El regreso a la línea de cuatro que hasta la fecha ha marcado el interinazgo de Paulo César Wanchope en la Selección Nacional tuvo ayer un gris resultado.
Si bien la Tricolor aprovechó ese hombre de más arriba con un fútbol más ofensivo y de mayor propuesta que en el pasado, la zaga costarricense vivió ante Omán una de sus noches más desatinadas en muchísimo tiempo.
Diametralmente opuesta a aquella doctrina de Jorge Luis Pinto que anteponía el orden defensivo por encima de todo lo demás, la Sele vio en el conjunto omaní la oportunidad de apostarle al ataque, un riesgo que se suponía calculado, pero que acabó por traer el recuerdo de tantos y tantos episodios de sufrimiento.
El empate 1-1 producto de un furtivo contragolpe de Omán resumió bien esa consigna tricolor por hacerse sentir arriba a toda costa, con un equipo que se aglomeró ufano en la parcela rival para un tiro de esquina, pero se olvidó de atender a los detalles suficientes para evitar ese sorpresivo gol.
En ese pecado claramente también pesaron las ausencias de aquella figuras que ayudaron a proyectar el cerrojo de Pinto: empezando por Keylor Navas en la portería y pasando por Giancarlo González en la defensa, hoy el mejor central en el repertorio tico.
Aunque Cristhian Gamboa, Óscar Duarte, Roy Miller y Junior Díaz estuvieron todos en Brasil, solo el hombre del Maguncia alemán pasó el examen con buena nota en esa línea baja; los demás se dejaron llevar por una noche cargada de desaciertos.
No estuvo fino Gamboa en ninguna de las dos facetas de su función de carrilero, ni tampoco lograron entenderse Duarte y Miller como los últimos gendarmes del arco de Esteban Alvarado.
Incluso, Yeltsin Tejeda quedó debiendo, ese lustroso candado al que ayer por ejemplo lo hicieron verse mal sus bríos en esa primera celebración omaní.
Ese fue el gran lunar en Omán: los problemas (ojalá temporales) en una labor ya aprendida.