Londres. AFP. Un pensionado lee el diario en su tumbona, los niños juegan en el césped y una familia hace una barbacoa, mientras suena el incesante ruido de los coches en la carretera: es el camping de Eton Manor, en pleno Londres.
“Hace algunos años, si alguien me decía que acamparía en Londres le habría tomado por un loco”, dice John Dixon, de 43 años, que normalmente vive en el sur.
Nixon forma parte de la corte de 70.000 voluntarios inscritos en los Juegos Olímpicos.
Como él, muchos montaron sus tiendas de campaña ahí, a tres estaciones de metro del Parque Olímpico, para evitar los hoteles, cuyos precios se han disparado.
A diez libras la noche por persona, hospedarse en el camping es una fórmula que seduce si el confort no ocupa un lugar primordial en las preferencias del visitante.
En este recinto temporal, instalado en un club de rugby local durante los Juegos , no hay agua caliente en las duchas.
El bar del club sirve como sala común, donde se sirve cerveza mientras la gente observa a los atletas por la televisión, “desayunos completos” o patatas rellenas.
Justo afuera, en los grandes fregaderos comunes, los cientos de campistas, en chanclas y pantalones cortos, llenan sus botellas con agua y lavan los platos.
“Aquí todo está cerca de Stratford, no es caro y hay un ambiente increíble, formamos una pequeña comunidad”, resume John Dixon.
Unas 300 tiendas se alinean en el césped, entre los postes de rugby y la bandera del Reino Unido. En estos tiempos de austeridad, el camping también atrae a familias británicas que buscan alojamiento.
“En los hoteles, los precios de salida están en 200 libras”, manifestó Dave Earl, quien fue a Londres con su familia.
De la decena de campings temporales en sus alrededores durante los Juegos, 4.000 campistas se mezclan con gran cantidad de turistas.
“Hay gente que viene en taxi de Dinamarca, también hay sudafricanos, gente de casi toda Europa, australianos, brasileños, de todo el mundo”, confirma el responsable de Eton Manor, Paul Saunders.
Patrick Chalmel, un jubilado francés de Calvados (oeste), llegó a Londres con su bicicleta para vivir la atmósfera de los Juegos. “Veo peor los Juegos aquí que cuando los veo por televisión”, comenta.
“Pero mejor no hablo del ambiente. La gente se pone a llorar y a beber”, agrega, en referencia a las victorias de los ingleses.
“También hay algunos inconvenientes, pero en una capital como esta no hay lugares tranquilos”, finalizó Chalmel.