Tijuana. AFP. Serpenteando la frontera con Estados Unidos, un canal de Tijuana arrastra consigo aguas negras y desechos, pero también la suerte de cientos de deportados mexicanos y centroamericanos que se hunden en las drogas y la marginación.
La génesis de muchas de estas historias se encuentra en el inmaculadamente blanco capitolio de Washington , donde los legisladores estadounidenses no acaban de aprobar una reforma migratoria que abriría la vía a la ciudadanía a 11 millones de inmigrantes ilegales. Mientras, la cifra de más de 2 millones de deportados en la administración del presidente Barack Obama sigue inflándose.
El año pasado, más de 300.000 mexicanos fueron expulsados de Estados Unidos. Decenas de miles de ellos a través de Tijuana, una vibrante ciudad empotrada en el desierto del noroeste de México.
Bajo tórridas temperaturas, los deportados pasan obligadamente por un puente envuelto en olores de basura fermentada y orines. Se trata de El Bordo , un canal de desagüe de dos kilómetros cuyas orillas son habitadas por cerca de 1.000 indigentes. Más del 90% de ellos fueron deportados de Estados Unidos y sus vidas se fueron estancando en este rincón de Tijuana desde hace meses e incluso años, hasta ahogarse, en centenares de casos, en el abismo de las drogas.
Anteriormente, la inmensa mayoría de las deportaciones correspondían a personas arrestadas en la frontera cuando intentaban cruzarla clandestinamente, y muchas de ellas volvían con facilidad a sus pueblos de origen, explicó Ernesto Hernández, un sacerdote local que defiende los derechos humanos.
“Pero ahora deportan a gente que ya llevaba años instalada en territorio estadounidense; no tienen a nadie en México. Así, prefieren quedarse en El Bordo, lo más cerca posible de su familia y acechando la primera oportunidad para volver a las vidas que dejaron del otro lado de la frontera”, dijo Hernández.
En estas circunstancias, pasar de la deportación a la indigencia es una cuestión de días, y el camino hacia la drogadicción se acorta a medida que la estancia de los deportados se prolonga en El Bordo.
Testimonios. Julio Romero, un hombre de 60 años, originario de la Ciudad de México, es uno de los muchos casos que pasaron por el Bordo de Tijuana.
“Tras vivir cinco años en el canal, yo era un alcohólico adicto: cristal, marihuana, cemento, psicotrópicos, cocaína...”, recordó Romero quien fue deportado hace seis años y lleva seis meses aferrándose a la sobriedad, a su nuevo oficio de limpiabotas y a su Santa Biblia.
“Los deportados llegan sin más que lo que traen puesto; van a empezar a caminar, comerán lo que encuentren, ese mismo día ya van a estar sucios. La policía los va a tratar como delincuentes y, entonces, ellos ya se van a sentir marginados”, explicó Hernández.
“Me voy. No sé si este fin de semana o el que viene, pero me voy”, dijo en perfecto inglés Juan Alberto Vargas, un estudiante mexicano de arqueología que fue deportado hace un mes, tras haber vivido 22 de sus 25 años en California.
Este muchacho de anteojos de fondo de botella, que duerme en refugios aledaños al Bordo, forma parte de los ‘dreamers’ (soñadores), jóvenes nacidos en México, Centroamérica y otros países que llegaron ilegalmente a Estados Unidos en brazos de sus padres, cuando apenas eran niños, y que esperan una reforma migratoria que los ampare de ser deportados en cualquier momento.
La crisis migratoria amenaza ya la seguridad de Tijuana.
Asimismo, emigrantes guatemaltecos, hondureños y salvadoreños también se están buscando refugio en El Bordo.