“Ofrecemos servicios domésticos para personas físicas y jurídicas por horas o jornadas”, se lee en el material publicitario de Cooplin.
Martha Castro, de 62 años, exmiscelánea del Banco Nacional, es la fundadora de esta iniciativa, que surge en 1997. Se trata de una cooperativa de autogestión.
“Aquí los dueños somos los trabajadores” explica doña Martha, gerente de Cooplin.
La cooperativa emplea a un total de 140 mujeres en todo el país. La mayoría de ellas sobrepasa los 40 años de edad y, por no tener estudios, sus opciones de trabajo son limitadas.
Afuera de la oficina de la gerente espera una postulante de Puntarenas. “Me dijeron que aquí no importa que tenga 54 años”, dijo.
Cooplin asocia en el modelo de cooperativa de autogestión a 60 mujeres y contrata a unas 80 más. Las socias aportan un capital de ¢2.000 al mes, son dueñas de la empresa, reciben un salario, cotizan a la Caja y podrán pensionarse.
“Yo me decidí por hacer Cooplin porque a una compañera la despidieron por faltar al trabajo. A ella le habían violado a su hija y andaba haciendo vueltas. En Cooplin no hacemos eso”, dijo doña Martha.
Según datos del censo cooperativo, hay 90 cooperativas de autogestión, que representan el 16% del total. El Instituto de Fomento Cooperativo (Infocoop) describe este tipo de proyectos como una fuente viva de generación de empleo.
Según Francisco Monge, de la Fundación Escuela Andaluza de Economía Social, este tipo de empresas también llegan a alcanzar donde el desarrollo empresarial tradicional no genera inversión.
Cooplin, que está compitiendo por obtener el certificado de calidad ISO 9001, opera desde Cuatro Reinas de Tibás.
Allí, en una pared se despliega un amplio mapa del país, en el cual están marcados 110 puntos, que representan los contratos con clínicas, oficinas bancarias y cooperativas de ahorro y crédito, a donde se dirigen los paquetes negros de donde sobresalen palos de escobas.
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