Hay expectativas razonables y expectativas desaforadas.
La naturaleza es bastante predecible. Hay una constancia en los fenómenos.
Gracias a esa predictibilidad es que podemos tener expectativas razonables.
La luna no va a ser de queso mañana ni pasado. Lo que llamamos experiencia es la noción de que existen esas regularidades.
Es ese repertorio de expectativas confirmadas que nos permiten transitar por aquí como si este fuera territorio conocido.
La experiencia es un acervo de rutinas que nos permite resolver problemas sin tener que planteárnoslos como si fueran nuevos.
Pero en el momento en que las expectativas comienzan a no confirmarse, todos hemos perdido la experiencia.
Si bien la naturaleza es predecible, los productos de la convivencia humana no lo son.
No hay experiencia sobre cómo librar una guerra contra el terrorismo. No hay experiencia sobre cómo lidiar con el complejo económico-militar-político del narcotráfico.
Apenas estamos acumulando experiencia con respecto a la altísima velocidad de las innovaciones tecnológicas.
No sabemos las transformaciones políticas a las que llevará la diseminación de información y la atomización de los medios de formación de opinión.
Antes había futurólogos. Nos decían en el 70 cómo sería el año 2000. Hoy deberíamos estar muy conscientes de que el 2021 será muy diferente a este presente que se transforma día a día.
Hacer futurología hace cincuenta años era un ejercicio consistente en explorar evoluciones que se insinuaban.
Hoy estamos en camino hacia un futuro que no es el resultado evolutivo del presente.
Estamos en una época de saltos cuantitativos y cualitativos. Un celular no es un teléfono pequeñito. Es comunicación permanente.
Una computadora no es una calculadora rápida. Es información infinita, ordenada, accesible. La Internet no es una gran biblioteca, es un ágora de 24/7.
Ser padre, educador, empresario o estadista en estos tiempos es fascinante y complejo.
Y demanda prácticas inéditas sobre cómo pensar en el futuro, sobre cuándo conectarse y cuándo conviene desconectarse y recurrir al viejo aliado, el pensamiento reflexivo.