El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, que conjunta los esfuerzos de científicos de todo el mundo, empezó a publicar los borradores de los capítulos de su más reciente evaluación y, en la mayor parte, la lectura es tan desalentadora como se podría esperar. Todavía vamos camino a la catástrofe debido a la ausencia de grandes cambios en las políticas.
Pero hay una pieza de la evaluación que, si bien es condicional, es sorprendentemente optimista: la visión sobre la economía de mitigación. Aunque el informe pide acción drástica para limitar las emisiones de gases del efecto invernadero, afirma que el impacto económico de tan radical medida sería sorprendentemente pequeño. De hecho, hasta de acuerdo con las metas más ambiciosas que la evaluación analiza, la reducción que se calcula para el crecimiento económico llegaría a una cantidad que equivale a un error de redondeo: alrededor del 0,06% al año.
¿En qué se sustenta este optimismo económico? En gran medida, refleja una revolución tecnológica de la que mucha gente no está enterada y que consiste en la increíble baja en el costo de la energía renovable, en especial de la solar.
Antes de llegar a esa revolución, sin embargo, hablemos un momento respecto a la relación general entre el crecimiento económico y el ambiente.
Igual a otras cosas, más producto interno bruto (PIB) tiende a significar más contaminación. ¿Qué transformó a China en el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo? Un explosivo crecimiento económico. Pero otras cosas no tienen que ser iguales. No hay una relación unívoca entre crecimiento y contaminación.
Gente tanto de izquierda como de derecha a menudo falla en cuanto a comprender este punto. (Odio cuando los comentaristas tratan de convertir cada asunto en un caso en el que “ambas partes están equivocadas” pero, esta vez, sucede que sí es cierto). En la izquierda, a veces se encuentran ambientalistas que afirman que, para salvar el planeta, tenemos que descartar la idea de una economía que siempre está en crecimiento; en la derecha, a menudo se encuentran afirmaciones de que cualquier intento por limitar la contaminación tendrá efectos devastadores sobre el crecimiento. Sin embargo, no hay razón alguna para que no podamos enriquecernos más al tiempo que reducimos el impacto sobre el ambiente.
Permítanme agregar que los defensores del mercado libre parecen experimentar una peculiar pérdida de fe cada vez que surge el tema del ambiente. Normalmente proclaman que la magia del mercado puede vencer todos los obstáculos, que la flexibilidad y talento para la innovación que tiene el sector privado lo puede llevar a convivir con factores limitantes, como la escasez de tierra o de minerales. Pero sugiera la posibilidad de medidas ambientales amigables con el mercado, como un impuesto al carbono o un sistema de fijación de límites máximos e intercambio de derechos para las emisiones de carbono, e inesperadamente afirman que el sector privado sería incapaz de hacerle frente, que los costos serían inmensos. Es extraña la forma en que eso funciona.
La posición razonable en la economía de cambio climático siempre ha sido que es como la economía de todo lo demás: que si damos a las corporaciones y a los individuos un incentivo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, ellos van a responder positivamente. ¿Qué forma tendría esa respuesta? Hasta hace pocos años, la mejor suposición era que evolucionaría en muchos frentes, involucrando todo, desde mejor aislamiento y autos más eficientes en cuanto al consumo de combustible, hasta un aumento en el uso de la energía nuclear.
Sin embargo, un frente que muchas personas no tomaron muy en serio fue el de la energía renovable. Es cierto que la fijación de límites máximos e intercambio de derechos de emisiones podría abrir más campo a la energía eólica y a la solar pero, al final de cuentas, ¿qué importancia realmente tendrían esas fuentes? Y tengo que admitir que compartí ese escepticismo. Para decir verdad, pensé en la idea de que el viento y el sol pudieran ser actores estelares como vaga e inconsiderada, como tontamente idealista.
Pero estaba equivocado. El panel sobre cambio climático, en su inexpresiva prosa, hace notar que “muchas tecnologías de ER [energía renovable] han demostrado rendimiento y mejoras sustanciales, así como reducción de costos” en el periodo transcurrido desde la emisión de su último informe, allá en el 2007. El Departamento de Energía [de los Estados Unidos] está dispuesto a mostrar un poco más de entusiasmo abierto, tanto que el año pasado dio a conocer un informe sobre energía limpia que tituló: “Revolución ya”. Eso parece una hipérbole, pero uno cae en la cuenta de que no lo es cuando se entera de que el precio de los paneles solares ha bajado más del 75% solamente desde el 2008.
Gracias a este gran avance tecnológico, el panel sobre el clima puede hablar ahora de “descarburar” la generación de electricidad como una meta realista y, dado que las plantas que usan carbón como combustible son un componente inmenso del problema climático, ahí tenemos gran parte de la solución.
Hasta es posible que eliminar el carbón pueda tener lugar sin mucho estímulo especial, pero no podemos ni debemos darlo por un hecho. El punto, en lugar de eso, es que recortes drásticos en las emisiones de gases de efecto invernadero está ahora dentro de un alcance bastante fácil.
De esta manera, ¿está resuelta la amenaza climática? Bueno, así tenía que ser. La ciencia es sólida; ahí está la tecnología; la economía luce mucho más favorable de lo que cualquiera hubiera esperado. Todo lo que se interpone en el camino hacia la salvación del planeta Tierra es una combinación de ignorancia, prejuicio e intereses creados. ¿Qué podría salir mal? ¡Ay, Dios! Mejor esperemos.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.