Mientras Chile celebraba el rescate de sus mineros, circulaba en la Red un documento socarrón sobre cómo hubiera sido la historia si el evento hubiera ocurrido en Costa Rica.
Se vale hacer comparaciones para descubrir cuáles buenas prácticas deberíamos imitar y cuáles de nuestros comportamientos, mirados a la luz de lo que hacen otros, deberían ser eliminados.
Lo que no está bien es mostrar una lista de comportamientos, algunos de manera caricaturesca, con el tono de “no hay remedio, así somos”.
No somos la Suiza de América, pero tenemos logros nacionales que deben traducirse en una auto-imagen sana.
El Repertorio Americano iluminó al continente, desde hace décadas tuvimos energía eléctrica en todo el territorio y los colegios llegaron a todos los rincones del país. Tenemos un solidarismo nacido aquí.
Los 40 nos dejaron una seguridad social que fue ejemplo en América.
En los 60, el ICE contaba con una tecnología para hacer túneles que sin duda hubiera sido útil en Chile.
No podemos negar nuestros defectos pero otra cosa es procesarlos encadenando eventos aislados para terminar con un diagnóstico lúgubre.
Ciertamente, la “platina”, la carretera a Caldera y nuestra ausencia del Mundial de futbol, dan qué pensar.
Sí hay asidero para el chiste pero podríamos ver esas deficiencias más bien como una plataforma de lanzamiento que nos incite a superar lo que haya que superar.
El chiste sin más, baja el listón con referencia al cual vamos a saltar, cuando lo que nos catapulta es preguntarnos qué es lo que deberíamos hacer como país para volver a ocupar posiciones de liderazgo.
La respuesta, para mi gusto, no consiste en ponerle al gobierno el desafío de que nos conduzca –que debería hacerlo– sino preguntarnos, cada uno, cómo podríamos contribuir a cultivar la excelencia, en nuestro trabajo, en nuestros estudios, en nuestras relaciones personales.
La chapuza no está en el ADN costarricense; es, más bien, la corriente que nos lleva cuando no estamos totalmente despiertos.