La crisis de Ucrania nos recuerda que el futuro es impredecible, que las guerras a menudo involucran cálculos errados y que la fuerza bruta –botas en el terreno, bombas en el aire– cuenta. Ninguna de estas lecciones obvias parece haber hecho mucha mella en Washington, donde el gobierno de Obama y el Congreso continúan su política de reducción de los fondos de Defensa y del poder militar de Estados Unidos.
Las nuevas proyecciones presupuestarias del Gobierno para 2015 muestran cuán agudamente se está reduciendo el Pentágono. En dólares nominales (no ajustados por la inflación), los gastos de Defensa se mantienen iguales entre 2013 y 2024. Fueron de $626.000 millones en 2013 y $630.000 millones en 2024. Si se los ajusta según la inflación y el crecimiento de la población, caen en un cuarto. Como porción del presupuesto federal, caen de un 18% en 2013, a un 11% en 2024.
El secretario de Defensa, Chuck Hagel, ha esbozado algunos recortes de programas conformes a las reducciones de gastos. El Ejército caería de un reciente pico de 570.000 a 450.000 –cifra más baja desde la Segunda Guerra Mundial– y posiblemente a 420.000.
Estados Unidos tiene fuerzas armadas por dos motivos. Uno es para disuadir conflictos. Incluso si todos los recortes del Pentágono fueran deseables –manifiestamente incorrecto–, su tamaño colectivo simbólicamente socava el factor de disuasión. Envía el mensaje de que Estados Unidos se está replegando, que está cansado de la guerra y es renuente a desplegar su poder como instrumento de su política nacional.
Eso podría envalentonar a potenciales adversarios e inducir a cálculos errados. El repliegue militar de Estados Unidos no hará que los líderes de China sean menos ambiciosos globalmente. Tampoco reducirá la agresividad de Irán ni promoverá un acuerdo negociado para su programa nuclear.
La segunda razón para contar con fuerzas armadas es defender los intereses nacionales, y prevalecer en un conflicto. Es difícil decir exactamente lo que esto requiere, porque la naturaleza de la guerra está cambiando para incluir ataques cibernéticos, adversarios que no son Estados, y la amenaza de armas de destrucción masiva.
Hay muchos potenciales escenarios de guerra: las naciones del golfo persa, incluyendo Irán, si Estados Unidos bombardeara sus instalaciones nucleares; el mar de China Meridional; la península de Corea; Pakistán, si se amenazara el robo de sus armas nucleares. La agresión de Rusia en Ucrania crea la perspectiva del posible estacionamiento de tropas estadounidenses en las naciones del Báltico o en Polonia. Todas ellas pertenecen a la OTAN; todas deben sentirse ahora más amenazadas por Rusia.
El Pentágono ya ha reducido su capacidad. Ha abandonado su suposición del pasado de que podía librar dos guerras importantes simultáneamente.
Todo esto constituye un enorme riesgo. Hagel dice que la actual reducción de fondos crea un “riesgo agregado” (traducción: más bajas de combate, menos posibilidades de éxito). Advierte de que un retorno a un “secuestro” (recortes más profundos ordenados por el Congreso) crearía una “fuerza hueca”.
Los gastos de Defensa deberían reflejar una visión estratégica del papel mundial de Estados Unidos. Esa visión equilibraría la renuencia de los norteamericanos a ser el “policía del mundo” con la verdad observada de que, dada la interconexión de la actualidad, hechos distantes pueden afectar intereses norteamericanos esenciales. En realidad, la estrategia está impulsada por la conveniencia política y la escasez de dinero. Refleja la desilusión popular provocada por la guerra de Irak y la de Afganistán. Supone que el mundo no castigará las preferencias políticas de los líderes norteamericanos. Obama y los demócratas no sacrificarán los gastos sociales por los de Defensa; los republicanos no admitirán que los gastos más altos de Defensa requieren impuestos más altos.
La falta de atención a estos hechos es asombrosa. Christine H. Fox, la secretaria de Defensa en ejercicio, señaló que “el mundo no se ha vuelto menos peligroso, turbulento o necesitado del liderazgo de Estados Unidos. No hay un dividendo de paz obvio como ocurrió al final de la Guerra Fría”. Pero estamos fingiendo que lo hay, y gastándolo a lo loco.
Robert Samuelson inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además, fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.