Los muchachos son generosos. tal vez por ser jóvenes. No son calculadores; no temen la desilusión, quizá porque aún no han sufrido ninguna. Están abiertos a la exploración.
Valoran el sentido de pertenencia y pocas cosas lo dan tanto como la participación en un esfuerzo común, más cuando este esfuerzo se percibe como una causa, como una misión.
Dar robustece la identidad. Hay que decidir desprenderse. Hay que disponerse al esfuerzo y algunas veces al sacrificio. Es reconocerse útil y parte de una relación con otro y otros, y, en algunos casos, como parte de una comunidad.
Las redes sociales reducen los costos de participar. Si hay que ir convocando de casa en casa, eso tiene un alto costo, lo mismo que si hay que ir a un lugar a dejar un donativo.
Pienso en la posibilidad de que unos jóvenes ayuden a otros en sus dificultades estudiantiles. No sé si lo harán, pero cuán viable sería que los mejores de la clase aclarasen dudas a quienes tienen más dificultades.
Pienso en la difusión de información útil sobre los temas que sean de interés general: deporte, diversión, comercio y oportunidades de empleo; o, mejor dicho, señalamiento de dónde son necesarias horas de competencias porque, a lo mejor, lo que se busca no es un empleo de ocho horas, sino un par de horas de cuido de niños o de ancianos, de cuido de una casa, de apoyo para una determinada tarea.
Cuando se critican las redes sociales, quizá hay justificación, pero no hay perspectiva. Por el momento son un juguete nuevo, el cual se utiliza en lo que a algunos primero se les ocurre; pero la novedad pasará y su uso se hará más selectivo. Está abierto entonces el espacio para desarrollar innovaciones sociales que mejoren el confort , la calidad de vida, la seguridad, la información, la diversión. Estos nuevos instrumentos todavía no nos han dejado pensar con sosiego en todo el bienestar que podrían hacer posible.