Si usted es uno de los estadounidenses que anda con la suerte de capa caída, Mitt Romney tiene un mensaje para usted: él no siente su dolor.
A principios de la semana pasada, Romney dijo a un sorprendido entrevistador de CNN: “No me preocupan los muy pobres. Ahí tenemos una red de seguridad”.
Enfrentado a las críticas, el candidato ha afirmado que no quiso decir lo que pareció que decía y que sus palabras se tomaron fuera de contexto, pero él claramente sí quería decir lo que dijo, y, cuanto más contexto se le da a su declaración, tanto peor se vuelve.
En primer lugar, hace apenas unos días, Romney negaba que los mismísimos programas que, dice ahora, velan por los pobres en realidad ofreciesen alguna clase de ayuda significativa.
El 22 de enero afirmó que los programas de red de seguridad –sí, utilizó ese término– tienen “gastos generales masivos”, y que, debido al costo de una descomunal burocracia, “en efecto, les llega muy poquito dinero del que en realidad necesitan, a los que requieren ayuda, a los que no pueden sostenerse”.
Esta afirmación, igual que buena parte de lo que Romney dice, era completamente falsa: los programas estadounidenses para combatir la pobreza no tienen nada que constituya una gran burocracia o altos gastos generales como, digamos, las compañías de seguros médicos privadas.
Como ha documentado el Centro sobre Presupuesto y Políticas Prioritarias, entre el 90% y el 99% de los dólares asignados a los programas de red de seguridad sí llegan, en efecto, a los beneficiarios.
Pero, dejando al lado lo insincero de su afirmación inicial, ¿cómo puede un candidato manifestar que los programas de red de seguridad no hagan ningún bien y declarar, solamente 10 días después, que tales programas cuidan tan bien de los pobres que por eso él no tiene preocupación por el bienestar de los desposeídos?
También, dada esta tremenda mentira con respecto a la forma en que los programas de red de seguridad en verdad funcionan, ¿cuál grado de credibilidad tiene la afirmación de Romney, después de expresar su falta de preocupación por los pobres, con respecto a que, si la red de seguridad necesita reparaciones, “la voy a arreglar”?
Ajustes. Ahora bien, la verdad es que la red de seguridad sí necesita reparaciones. Da mucha ayuda a los pobres, pero no la suficiente.
Medicaid, por ejemplo, da atención médica esencial a millones de ciudadanos desafortunados, a niños en particular, pero muchas personas todavía caen por las aberturas: entre los estadounidenses de ingresos inferiores que $25.000, más de una cuarta parte (28,7%) no tienen ningún tipo de seguro médico; y, no, no pueden compensar esa falta de cobertura asistiendo a las salas de emergencia.
De igual forma, los programas de ayuda alimentaria ayudan, pero uno de cada seis estadounidenses que viven por debajo de la línea de pobreza sufre de “baja seguridad alimentaria”.
Eso se define oficialmente como algo que contempla situaciones en las que “la ingestión de alimentos se reducía a veces durante el año porque (los hogares) tenían insuficiente dinero u otros recursos para alimentos”'; es decir, hambre.
Por eso necesitamos fortalecer nuestra red de seguridad. Romney, sin embargo, más bien quiere debilitar la red de seguridad.
El candidato ha endosado el plan del representante Paul Ryan para recortes drásticos en el gasto federal, en los que dos tercios de los recortes en gastos propuestos son a expensas de los estadounidenses de bajos recursos.
El tanto en que Romney ha diferenciado su posición de la del plan de Ryan es en cuanto a reducciones aún más drásticas para los pobres; su propuesta en cuanto a Medicaid parece involucrar una reducción del 40% en financiamiento, por comparación con la ley actual.
Por eso la posición parece ser que no debemos preocuparnos por los pobres gracias a programas que, él insiste falsamente, en realidad no ayudan a los necesitados y que él planea, de todas maneras, destruir.
Sin embargo, le creo a Romney cuando dice que a él no le preocupan los pobres. Lo que no creo es su afirmación de que de igual forma no le preocupan los ricos, quienes “están bien”. Después de todo, si eso es lo que realmente piensa, ¿por qué quiere bañarlos en dinero?
Hablamos de una gran cantidad de dinero. Según el independiente Centro de Política Tributaria, el plan de impuestos de Romney en realidad elevaría los impuestos sobre muchos estadounidenses de bajos ingresos, al tiempo que recortaría marcadamente los impuestos a la gente de la parte alta.
Más del 80% de las reducciones de impuestos serían para personas que ganan más de $200.000 al año, casi la mitad de los que ganan más de $1 millón al año, con lo que el miembro promedio del club de los más de un millón recibirá una exención tributaria de $145.000.
Esas grandes exenciones tributarias crearían un gran agujero presupuestario, que aumentaría el déficit en $180.000 millones al año y que haría necesarios los draconianos recortes en los programas de red de seguridad.
Esto nos lleva de vuelta a la falta de preocupación de Romney. Uno puede decir esto del que fue gobernador de Massachusetts y ejecutivo de Bain Capital: Está abriendo nuevas fronteras en la política estadounidense.
Incluso los políticos conservadores solían encontrar necesario el pretender que los pobres les importaban. ¿Recuerdan el “conservadurismo compasivo”? Romney, sin embargo, se ha deshecho de tal fingimiento.
A este paso, puede que pronto tengamos políticos que admitan lo que ha sido obvio en todo este tiempo: que tampoco les preocupa la clase media, que no los desvelan las vidas de los estadounidenses ordinarios, que nunca lo han hecho.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.