Parece que los líderes republicanos se están armando de valor para otra ronda de intento de chantaje fiscal. Con el inminente fin de año fiscal, no están ofreciendo los tipos de compromisos que podrían producir un acuerdo y evitarían la paralización del Gobierno; en vez de eso, están redactando legislación extremista –leyes que, para citar un ejemplo, recortarían las subvenciones para agua limpia en el 83%– que no tiene posibilidad de convertirse en ley. Lo que es más, están amenazando con bloquear cualquier alza en el techo de la deuda, una jugada que dañaría la economía de Estados Unidos y que provocaría una crisis financiera mundial.
Sin embargo, aunque los republicanos parezcan dispuestos a emprender la ofensiva, hay un palpable sentimiento de ansiedad, incluso de desesperación, entre los expertos y analistas conservadores. Gente mejor informada, entre los de derecha, parece que finalmente encara una espantosa verdad: la reforma en la atención médica, el logro político distintivo del presidente Obama, probablemente va a funcionar.
Y la buena noticia respecto a la llamada Obamacare es, argumentaría, lo que está empujando el intensificado extremismo del Partido Republicano. Una reforma exitosa en el campo de la salud no sería una victoria para un presidente que los conservadores aborrecen, sería una demostración de la falsedad de la ideología de la derecha.
Para ponernos en perspectiva porque debido a las condenaciones uno nunca lo sabría, ya que prominentes republicanos de manera rutinaria comparan Obamacare con la esclavitud, la Ley de atención médica asequible se basa en tres ideas sencillas. Primera: todos los estadounidenses deben tener acceso a un seguro razonable, aunque tengan problemas médicos preexistentes. Segunda: se debe inducir o exigir a la gente que compre seguro, aunque en el momento esté saludable, de modo que el riesgo mancomunado se mantenga razonablemente favorable. Tercera: para evitar que el seguro por mandato sea demasiado oneroso, debe haber subsidios que mantengan bajas las primas como porción del ingreso.
¿Es factible un sistema de esta naturaleza? Durante un tiempo, los republicanos se convencieron de que estaba condenado al fracaso y que iban a sacar réditos políticos al inevitable desastre. Pero un sistema ajustado a estos lineamientos ha estado funcionando en Massachusetts desde el 2006, cuando fue puesto en vigencia por un gobernador republicano. Y no se ha presentado ningún desastre.
El asunto estriba en si el exitoso programa de Massachusetts se puede repetir en otros estados, en especial los de gran tamaño como California y Nueva York que tienen grandes números de residentes que carecen de seguro. La respuesta a esta interrogante depende, en primer lugar, de si las compañías de seguros están dispuestas a ofrecer cobertura a tasas razonables. Y la respuesta, hasta el momento, es un claro sí. En California, las aseguradoras presentaron ofertas más bajas de lo que se esperaba; en Nueva York, las primas se van a reducir a aproximadamente la mitad.
Entonces, ¿estamos ante un caso de algo por nada, en el que nadie sale perdiendo? No. En estados como California, que han permitido discriminación fundamentada en el estado de salud, un pequeño número de residentes jóvenes, sanos y pudientes verán un aumento en las primas que pagan. En Nueva York, personas que no creen necesitar seguro y que son demasiado ricas como para recibir subsidios sentirán que se están aprovechando de ellas al obligarlas a comprar pólizas. En lo principal esos subsidios de seguros costarán dinero y ese dinero, en una importante medida, se obtendrá mediante impuestos más altos al 1% privilegiado.
Entonces la reforma en salud ayudará a millones de estadounidenses que con anterioridad estaban demasiado enfermos o eran demasiado pobres como para obtener la cobertura que necesitaban, al tiempo que ofrecerá consuelo a millones que en la actualidad tienen seguro pero que temían perderlo; proveerá estos beneficios a costa de otro número mucho más pequeño de estadounidenses, la mayoría de los cuales está muy bien en lo económico. Es, si uno lo prefiere, un plan para consolar a los afligidos mientras que –muy levemente– aflige a los acomodados.
Así las cosas, ¿en realidad nos llevarán los republicanos hasta el borde del abismo? Si lo hacen, será de crucial importancia comprender el motivo por el que harían tal cosa, cuando sus propios líderes han admitido que los enfrentamientos por el presupuesto inflingen daño considerable a la economía. No será porque temen al déficit presupuestario, que está disminuyendo rápidamente. Tampoco será porque sinceramente crean que los recortes en los gastos produzcan prosperidad.
No, los republicanos puede que estén dispuestos a arriesgar una crisis económica y financiera solo para negar asistencia médica esencial y seguridad financiera a millones de sus compatriotas estadounidenses.
¡Demos un aplauso a su noble causa!
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.