Una lección aprendida de los problemas económicos recientes ha sido lo útil que es la historia. Justo en el momento en que la crisis se desarrollaba, los economistas de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, –quienes desafortunadamente se volvieron famosos por el peor de sus trabajos– publicaron un brillante libro con el sarcástico título de “Esta vez es diferente”. Su punto, por supuesto, era que hay un gran parecido familiar entre las crisis. En realidad, los paralelismos históricos –no solo con la década de 1930 sino también con Japón en la década de 1990, Gran Bretaña en la década de 1920 y más– han sido guías vitales para el presente.
Sin embargo, las economías sí cambian con el paso del tiempo y a veces lo hacen de maneras fundamentales. Entonces, ¿qué es realmente diferente respecto a Estados Unidos en el siglo XXI?
La respuesta más significativa, sugeriría, es la creciente importancia de las rentas de los monopolios: las ganancias que no representan dividendos por inversiones sino que, en vez de eso, reflejan el valor del dominio de mercado. A veces, ese dominio parece merecido, a veces no, pero, de cualquier forma, la creciente importancia de las rentas es producir una nueva desconexión entre las ganancias y la producción, y puede ser un factor que prolongue el desplome.
Para entender a lo que me refiero, pensemos en las diferencias entre compañías que son íconos de dos épocas diferentes: General Motors en las décadas de 1950 y 1960 y Apple en la actualidad.
Es obvio que la General Motors, en el tiempo de su apogeo, tenía mucho poder de mercado. No obstante, el valor de la compañía se derivaba en gran medida de su capacidad de producción: era propietaria de cientos de fábricas y daba empleo a alrededor del 1% del total de mano de obra no agrícola.
Apple, en contraste, parece escasamente amarrada al mundo material. Dependiendo de los caprichos del precio de sus acciones, ocupa el primer lugar o el segundo entre las compañías estadounidenses más altamente valoradas, pero da empleo a menos del 0,05% de los trabajadores estadounidenses. Hasta cierto punto, esto se debe a que ha subcontratado en el extranjero casi toda su producción. Pero la verdad es que los chinos tampoco están ganando tanto dinero con las ventas de Apple. En gran medida, el precio que uno paga por un “iLoquesea” está desconectado del costo de producir el artefacto. Apple sencillamente cobra lo que el mercado aguante, y dada la fortaleza de su posición de mercado, el mercado aguantará mucho.
De nuevo, no estoy formulando un juicio moral aquí. Uno puede argumentar que Apple se ganó su posición especial, aunque no estoy seguro de que muchos vayan a hacer una afirmación similar para Microsoft, que tuvo ganancias gigantescas durante muchos años, y mucho menos por la industria financiera, que también está marcada por una gran cantidad de lo que tiene la apariencia de rentas monopolísticas, y que en estos días da cuenta de aproximadamente el 30% del total de las ganancias corporativas. De todas formas, ya sea que las corporaciones merezcan su status privilegiado o no, la economía es afectada, y no en una forma positiva, cuando las ganancias de manera creciente reflejan poder de mercado más que producción.
Este es un ejemplo. Como muchos economistas han estado haciendo ver recientemente, en estos días la vieja historia respecto a la desigualdad cada vez más grande, que fue empujada por un creciente reconocimiento a la habilidad, se ha quedado sin cualquier relevancia que pudiera haber tenido. Desde alrededor del año 2000, la gran historia ha sido, más bien, un cambio marcado en la distribución del ingreso, quitando a los salarios en general y dando a las ganancias. Pero aquí hay un acertijo: dado que las ganancias son altas mientras que los costos de los préstamos son bajos, ¿por qué no estamos viendo un auge en la inversión empresarial? Y, no, la inversión no está deprimida porque el presidente Obama haya herido los sentimientos de los líderes empresariales o porque estos estén aterrorizados por la perspectiva del seguro médico universal.
Bueno, aquí no hay acertijo si las ganancias crecientes reflejan rentas, no dividendos sobre inversión. Un monopolista puede, después de todo, tener ganancias muy altas y, pese a esto, no ver razón en ampliar su capacidad productiva. Y Apple puede de nuevo ser un buen ejemplo: es altamente gananciosa, sin embargo tiene una gigantesca cantidad de efectivo ocioso que, evidentemente, no ve necesidad de reinvertir en el negocio.
O, para decirlo de otra manera, las rentas crecientes del monopolio pueden tener, y se podría argumentar que han tenido, el efecto de simultáneamente deprimir los salarios y el rédito percibido sobre la inversión.
Uno podría sospechar que esto no puede ser bueno para la economía en general, y estaría en lo cierto. Si el ingreso familiar, y por lo tanto el gasto familiar, se retiene debido a que los trabajadores reciben una porción cada vez más pequeña del ingreso nacional, mientras las corporaciones, pese a las ganancias crecientes, tienen poco incentivo para invertir, tenemos una receta para una demanda persistentemente deprimida. No pienso que este sea el único motivo por el que nuestra recuperación ha sido tan débil –las recuperaciones débiles son normales después de las crisis financieras– pero probablemente sí es un factor contribuyente.
Nada más para estar claros, nada de lo que he dicho aquí vuelve irrelevantes las lecciones de la historia. En particular, la desconexión creciente entre las ganancias y la producción no hace nada por debilitar el argumento a favor de la política monetaria y fiscal expansiva en el tanto en que la economía esté deprimida. Pero la economía está cambiando y en futuras columnas trataré de decir algo respecto a lo que eso significa para las políticas.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.