En la lucha entre el capital y los trabajadores, el capital está ganando y eso está perjudicando la débil recuperación económica. Para simplificar un poco: los trabajadores (asalariados y consumidores) no pueden gastar; y el capital (empresas y accionistas) no quiere gastar. Sin una máquina de crecimiento, la economía avanza a trompicones.
Una forma de trazar la suerte del capital y los trabajadores es mostrar qué parte de los ingresos de la nación va a cada uno de ellos. La porción de los trabajadores puede calcularse simplemente. Cubre los jornales, salarios y beneficios de los trabajadores. El capital es más complicado. Abarca las ganancias de las corporaciones, los ingresos de las pequeñas empresas y sociedades profesionales, los alquileres de bienes inmuebles y el interés neto de los depósitos bancarios, los bonos y los préstamos.
Desde la Segunda Guerra Mundial, las porciones de los ingresos de los trabajadores y del capital han fluctuado dentro de una estrecha banda, informa el Consejo de Asesores Económicos (CEA, por sus siglas en inglés) de la Casa Blanca. La prosperidad reforzó a ambos grupos en proporción aproximadamente igual. En 1947, la porción de ingresos de los trabajadores, exceptuando la industria agraria, era del 65%; en el 2000, era del 63%. Todos nos beneficiamos cuando los trabajadores y el capital van a la par. Pero la porción de los trabajadores ha caído en la década pasada. En el 2013, fue del 57%. Eso implica una transferencia de unos $750.000 millones anuales de la mano de obra al capital.
Codicia desenfrenada, gritan los críticos. Las normas favorecen a los ricos. Es cierto, el viraje empeora la desigualdad económica, porque los ingresos del capital –dominados por las ganancias– están sesgados hacia los ricos. Pero la explicación no se limita a una simple historia de codicia descontrolada e influencia indebida.
En realidad, no hay una explicación universalmente aceptada. Lo que sabemos es que el viraje al capital se está produciendo en todo el mundo. En su estudio, la CEA examinó otros 22 países avanzados. En ese grupo, la porción de los trabajadores cayó de un 73% o en 1980, a un 65% en 2011. Esa tendencia se da en países más pobres, entre ellos, China, Turquía y México, informa Timothy Taylor, director del Journal of Economic Perspectives.
“Cuando una tendencia está presente en tantos países, parece probable que la causa también sea algo presente en todos los países”, escribe Taylor en su blog. “Buscar una ‘causa’ sobre la base de una política de republicanos o demócratas en Estados Unidos, casi con certeza implica no entender de qué se trata la cuestión. Lo mismo puede decirse de ... políticas más comunes en Europa, o en China”.
Entre las teorías más amplias, encontramos la globalización, las nuevas tecnologías y la debilidad de los sindicatos. Todas tienden a reducir los jornales mediante una competencia intensificada, la sustitución de individuos por máquinas y la pérdida del poder de negociación. Mientras tanto, las presiones del mercado financiero han crecido para que las empresas aumenten sus ganancias. Los trabajadores están siendo aplastados. No es “justo” dicen los críticos.
Es cierto. Pero el efecto más importante es menos visible: obstaculiza la recuperación. La porción de ingresos reducida de los trabajadores reduce el consumo. La economía se tambaleará si los receptores de los ingresos del capital no contrarrestan la debilidad con un aumento de gastos en edificios, equipos, investigaciones y nuevos productos. Lamentablemente, eso no parece estar ocurriendo.
Las corporaciones de Estados Unidos están utilizando sus ganancias frugalmente. Invierten principalmente en proyectos seguros. Entre 2007 (pico previo en el ciclo comercial) y 2012, las ganancias de las corporaciones del país subieron un 35%, mientras las inversiones en plantas y equipos se elevaron sólo un 2,6%. Las empresas norteamericanas han acumulado enormes reservas de efectivo, $1,8 billones a fines del 2012.
Una economía que funciona adecuadamente supone un proceso circular, por el cual los gastos de un individuo se convierten en los ingresos de otro, que después son, a su vez, gastados.
Hoy en día, existe una desconexión perjudicial entre la creciente porción del capital y sus gastos. Así es como la economía titubea.
Por supuesto, no es literalmente cierto que los trabajadores no pueden gastar y las empresas no desean hacerlo. En el 2012, el producto interno bruto (PIB) de Estados Unidos era $16,2 billones; de esa cifra, $11,1 billones representaron gastos de consumo en todo, desde automóviles hasta comida al paso. Pero si se ajusta a la inflación, el incremento en los gastos de consumo fue solo del 2,2%, una cifra que no fue suficiente para acelerar la recuperación. La economía parece atascada en un ciclo contraproducente: Los débiles gastos de consumo racionalizan gastos de inversión débiles; eso mantiene el crecimiento económico bajo y el desempleo alto, mientras mantiene una presión descendente en la porción de ingresos de los trabajadores.
Debemos romper ese ciclo. Es posible hacerlo. La reducción gradual del desempleo y los avances en el mercado de la vivienda podrían causar un crecimiento de la economía más veloz. Pero el mediocre informe de trabajo de agosto (solo 169.000 puestos agregados) acentuó la base para el escepticismo. Los gastos de consumo y las inversiones de las empresas representan alrededor del 80% de la economía. El resto es inversiones en viviendas, gastos de gobierno y exportaciones netas. Cada uno de estos rubros también tiene problemas. En la vivienda, los estándares para la obtención de hipotecas son más rigurosos. El Gobierno enfrenta un déficit presupuestario a largo plazo. Las exportaciones sufren por el lento crecimiento en el exterior.
Lo que favorecería el crecimiento sería una mayor euforia de los custodios del capital.
Los directores ejecutivos parecen contentos con sentarse sobre sus ganancias e invertir solo cuando las necesidades o las rentas son indisputables. El descuidado capital, que alimentó la crisis financiera, ha dado paso a un capital ultra-cauteloso, que está logrando que una economía deslucida alimente su propia falta de brillo.
ROBERT SAMUELSON inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además, fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.