El trotamundos tampoco encontró arraigo en la mayor de las islas, por lo que, una vez más, volvió a embarcarse, ahora acompañado de un amigo. El vapor lo trajo hasta puerto Limón, donde bajó a tierra firme, mas no así el compañero, quien al ver las pocas casas que había, decidió continuar su viaje.
Amos entró en la agricultura, suscribió un contrato de arrendamiento de tierras con la compañía bananera y, con el pago de ¢1 anual, se hizo de 20 hectáreas que sembró de cacao.
Esa propiedad, localizada en Santa Rosa de Limón, luego se la heredó a su hijo Neville, quien la ha cultivado 73 de los 78 años en la actividad.
“Nos pagaban a ¢0,35 la libra de cacao y con eso todo el mundo vivía de manera cómoda, hasta que llegó la monilia en los años 70 y nos arruinó a todos”, expresa el agricultor.
Ahora, esa finca llegó a manos de la tercera generación: a George Grant, el nieto de Amos, quien después de haber estudiado Publicidad, Administración de Empresas y Mercadeo, decidió dejar el mundo de las gerencias, en San José, y regresar, 24 años después, a las raíces para rescatar la tradición cacaotera.
George es hoy uno de los productores destacado por su constante experimentación e innovación en la industria del cacao y es líder de la reactivación.