Un ejercicio para balancear nuestras reacciones pesimistas

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Les recuerdo el cuento de Juan Cachos. Él tenía severas explosiones de ira cada vez que alguien lo llamaba Juan Cachos. Pero, además, permitía que suposiciones y sospechas paranoides se enlazaran en su mente para desatar la tempestad. Tanto así, que un día se cruzó por la calle con alguien que le dijo: adiós, amigo mío. Devolvió el saludo pero inició la rumia suspicaz: me dijo amigo mío. Mío hacen los gatos. Los gatos beben leche. La leche viene de las vacas. Las vacas tienen cachos, y explotó en ira porque había sido ofendido.








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