La industria mundial del automóvil vive días de gran agitación. A la fuerte competencia por desarrollar vehículos más seguros y menos contaminantes, se sumó el desafío de dotarlos de autonomía; me refiero a la capacidad de desplazarse sin necesidad de un conductor, o al menos, con la menor intervención posible del ser humano.
Para lograrlo, los grandes fabricantes de automóviles y las firmas tecnológicas están invirtiendo billones de dólares en desarrollos y adquisición de empresas, o concretando alianzas antes inimaginables. También están reclutando a cientos de personas en áreas como robótica e inteligencia artificial.
Esto hace pensar en la enorme planificación e inversión que en el largo plazo los países tendrán que hacer para adecuar la infraestructura pública y privada a las demandas del transporte terrestre moderno. Y ni se diga de las oportunidades de empleo en sectores como la manufactura avanzada, programación y laboratorios de prueba.
Los carros que andan solos no son cosa de novelas de ciencia ficción. Esta semana, por ejemplo, el Financial Times publicó que Apple estaba en conversaciones con el reconocido fabricante de automóviles deportivos McLaren para finiquitar una compra total o parcial.
La información luego fue desmentida por McLaren, y Apple se abstuvo de comentar sobre el asunto. Pero quedó la incógnita de cuál será el siguiente paso de los ejecutivos de la compañía de Cupertino en la carrera por entregar la primera generación del Apple Car.
Mientras, Volvo reveló en agosto pasado una alianza con Uber, una inversión conjunta de $300 millones para ofrecer el servicio de traslado de pasajeros en vehículos sin conductor. Esto es un salto cualitativo que amenaza no solo a taxis rojos sino al actual modelo de negocio del propio Uber.
Google inició su proyecto de automóviles sin conductor en el 2009 y en el 2014 presentaron un nuevo prototipo, al cual ya se le puede ver, de vez en cuando, por las calles de California. ¿Y Ford? Los padres del automóvil comercial anunciaron, el mes pasado, su plan de lanzar el suyo en el 2021: un habitáculo con ruedas, sin volante ni pedales.
Sin embargo, si me preguntan cuándo fue que esta carrera tecnológica se puso más emocionante, diría que en setiembre del 2015, cuando Toyota –el mayor fabricante de automóviles del mundo– se matriculó, en serio, con la meta de desarrollar un auto sin conductor.
Falta camino. Las compañías tecnológicas y automotrices tiene que encontrar fórmulas para trabajar juntas, el producto debe ganar credibilidad y aceptación en el mercado y la infraestructura tiene que evolucionar, pero lo que se viene es una gran revolución en la manera en cómo nos transportamos.