Mejoramos a pesar de no intentarlo. ¿Cuánto más podríamos mejorar si lo intentamos? No tenemos facultades ni capacidades limitadas, inertes. Todas son ampliables. Todas son vivas. Crecen. Se modifican a sí mismas ejercitándolas. No somos un mecanismo. Ni solo un organismo.
Soñemos con esperanza. No con arrogancia. Sueños teñidos de espíritu lúdico, que vengan de muy adentro, que fluyan con ingenuidad, sin limitaciones de la imaginación. Metas humildes. Que reconozcan nuestras limitaciones. Metas íntimas que las planteamos para nosotros y no para la gradería. Metas progresivas que se beneficien de lo que vamos logrando. Metas soñadoras que le quiten el techo a la caja en la que vivimos metidos.
LEA TAMBIÉN: Álvaro Cedeño: Señalar un piso
Los resultados dependen de nosotros y de las circunstancias. Sobre las acciones, ordenadas, plenas, disciplinadas tenemos más control. Esas, que tengan tonalidad de combate. Accionemos con fortaleza. Silenciosamente, no arengándonos de manera narcisista. Visualicemos el resultado final. Eso nos provee endorfinas. Nos ilusiona.
Festejemos los logros. Reconozcamos nuestros propios méritos. Esto también es humildad. ¿Por qué somos más generosos en el aliento que damos a otros, que en el que nos damos a nosotros mismos? ¿Por qué felicitamos al amigo que progresa y no hacemos lo mismo con nosotros? Hay que felicitarse. Hay que premiarse. Hay que cultivar con realismo el propio reconocimiento de que lo estamos haciendo bien.
No dejemos que la sensación de costo o dificultad nos impida ver el beneficio y no miremos el costo de todo el esfuerzo, sino el de cada paso. Cada paso nos eleva el listón. Y hace menos improbable el retroceso. Cada pequeño logro es una prueba de que pudimos. Cada paso facilita el siguiente. Cada paso tiene su costo y tiene su beneficio. Enfaticemos en el beneficio.
Una desconocida complejidad hace posibles los frutos no planeados. Un esfuerzo en un campo, nos trae frutos en otros. No se puede mejorar en lo físico sin que haya frutos en lo intelectual y en lo afectivo.
Que el número de intentos sin resultados no nos desacredite ante nosotros mismos. Eso conduce a la derrota. La derrota es dejar de intentar. Todo propósito es un diálogo entre nuestra enorme capacidad de desear y nuestra conocida dificultad para lograr. Así que todo propósito, es una apuesta de que prevalecerá lo uno sobre lo otro.