El sentimiento es agridulce, ambivalente. Nostalgia del paraíso perdido que todos hemos dejado atrás. Gozo por los que siguen aquí, por el tiempo presente, por los afectos nuevos, renovados o enriquecidos, por las creencias e ideas frescas' Y esperanza, porque siempre hay adelante una tierra prometida cuya visión nos alienta en el camino.
Vivimos en tres dimensiones: espacio, tiempo y conciencia. La huella de lo vivido queda en la conciencia como recuerdo. A veces en el espacio, como cuando construimos o destruimos. Nunca en el tiempo. El paso del tiempo no nos aleja de los eventos, como pensamos. Tan lejano en el tiempo está lo que ocurrió hace una hora, como lo que ocurrió hace un siglo.
Está en la naturaleza del tiempo que tengamos que pasar, dejar, no realizar. Y nuestro juicio maduro nos dice que el tiempo venidero también traerá separaciones, pérdidas y anhelos no realizados. Vivir es escoger y aun si nuestras esperanzas se realizan sabemos que, al optar por cada una, dejamos otras sin realizar. Que el paso que damos en una dirección no podemos darlo en las otras posibles.
¿Cómo consolarnos de la fragilidad de la huella que vamos dejando? ¿A qué asirnos para conjurar este asomo de náusea que nos deja el paso del tiempo? A la convicción de que de lo que se trata es de vivir con plenitud de conciencia, la única vida que habremos de vivir, a pesar de las múltiples versiones posibles. Y a someter a cada acción a una prueba de coherencia formada por preguntas fundamentales. ¿Nos llevará esto en la dirección que queremos ir? ¿Este paso, si fuera dado por muchos, haría al mundo mejor? ¿Hacer esto nos acerca a ser como querríamos ser? ¿Querríamos que este paso quedara en nuestra historia? ¿Nos acerca este paso a nuestro sueño realizable?