Me tomó tres días –tres largos, a menudo confusos, y frustrantes días– caer rendido ante el Apple Watch. Pero una vez que sucedió, fue definitivo.
Primero, pasé un día aprendiendo la interfaz inicialmente compleja del dispositivo. Luego otro determinando cómo podría adaptarlo mejor a mi vida. Y uno más decidiendo exactamente lo que el primer nuevo producto importante de Apple en cinco años está tratando de hacer, y lo que no.
Fue al cuarto día cuando empecé a apreciar las formas en las cuales la elegante computadora de $650 en mi muñeca era más que solo otra pantalla. Al notificarme de acontecimientos digitales tan pronto como sucedían, y permitirme actuar al respecto de manera instantánea, sin tener que buscar mi teléfono, el Watch se convirtió en algo así como una extensión natural de mi cuerpo; un enlace directo, en una forma que nunca había sentido antes, del mundo digital con mi cerebro. El efecto fue tan poderoso que las personas que previamente han comentado mi adicción por mi smartphone empezaron a notar un cambio en mi comportamiento; mi esposa me dijo que parecía que me estaba perdiendo en mi teléfono menos que en el pasado.
El Apple Watch está lejos de ser perfecto, y, con un precio inicial entre $350 y $17.000, no es barato. Aunque se ve bastante elegante, con una selección de correas de cuero y metálicas con estilo que representan un giro importante con respecto de la mayoría de los dispositivos que se llevan puestos, funciona como un dispositivo de primera generación, con las limitaciones y defectos que se esperarían de una tecnología nueva.
Lo que es más, a diferencia de anteriores productos Apple vanguardistas, el software del Watch requiere una curva de aprendizaje que pudiera disuadir a algunas personas. Hay una buena probabilidad de que no funcione perfectamente para la mayoría de los consumidores una vez fuera de la caja, porque es mejor después de manipular varias configuraciones de software para personalizar su uso. El Watch no es apto para los novatos en tecnología. Está diseñado para personas que se ven inundados por las notificaciones en sus teléfonos.
Sin embargo, aunque todavía no sea para todos, Apple está en camino de algo grande con el dispositivo. El Watch es bastante útil para probar que la fijación de la industria tecnológica con las computadoras que las personas pueden llevar puestas pronto podría rendir frutos. En esa forma, usar el Apple Watch durante una semana me recordó cuando usé el primer iPhone. El primer smartphone de Apple fue revolucionario no solo porque hacía lo que pocos otros teléfonos podían hacer, sino también porque demostraba las posibilidades de una computadora móvil conectada.
Conforme el iPhone y sus imitadores se volvieron más poderosos y ubicuos, la computadora móvil se volvió la base de una amplia gama de poderosas nuevas aplicaciones tecnológicas: mensajes instantáneos, compartir viajes en auto, pagos, entre otras.
Ingenio. La función más ingeniosa del Apple Watch es su taptic engine , que alerta a la persona de diferentes notificaciones digitales vibrando silenciosamente según uno de varios patrones.
Conforme se aprenden las vibraciones con el tiempo, uno empieza a registrar algunas de ellas casi inconscientemente: las llamadas telefónicas entrantes y las alarmas se sienten palpitantes e insistentes, un texto se siente como un suave masaje de un abejorro amistoso, y una próxima cita en la agenda es como el punteo persistente de un arpa. Después de unos cuantos días, empecé a recibir fragmentos de información del mundo digital sin tener que mirar a la pantalla; o, si tenía que mirar, echaba un vistazo por unos cuantos segundos.
Si esos sistemas de masaje corporal se generalizan más, los dispositivos para llevar puestos se pueden volver más que un mero accesorio llamativo del teléfono. El Apple Watch pudiera anunciar una transformación de las normas sociales tan profunda como las que vimos con su hermano, el smartphone ; excepto que, asombrosamente, al revés.
Por ahora, los sueños se ven entorpecidos por las duras realidades de un nuevo dispositivo. El Watch no es un iPhone en la muñeca. Tiene un conjunto diferente de mecanismos de interacción; está la corona digital, una perilla usada para recorrer y acercar, y una pantalla táctil que puede ser presionada más fuerte para tener acceso a opciones extra. No hay un teclado en pantalla, así que los mensajes salientes se limitan a un conjunto de respuestas predeterminadas, emojis y, cuando se habla con otros usuarios de Watch, mensajes que pueden ser dibujados o indicados con golpes.
Para encontrar el nirvana con el Watch la persona debe ajustar sus configuraciones de notificaciones en su teléfono para que su muñeca no esté zumbando constantemente con información que no tiene sentido en el Watch, como las actualizaciones de estado en Facebook. Las configuraciones de notificación de Apple son excesivamente laboriosas.
Otros problemas. Las aplicaciones de terceros son mayormente inútiles. Uber no cargó y la de Twitter es confusa; la de los hoteles Starwood se borró misteriosamente y luego se trabó al cargar cuando la reinstalé. Al final, sin embargo, me permitió abrir una habitación en el W Hotel en Manhattan con solo tocar la carátula del reloj ante la puerta.
También usé el Watch para pagar taxis en Nueva York y abarrotes en Whole Foods, y para presentar mi pase de abordar en el aeropuerto. Cuando estos encuentros funcionaron, fueron mágicos, como tener una llave secreta para abrir el mundo en mi propio brazo. Lo más emocionante sobre el Apple Watch, a diferencia de otros relojes inteligentes que probé, es la forma en que aporta al usuario una sensación general de poder. Si Google llevó toda la información digital del mundo a nuestras computadoras, y el iPhone la llevó a nosotros en todas partes, el Watch lleva el mundo digital directo a la piel. Lleva tiempo acostumbrarse, pero cuando hace clic, es un poder sin el cual uno no puede vivir.