El modelo económico de un país es una respuesta sistemática que los gobernantes y, más aún, los estadistas han propuesto a la Nación para que sus decisiones de inversión, relaciones intersectoriales, roles del Estado y el empresariado, sean armónicas.
Ese modelo país debe tener las coordenadas para el ordenamiento del resto de los factores que inciden en el comportamiento de las “variables controlables” y que los responsables temporales de las finanzas públicas tienen que ejecutar en consecuencia de procurar un fin claro.
Todo debe empezar por una definición clara de modelo de desarrollo: si queremos que sea el sector privado el que tenga la responsabilidad de propulsar el desarrollo, generar el empleo, cerrar los baches de orden social.
Este modelo es claramente liberal (no es pecado) y se puede adoptar acompañado de una política de orden fiscal, que sea boyante y contracíclica, que permita al sector privado tomar respiros cuando el volumen de la actividad económica decae, para no tener que cerrar fuentes de empleo y mantener el oneroso costo fiscal directo e indirecto. A la vez que el efecto de cierre de baches sociales se financie con impuestos, lo cual sería responsabilidad de un Estado, propiciador de condiciones para el ejercicio responsable de la libertad de los individuos y, en consecuencia, de la libertad de empresa.
Leer las declaraciones del preocupado presidente del Banco Central respecto de las consecuencia de un Estado que invierte poco en obra pública y, en contraste, leer la preocupación del sector financiero por las consecuencias de tener un aumento previsible del encaje legal de los bancos, es solo un signo de la carencia de un claro modelo.
No podemos tener las condiciones de un Estado proveedor y socialista, conviviendo con un Estado que ordene las variables de una economía de libre mercado; esto solo cruje y explica por qué es difícil lograr ser consecuente entre predicados y acciones. No podemos seguir debatiendo si es mejor tener un Estado más pequeño y eficiente, mientras lo seguimos engordando. La diferencia entre políticos y estadistas está en la preocupación de las emergencias de los primeros y la acción para evitarlas de los segundos. Los últimos desarrollan los modelos país que superan a los políticos de turno, los cuales solo se tienen que sentar a decidir cómo conducirlo.