John Maynard Keynes escribió: “Las faltas que sobresalen en la sociedad económica en la que vivimos son su falla en cuanto a proveer empleo completo y su arbitraria y desigual distribución de riqueza e ingresos”. Eso fue en 1936, pero también es válido en nuestro propio tiempo. En un mundo mejor, nuestros líderes estarían haciendo todo lo que esté a su alcance por subsanar ambas fallas.
Desafortunadamente, el mundo en que vivimos hoy se queda corto de ese ideal. De hecho, deberíamos considerarnos afortunados cuando los líderes confrontan siquiera una de las dos grandes fallas. Si, como se ha reportado ampliamente, el presidente Barack Obama va a dedicar buena parte de su discurso del Estado de la Unión a la desigualdad, todos deberíamos alentarlo.
Por supuesto que no lo van a hacer. En vez de eso, va a recibir críticas maliciosas de dos tipos. Los recelosos usuales de la derecha –como sucede siempre que salen a relucir los asuntos de distribución de los ingresos– hillarán: “¡Guerra de clases!”. Pero también habrá voces aparentemente más sobrias que argumentarán que ha escogido el objetivo equivocado, que los empleos –no la desigualdad– deberían ser la primera prioridad en la agenda del Presidente.
Estas son las razones que muestran que están equivocados.
En primer lugar, los empleos y la desigualdad son asuntos que están íntimamente ligados. Hay una argumentación muy buena, aunque no invulnerable, respecto a que la creciente desigualdad ayudó a montar el escenario para nuestra crisis económica, y que la distribución altamente desigual de los ingresos desde que la crisis se presentó ha perpetuado la depresión, en especial al dificultar a las familias endeudadas el trabajo para pagar deudas.
Aún más, hay una argumentación todavía más fuerte respecto a que el alto desempleo –al destruir el poder de negociación de los trabajadores– se ha convertido en la mayor fuente de desigualdad creciente y de ingresos estancados incluso para aquellos con la suficiente suerte para tener empleo.
Más allá de eso, como asunto político, la desigualdad y la política macroeconómica ya están inseparablemente ligadas. Ha sido evidente durante largo tiempo que la obsesión con el déficit, que ha tenido un efecto destructivo en las políticas en los últimos años, en realidad no es impulsada por preocupaciones respecto a la deuda federal. En vez de eso, se trata principalmente de un esfuerzo por usar los temores de la deuda para asustar a la nación y para que dé un tajo a los programas sociales, en especial a los que dan ayuda a los pobres.
Pero la razón más importante para que Obama se enfoque en la desigualdad es el realismo político. Guste o no, la simple realidad es que los estadounidenses comprenden la desigualdad, pero no tanto la macroeconomía.
Hay un mito duradero entre la “eruditocracia” de que el populismo no vende, que a los estadounidenses no les preocupa la brecha entre los ricos y todos los demás. No es cierto. Sí, somos una nación que admira el éxito, en vez de resentirlo; sin embargo, a la mayoría de la gente la perturban las extremas disparidades de nuestra Segunda Edad Dorada. Una nueva encuesta de Pew encuentra que una abrumadora mayoría de los estadounidenses –¡y el 45% de los republicanos!– apoya las acciones gubernamentales para reducir la desigualdad.
Como contraste, es muy difícil comunicar siquiera la más básica de las verdades de la macroeconomía, como la necesidad de incurrir en déficits para apoyar el empleo en tiempos difíciles. Uno puede argumentar que Obama se debió esforzar más para lograr la comprensión de estas ideas. Pero, aunque lo hubiera intentado, es muy difícil que hubiera tenido éxito.
Veamos lo que pasó en 1936. Franklin Delano Roosevelt acababa de obtener una rotunda victoria para reelegirse, en gran medida debido al éxito de sus políticas de gasto deficitario. Ahora se olvida a menudo que su primer periodo estuvo permeado por rápida recuperación económica y desempleo que disminuía aceleradamente. Pero el público siguió casado con la ortodoxia económica: por una mayoría de más de 2 a 1, votantes encuestados por Gallup justo después de la elección pedía un presupuesto balanceado. Y Roosevelt, desafortunadamente, escuchó: su intento por balancear el presupuesto pronto hundió a Estados Unidos de nuevo en la recesión.
El punto es que de los dos grandes problemas que enfrenta la economía estadounidense, la desigualdad es el que Obama está más propenso a conectar con los votantes. Y debería buscar esa conexión con clara conciencia de que no hay vergüenza en admitir la realidad política, en el tanto en que uno esté tratando de hacer lo correcto.
Por eso espero que mañana martes oigamos algo sobre empleos y algo contra la histeria por el déficit. Pero si oímos principalmente sobre la desigualdad y la justicia social, está bien.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía ( 2008).