Una campaña política podría ser vista como un referéndum de los contenidos de los programas de gobierno de los partidos. Nuestro sistema electoral se enriquecería si fuera aceptable que los candidatos “aprendieran” qué es lo que el grueso de la población favorece o rechaza, y pudieran modificar sus planteamientos originales. A fin de cuentas, en el ejercicio del gobierno, o se modifican esos planteamientos mediante acuerdos, o se cae en el inmovilismo.
El juego político, para que resulte funcional al bien común, debe parecerse más a la suma y renovación de ideas, que a un pulso en el cual ninguno quiere ceder. De hecho, en esta campaña, hemos presenciado a los distintos grupos políticos , limarse las aristas para disminuir la dificultad de ser acogidos por más votantes. La divergencia, la polarización, no convienen a nadie. Algunas formas de convergencia – no todas – sí que constituyen una buena forma de aprovechar la campaña política.
Este enfoque de la campaña presenta la tentación de hacer ofertas populistas, lo cual acaba convirtiendo en grupos altamente manipulables a los más débiles, en razón a sus intensas necesidades básicas.
O la campaña podría ser vista como una selección del grupo político que despierte mayor confianza para conducir al país. Si se tratara de lo segundo, no sería necesario que los candidatos detallaran su programa sino que comunicarían a sus electores su visión – a dónde sueñan con llevar al país – y las orientaciones de política: qué se vale y qué no en el proceso de recorrer ese camino hacia la visión. Los planteamientos requerirían más pensamiento abstracto.
Esta campaña parece explicitar algunas políticas. No se vale la corrupción. Ni la ineficacia gruesa. No se vale la ceguera ante la pobreza extrema. Queremos el capitalismo pero no cuando merece el adjetivo de salvaje. Hay instituciones que queremos mantener y mejorar, como la seguridad social. No queremos abandonar la democracia.
Tenemos que inventar formas fehacientes para que los ciudadanos tengan seguridades de que lo que se les está planteando en la campaña –tanto lo estratégico como lo operativo– no va a ser desconocido por los políticos una vez que obtengan el respaldo electoral. Hasta el momento despiertan dudas razonables porque se los considera jugadas coyunturales sin credibilidad. Hay que inventar el “pagaré” electoral. La promesa incondicional ejecutable. Los bancos estarían quebrados si en vez de documentos formales de crédito, trabajaran a base de promesas no fehacientes, como el dicho del deudor de que “más adelante te pago sin falta”.