 a 10 kilómetros de calles.
“Cambió mi vida, antes tenía que dar toda una vuelta para conseguir mi correo”, expresó Norma Lucia, de unos 50 años.
Pero otros se quejan de tener que pagar por un servicio que es gratuito en el resto de la ciudad.
“Aunque mi ‘cartero amigo’ hace un trabajo excelente, me siento rehén de este servicio. Yo pensé que con la paz iba a cambiar. El Correo es un servicio público que todavía no ha llegado”, lamentó un vecino identificado como José, de 55 años.
En Río de Janeiro, más de un tercio de la población, unos dos millones de personas, vive en un millar de favelas.
Las de la zona sur y la zona turística fueron gradualmente “pacificadas” desde el 2008, en preparación para que Brasil sea sede de la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, pero los servicios básicos (la red de alcantarillado, el agua potable, la recolección de basura, el correo, entre otros) tardan en llegar.