Cuando escucho las discusiones actuales sobre el presupuesto federal, el mensaje que oigo es algo como esto: ¡Estamos en crisis! ¡Tenemos que tomar medidas drásticas de inmediato! ¡Y tenemos que mantener bajos los impuestos o, mejor aún, rebajarlos más!
Uno se tiene que preguntar: Si las cosas son tan serias, ¿no debíamos estar subiendo los impuestos en vez de rebajarlos?
Mi descripción del debate del presupuesto no constituye exageración alguna. Veamos la propuesta de presupuesto de Ryan, que toda la Gente Muy Seria nos aseguró era valiente e importante. Esa propuesta empieza por advertirnos que “una gran crisis por deuda es inevitable”, a no ser que enfrentemos el déficit. Después no pide aumentos de impuestos sino recortes de tributos, al punto que los impuestos para los ricos caen a su nivel más bajo desde 1931.
Y debido a esos grandes recortes de impuestos, la única forma en que la propuesta de Ryan siquiera se pueda afirmar que reduce el déficit es por medio de furibundos recortes en el gasto, que perjudican principalmente a los pobres y a los vulnerables. (Una valoración realista sugiere que la propuesta en realidad aumentaría el déficit).
La propuesta del presidente Obama es mucho mejor. Por lo menos pide aumentar los impuestos sobre ingresos altos a los niveles de la era Clinton. Pero conserva el resto de las reducciones de impuestos de Bush, que originalmente se promocionaron como una forma de deshacerse de grandes excedentes presupuestarios. Y, como resultado, todavía depende altamente de recortes de gastos, aunque se queda corta a en verdad equilibrar el presupuesto.
Entonces, ¿por qué no ofrece alguien una propuesta que refleje la realidad de que los recortes de impuestos de Bush fueron un gravísimo error y sugiere que el ingreso más alto tenga un papel determinante en la reducción del déficit? En verdad, alguien lo está haciendo y me referiré a eso en un momento. Primero, sin embargo, hablemos del estado presente de los impuestos estadounidenses.
Por el tono de buena parte de la discusión sobre el presupuesto, uno podría pensar que gemíamos bajo el peso de niveles de tributación sin precedentes. La realidad es que las tasas efectivas de impuestos federales a todo nivel de ingreso han bajado significativamente durante los últimos 30 años, en especial en la parte superior. Y, por encima de todo, los impuestos estadounidenses son mucho más bajos como porcentaje del ingreso nacional que los de la mayoría de otras naciones ricas.
El punto es que no tenemos impuestos tan altos, ni de acuerdo con los estándares históricos ni por comparación con otras naciones. Por eso, si uno está verdaderamente horrorizado por el déficit presupuestario, ¿por qué no ofrece aumentos de impuestos como parte de la solución?
¡Espere un momento! Hay más. El eje de la propuesta de Ryan es un plan para privatizar y desfinanciar Medicare. Sin embargo, esto no haría nada en cuanto a reducir el déficit durante los próximos diez años, lo que constituye el motivo por el que toda reducción a corto plazo del déficit procede de brutales recortes en ayuda a los necesitados y de disminuciones no especificadas en el gasto discrecional. Los aumentos en impuestos, como contraste, pueden ser remedios de rápida acción para los números en rojo.
Y ese es el motivo por el que la única propuesta presupuestaria importante que ofrece una vía plausible para equilibrar el presupuesto es la que incluye significativos aumentos de impuestos: el “Presupuesto del pueblo” del bloque progresista del Congreso que – a diferencia del plan Ryan, que era solamente ortodoxia derechista con una dosis adicional de pensamiento mágico– es genuinamente alentadora porque pide un sacrificio compartido.
Cierto, aumenta el ingreso en parte mediante la imposición de impuestos sustancialmente más altos a los ricos, algo que –con muy pocas excepciones– es popular en todos los ámbitos. Pero también pide un alza en el tope del Seguro Social, lo que aumenta significativamente los impuestos a alrededor del 6% de los trabajadores. Y, al rescindir muchas de las reducciones de impuestos de Bush, no solo las que afectan a los ingresos más altos, aumentaría los impuestos de manera modesta incluso para las familias de ingresos medios.
Todo esto, combinado con recortes de gastos centrados mayoritariamente en defensa, está proyectado para producir un presupuesto equilibrado para el 2021. Y la nueva propuesta lo logra sin desmantelar el legado del Nuevo Trato, que nos dio el Seguro Social, y de la Gran Sociedad, que nos dio Medicare y Medicaid.
Pero, si la propuesta progresiva tiene todas estas virtudes, ¿por qué no recibe nada que se parezca al despliegue de atención acordado a la mucho menos seria propuesta Ryan? Es cierto que no tiene posibilidad de convertirse en ley muy pronto, pero eso es igual de cierto para la propuesta Ryan.
La respuesta, me duele decir, es la insinceridad de muchos, sino de la mayoría, de los autoproclamados halcones del déficit. En la medida en que del todo se preocupan por el déficit, toma un segundo plano detrás de su deseo de hacer precisamente lo que el “Presupuesto del pueblo” evita: desgarrar el actual contrato social, un retroceso de 80 años con la excusa de la necesidad. No quieren que les digan que un giro tan radical a la derecha no es, de hecho, necesario.
Pero, no lo es, como muestra la propuesta progresiva de presupuesto. Sí necesitamos reducir el presupuesto, aunque no estemos enfrentando una crisis inmediata. Cómo vamos a parar la marea de tinta roja, sin embargo, es una cosa de opción y, al hacer del alza de impuestos parte de la solución, podemos evitar el ataque despiadado contra los pobres y el socavar la seguridad de la clase media.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.