Esta fue la figura que usó ayer la ministra de Comercio Exterior, Anabel González, cuando comparó el cierre de la negociación comercial con el aterrizaje turbulento de un Airbus A 380 pilotado por muchas manos y con mucha carga política y económica.
Las “turbulencias” activaron incluso los mecanismos de emergencia, incluidas las “mascarillas de oxígeno” en los momentos más críticos, como las madrugadas del domingo y lunes, cuando se mezclaban las diferencias entre centroamericanos y la presión por la necesidad de cerrar pronto.
González recurrió ayer a la metáfora del aterrizaje para ilustrar la complejidad de la negociación, pero, en realidad, todo el vuelo fue difícil, tal como lo pronosticó el entonces presidente Óscar Arias, cuando advirtió que los europeos son negociantes más difíciles que los estadounidenses.
En el Istmo, los negociadores recuerdan el polémico inicio del proceso, cuando Nicaragua quería colocar como vocero de toda Centroamérica a Norman Caldera, entonces recién salido del puesto de canciller en Managua. Una tensa cumbre centroamericana en San José puso fin a esa idea y acordó “vocerías rotativas”.
En uno de los turnos que le correspondía a Honduras, cuando la negociación entraba a sus rondas finales, sobrevino el golpe de Estado, a finales de junio del 2009. El proceso se varó porque la UE siempre pidió negociar “con todos o con ninguno”, pero también exigía que los Gobiernos fueran democráticos.
Tras la prolongación del conflicto en Tegucigalpa, la UE habló de avanzar sin Honduras, pero el ambiente político en el Istmo no daba para sentar a los demás en una mesa y actuar como un bloque. “El proceso fue político, pero sobre todo politizado”, rememoró ayer aquí el jefe negociador, Roberto Echandi, ante líderes empresariales.
El diálogo se reactivó este año por presión de los empresarios interesados en los beneficios comerciales, pero también por España, que presidió de manera temporal la UE y quería exhibirse como interlocutor con sus excolonias. Otros países europeos han estado más preocupados por apuros económicos propios de la Unión Europea (EU).
Así empezaron las negociaciones contrarreloj en las últimas semanas, aumentando su intensidad hasta que llegaron los días previos a la cita de hoy. Era tomar el Acuerdo o dejarlo, pero persistieron las diferencias políticas, las divergencias de intereses y la multiplicidad de voces.
Incluso, en una de estas madrugas hubo preocupación por la posibilidad de que uno de los países con menos exportaciones se retirara, pese a que sus inquietudes sobre asuntos como migración ya estaban incluidas. Hasta las coyunturas políticas internas de cada país tenían impacto en horas cruciales.
Fue necesaria una “mascarilla de oxígeno” para mantener respirando el proceso y para relajar también intereses de grandes empresas. El tema del banano seguía abierto y grandes empresas trasnacionales querían aprovechar para sacar partido, incluso con influencia desde casas presidenciales.
Al final, a la 1 a. m. de Madrid (5 p. m. del lunes de Costa Rica) todo se superó o se toleró. La cita de hoy estaba próxima y nadie quería aguar la fiesta. El acuerdo se cerró , de manera preliminar, con la promesa de publicarlo por la mañana. La ansiedad de los empresarios no ayudó, la noticia se soltó de a poco y se confirmó en la madrugada. El avión tocó tierra.