Usted y la familia cambiaron la visión del negocio del café. ¿Qué les ha dejado eso?
Esto ha sido una experiencia muy gratificante, porque, digamos, usted sabe que hace algunos años la gente nada más se preocupaba de atender el cafetal, recolectar el café y llevárselo a un beneficio. Después del 2000, que se vino lo que llaman la revolución de los microbeneficios, se cambió la cultura un poco más, porque se abrió un mercado de cafés finos en el mundo, que era lo que hacía falta. Entonces, empezó a despertar el gusanillo de muchos agricultores que queríamos para nuestro café, no solo llevarlo a un beneficio, sino beneficiarlo nosotros mismos, para poder darle un valor agregado.
¿Cómo era la situación antes de ese cambio?
Cuando usted lo llevaba a los recibidores, la verdad que la situación económica no era la que uno realmente necesita para poder atender las fincas. De ahí que entonces a uno le mueve hacer otra cosa diferente.
Pero ahora toda su familia está con usted en esto...
Para mí es un orgullo muy grande que mis hijos hayan querido seguir lo que se inició desde mis bisabuelos. Al principio yo no quería eso para ellos, porque yo he pasado situaciones muy, muy críticas. Pero, cuando dimos el paso al microbeneficio nos enamoramos de esto. Sí sentíamos un amor por la agricultura del café, en ese momento, lo que se nos vino fue una pasión que no se puede explicar. Algo que lo lleva uno adentro en las venas.