Hace solo unos años se consideraba a China como un coloso económico incontenible. Durante tres décadas, su economía creció alrededor de un 10% anual; China parecía deslizarse atravesando la tormenta económica global. Bueno, quizás no. Muchos economistas –chinos y extranjeros– piensan que el modelo económico de China no es viable. Sin un modelo nuevo, dicen, China enfrentará, algún día, un colapso en el crecimiento económico o algo peor. El resultado tiene enormes implicaciones para la estabilidad interna de China y para su huella económica global.
El precedente de Japón, una promesa que se estancó, sugiere que el rápido crecimiento económico no puede darse por descontado.
Primero, un poco de contexto. El modelo económico de China enfatiza las inversiones y el crecimiento económico impulsado por las exportaciones, en desmedro del consumo. La idea es simple: Construir una base industrial adoptando tecnologías y técnicas de producción creadas en otros lados; complementarlas con una infraestructura moderna de carreteras, ferrovías, puertos y aeropuertos.
Todos esos gastos crean puestos de trabajo y elevan los jornales de millones de chinos pobres, que se mudan de áreas rurales a ciudades. Las exportaciones refuerzan aún más los puestos de trabajo. En 2007, el excedente de cuenta corriente de China (un balance comercial expandido) representaba un asombroso 10 por ciento de su economía (producto bruto interno).
La fórmula tuvo éxito durante mucho tiempo. Los ingresos promedio ajustados a la inflación se elevaron de $250 en 1978 a $9.000 en 2012. Pero ahora, hay problemas.
Se han adoptado las tecnologías más fáciles. Cada vez más, la economía necesita generar crecimiento por medio de la innovación.
Además, los principales mercados para las exportaciones –Estados Unidos y Europa– se han debilitado. La demanda es menor y la resistencia a las presuntamente injustas prácticas comerciales chinas se ha vuelto más rígida.
En 2012, el excedente de cuenta corriente de China representaba solo el 2% de su PIB. Por último, pero no menos importante: Muchas de las inversiones públicas y privadas han sido financiadas por deudas y parecen poco económicas. Parece haber un exceso de construcción de infraestructura (caminos, puentes) y lo mismo puede aplicarse a la industria.
“Los elevados niveles de inversiones en China han conducido un exceso de capacidad en múltiples industrias” informa la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad EE.UU.-China.
Lo que amenaza al modelo actual, sostiene el economista Michael Pettis, de Peking University, es la acumulación de la deuda.
En algún momento, algunos prestatarios –las empresas del estado, los gobiernos locales, los constructores– no pagarán, los bancos reducirán sus préstamos severamente, o ambas cosas. Las inversiones caerán. En el papel, la solución es obvia: pasar a una economía impulsada por el consumo. En la práctica, no es tan fácil.
Los gastos en inversiones son tan preponderantes en China que el consumo –los gastos de las familias en alimentos, vestido, automóviles y artículos personales– representaron solo el 36% del producto interno bruto (PIB) en 2012.
En cambio, la porción del consumo en la economía norteamericana fue del 69%.
El incremento de jornales, aunque grande, ha ido a la zaga del crecimiento económico general, ralentizado por sindicatos débiles y abundancia de operarios.
Los techos impuestos por el Gobierno a la tasa de interés de los depósitos bancarios castigan a los ahorristas –reduciendo sus ingresos, lo que a su vez causa más ahorros para contrarrestar las tasas bajas. Con la contención de las tasas de depósito, los bancos brindan préstamos baratos a la industria, alimentando más inversiones. Finalmente, China subvalúa su moneda para proteger las exportaciones y disuadir las importaciones.
Como con Japón en sus años de auge, China está demasiado dedicada a las inversiones y exportaciones. Las distorsiones se alimentan a sí mismas. Consideremos la vivienda.
Al negárseles rentas adecuadas de sus ahorros, muchos chinos invierten en bienes raíces, lo que causa que los precios suban y temor de un exceso de construcción y de una “burbuja”.
China está en una encrucijada. El rápido crecimiento económico forma la base de la legitimidad del Gobierno internamente y de su poder en el exterior. Pero el rápido crecimiento económico está en peligro. Los dirigentes de China reconocen el problema. Su último esfuerzo por resolverlo tuvo lugar en el reciente “tercer pleno” de la 18.ª conferencia del Partido Comunista, el que –entre otras cosas– relajó la restricción de un hijo por pareja y dio a los granjeros más libertad para disponer de su tierra.
“La declaración más elocuente [del comunicado] fue que las fuerzas de mercado comenzarían a desempeñar un papel ‘decisivo’ en adjudicar recursos,” expresa el economista Nicholas Lardy, del Peterson Institute, cuyo libro anterior Mantener el crecimiento económico de China tras la crisis financiera global también halló el modelo económico tradicional anticuado.
Tomado literalmente, el comunicado implica que China pronto desregulará las tasas de interés, flotará la tasa de cambio, acabará con los subsidios energéticos y reducirá las empresas del estado. Nadie espera eso; muchas propuestas de políticas a seguir son vagas.
He aquí el dilema: el viejo modelo podría no ser sostenible, pero llegar a un nuevo modelo podría ser doloroso. Las tasas de interés altas llevarían a las empresas que dependen del crédito barato a la quiebra.
Eso define la situación de China. En 2012, su economía creció un respetable 7,7%. Con buenas políticas, Lardy piensa que se podría continuar aproximadamente con esas cifras. Pettis ve una transición más dura. Como mucho, el crecimiento económico promediará entre un 3 y 4%. No mucho más alto que el de Estados Unidos.
China sigue siendo un coloso, pero su futuro se presenta cada vez más empañado.
ROBERT SAMUELSON inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además, fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.