Me gusta imaginar la capacidad de pensar, como una caja de herramientas. Pensamos más y mejor según sea el contenido de esa caja. Caja con algunas de cuyas herramientas venimos equipados desde nuestro nacimiento. Otras las vamos adquiriendo a través de la educación formal y muchas otras a través de la educación informal.
Veamos dos herramientas. Una es la conjunción porque. Sirve para varias cosas. En primer lugar es una vacuna contra la arbitrariedad. El arbitrario no cree tener que dar razón de sus decisiones, mientras que cuando se decide o se afirma algo y se agrega la conjunción porque, se está reconociendo el derecho de quienes escuchan a recibir una explicación.
Lo mismo es vacuna contra la ocurrencia. La ocurrencia es un proceso que se inicia sin pasos previos. De la nada surge una idea o un propósito y entonces no es posible explicar cómo es que se han gestado.
La actitud científica, la cual ha producido todo el saber formalizado, se rige por una etiqueta donde no caben ni la arbitrariedad ni la ocurrencia. Toda afirmación científica requiere de una explicación que sigue a la conjunción porque. El precio del brócoli sube si la ceniza daña los cultivos porque sobre una menor cantidad de producto competirán los mismos consumidores.
La otra herramienta útil es por qué. Cuando se habla desde una posición autoritaria, no se acepta el cuestionamiento. La capacidad de preguntar por qué aumenta la simetría, reduce la distancia entre quien habla y quien escucha. En el campo científico, la etiqueta obliga a recibir los cuestionamientos como cosa natural. Los colegas, los estudiantes, los colaboradores en regímenes participativos, siempre deberían preguntar por qué ante cualquier afirmación u orden.
Queda sin embargo un amplio y fértil territorio al cual no penetran ni el porque ni el por qué. Es el territorio del libre albedrío: la abnegación de los padres, la fidelidad de una pareja, la responsabilidad de los ciudadanos, la cordialidad de unos, la buena fe de otros, podrían no tener ni necesitar explicación. Es el territorio de lo que hacemos porque nos da la gana.