El paquete presupuestario creado por la senadora demócrata, Patty Murray, y el representante republicano, Paul Ryan –presidentes de los Comités Presupuestarios del Senado y la Cámara– recuerda el famoso ensayo de 1959, del especialista en Ciencias Políticas, Charles E. Lindblom, titulado The Science of Muddling Through (La ciencia de ir tirando). Lindblom escribió: “Las democracias cambian sus políticas casi enteramente por medio de ajustes incrementales. Las políticas no se mueven a saltos o brincos”. La gente se aferra a lo que conoce. Los cambios transformativos (“no-incrementales”) son generalmente “políticamente imposibles” y, cuando no lo son, son “impredecibles en sus consecuencias”.
Más de medio siglo más tarde, las reflexiones de Lindblom perduran. Solo miremos en derredor. Obamacare demuestra los peligros de las políticas transformativas (su factor imprevisible). Y el acuerdo Murray-Ryan es un triunfo del incrementalismo, es decir de “ir tirando”. Está bien, reconozcamos su logro. El acuerdo es mejor que la alternativa, que podría ser otro absurdo “cierre” (en realidad, sólo un cierre parcial) del gobierno. Pero el precio de la paz es no hacer casi nada con respecto a los problemas presupuestarios a largo plazo.
Recuerden: el tema central es la desigualdad entre las promesas de gastos del gobierno y su falta de voluntad para imponer impuestos. Aunque la Gran Recesión dolió, no constituye la esencia del asunto. Entre 1973 y el 2012, el presupuesto tuvo excedentes sólo en cuatro años. Durante ese período, los gastos promediaron un 21% de la economía (Producto Interno Bruto) y los impuestos, un 18%. La jubilación de los baby-boomers está elevando ahora los gastos del Seguro Social y Medicare y, si no se hace nada, los déficits.
Pero, ¿qué hacer? Los demócratas no quieren reducir los beneficios de los jubilados; los republicanos rechazan los aumentos fiscales. El resto del presupuesto (el 36% que abarca los gastos de Defensa y los programas “discrecionales” como el FBI, los almuerzos escolares y las reglamentaciones del medio ambiente) ha sufrido la mayoría de los recortes. En el 2011, la Ley de Control Presupuestario redujo esos gastos imponiendo límites anuales. Cuando el Congreso no pudo ponerse de acuerdo sobre cambios adicionales, desencadenó un “secuestro”: recortes automáticos a esos mismos gastos.
Ahora el Congreso no puede tolerar un secuestro. A los republicanos les preocupa las repercusiones en las fuerzas armadas. Se ha reducido el entrenamiento, retrasado las compras de armamento, reducido la cantidad de efectivos. Para el 2021, las fuerzas de combate de Estados Unidos podrían haberse reducido en un 25% a partir del nivel del 2012, calcula el Bipartisan Policy Center. Los demócratas temen que se esté vaciando los programas internos. Un informe del Center for American Progress, un centro de investigaciones liberal, expone algunas inquietudes: menos inspectores de carne y bomberos forestales; menos gastos en Head Start y en los Centros Para el Control y Prevención de Enfermedades.
El plan Murray-Ryan tiene como objetivo aliviar esta desgracia del secuestro. Lo hace aumentando los gastos autorizados en $45.000 millones en el 2014, y $18.000 millones en el 2015, divididos entre programas de defensa y no-defensa. Para pagar los incrementos, el plan, entre otras cosas, reduciría los beneficios de las pensiones de los empleados federales y de los retirados militares; elevaría las tarifas de seguridad de aeropuertos y las primas de las garantías de las pensiones federales; y reduciría los pagos a los estados por las concesiones mineras.
No se pretende resolver la desigualdad entre impuestos y gastos. En el 2014 y 2015, los déficits presupuestarios aumentan levemente (un factor positivo, según algunos economistas). La afirmación de que el paquete proporcionaría una pequeña cantidad de reducción presupuestaria en una década es dudosa; la mayor parte de la reducción se produce en el 2022 y 2023 y refleja suposiciones que pueden revertirse instantáneamente. El mensaje más amplio es que los déficits anuales continuarán indefinidamente: “la actual trayectoria (ascendente) de la deuda” no se modificaría, expresa el Committee for a Responsable Federal Budget, que no apoya a ningún partido.
Todo esto se inscribe en la mejor tradición de ir tirando. Casi nadie quiere enfrentar preguntas verdaderamente difíciles. ¿Cuál queremos que sea el alcance de nuestro gobierno? ¿Qué grupos o causas merecen ayuda? ¿Cuáles no? ¿Cuán altos pueden ser los impuestos sin perjudicar la economía? Durante décadas, el Congreso y los presidentes han evitado estos y otros temas difíciles por medio de déficits crónicos.
Pero hay un problema. La observación de sentido común de Lindblom presenta una excepción gigante: las crisis. El cambio, producido por acontecimientos externos, sí se produce en “saltos y brincos”. La reciente crisis financiera hizo que el Congreso y dos presidentes adoptaran medidas (el rescate de los grandes bancos, General Motors y Chrysler) que unos meses antes eran impensables. En los años 60, las manifestaciones de los derechos civiles obligaron a que el Congreso aprobara la Ley de los Derechos Civiles de 1964 la que, prohibiendo la mayor parte de la discriminación racial, no fue “incremental”. La historia ofrece otros ejemplos, entre ellos la Guerra Civil, el New Deal, y ambas guerras Mundiales. Los cambios pequeños no serán suficientes cuando se requieran cambios grandes.
En el tema del presupuesto, el ir tirando se lleva a cabo con una suposición esencial: que los déficits continuos no provoquen una crisis que obligue a los líderes políticos a tomar duras medidas que, de otra manera, no adoptarían.
Durante décadas, los “expertos” han advertido sobre las tremendas consecuencias de los déficits descontrolados. Aún así, no se ha producido una gran crisis. Pero esa convicción podría también ser complacencia.
La deuda del gobierno está en un territorio sin precedentes, a no ser la deuda durante la guerra. No conocemos las consecuencias. Algún día, quizás no podamos darnos el lujo de ir tirando.
Robert Samuelson inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.