Hay al menos dos tipos de ansiedad. Una ansiedad refrescante, aventurera, como la que se siente cuando tenemos por delante algo placentero. Asociamos el evento con placer, no solo en la mente sino también en nuestro cerebro físico. Una resonancia magnética lo mostraría así. Otra ansiedad es depresiva, agobiante, como la que se experimenta cuando el evento que la convoca es desagradable, por ejemplo una cita con el dentista o el pendiente que debimos haber resuelto hace tiempo. Eso también, ocurre en la mente y físicamente en el cerebro.
El segundo tipo de ansiedad podría en algunos casos, ser transformado. Por ejemplo, se le puede poner ilusión a acometer un pendiente viejo. Eso es lo que hacemos cuando visualizamos la satisfacción que sabemos nos dará vernos libres de él.
Podríamos mirar la resolución de ese pendiente – o la visita al dentista- como si fueran un reto deportivo. A un reto deportivo no acudimos con el ánimo encogido sino que hemos aceptado que se puede ganar o perder, pero que le vamos a entrar con toda gana. Podríamos visualizar la posibilidad de superarnos a nosotros mismos y valorar la distancia que hay entre ni siquiera querer pensar en el asunto y cuando se está laboriosamente operando sobre él.
Otro forma de poner ilusión en esos asuntos que nos producen ansiedad agobiante es que al acometerlos, le estamos agregando experiencias a nuestro palmarés. Nuestro álbum de experiencias exitosas de sí mismo produce no solo satisfacción sino también energía.
Podemos prepararnos para la sesión difícil utilizando alguna técnica y con la esperanza de que funcione. De igual manera visualizar las actividades a realizar – pendiente, dentista, reunión- como una posibilidad de incrementar el desarrollo personal, también le quitará el aura de agobiante. Y darnos cuenta de que vamos a hacer lo que vamos a hacer en ejercicio de nuestra autonomía, es decir, porque nos da la gana, también convoca energías que en vez de oponerse a la acción, la convierten en placentera.