El batallar con olas de hasta 15 metros de altura, lo que asemeja a un edificio de cuatro pisos, es solo una de las facetas del chileno Ramón Navarro, considerado por muchos el mejor surfista de ola grande de Latinoamérica.
Con su documental El Hijo del Pescador y el libro del mismo nombre, Navarro inició una campaña para comprar parte de la región de Punta Lobos en Chile, mediante la fundación Lobos por Siempre, y así evitar su venta.
El suramericano visitó Costa Rica y habló con La Nación de lo que es surfear olas de gran tamaño y sobre su legado a las nuevas generaciones.
"Aprendí a surfear en Punta Lobo, de allí son mi abuelo y mi padre que se dedicaron a la pesca. Yo seguí sus pasos, pero con el tiempo me sedujo el surfing. En aquellos días era un pueblo lejano, donde no habían muchas comodidades, pero tenía las condiciones necesarias para surfear", recordó Ramón.
"En Chile gané un torneo de surf que me permitió viajar a California, Estados Unidos. Allí trabajé varios meses en construcción, ahorrando dinero para cumplir mi objetivo de irme a Hawái, la meca de surfing y convertirme en profesional".
Siempre hay temor. Las cosas no fueron sencillas para Ramón, pero en Hawái pulió los secretos que le escondía el mar y entrenó fuerte, se disciplinó y aprendió que para correr olas gigantes no solo se debe tener mucho valor, sino también respeto.
"Es difícil explicar con palabras lo que es surfear olas grandes. Hay que prepararse mental y físicamente, no se puede entrar en pánico cuando se te vienen encima toneladas de agua, se debe tener mente fría. En mi caso es como un sexto sentido, me paro en la tabla y dejo que funcione un piloto automático hasta después que termino. Es pura adrenalina que pasa por las venas", explicó el chileno.
"Claro que hay temor cuando uno se expone a esas olas. Debes conocer tus límites porque hay amigos que han perdido la vida. Cuando te caes o pierdes el control, se debe mantener la calma, al estar sumergido debes tranquilizarte, esperar que pasen las olas, esos 30 y 40 segundos se hacen eternos, pero es básico no desesperarse en esos momentos".
El chileno contó que para correr este tipo de oleaje se necesita un traje especial, una tabla más grande que asemeja a las de lombord y chalecos especiales que protegen de los impactos y los golpes. También, dependiendo del surfista, hay otros que tienen oxígeno con el fin que puedan salir lo más rápidamente a flote, cuando quedan sumergidos.
"No puedo decir que soy el mejor surfista latinoamericano de ola grande, pero sí me siento orgulloso de mis logros como ser el primer surfista profesional de Chile y ser quinto en el torneo 'Eddy Aikau' en Hawái, que es por invitación y donde mi mejor posición es el quinto lugar y gané el premio a la ola más grande que era de 12 metros", confesó Navarro.
"El surfing es una forma de vida, siempre y cuando te cuides y entrenes. Así lo ven las nuevas generaciones y se ve reflejado en costarricenses como Gilbert (Brown), Carlos (Muñoz), Noe Mar (McGonagle), quienes son grandes exponentes de este deporte no solo en Costa Rica, sino en nuestra región, sus familias comprendieron que se puede vivir de esta disciplina".
Legado. Sin embargo, más allá del surf, Ramón tiene claro que el mayor legado que puede dejar en el deporte es la Fundación 'Lobos por Siempre', que precisamente compró parte de Punta Lobos en un millón dólares para donarlo y preservar su belleza natural.
"En Chile muchas playas son privadas y Punta Lobos iba por ese camino, la querían privatizar y construir condominios. Ya no iba a dejar que las personas surfearan y que los pescadores salieran a ganarse el sustento para su familia", puntualizó Ramón.
"Fue por eso que emprendimos la campaña para comprar el terreno hace 15 años, no fue sencillo, fueron muchas reuniones, pero este año lo logramos con la ayuda de organizaciones que creyeron en nuestro proyecto, en preservar lo que es nuestro, lo que nos pertenece y también para que sirva de ejemplo en otros países".
Seguidor de la Selección Chilena que ganó la Copa América, admirador del portero del Barcelona Claudio Bravo, Ramón, de 36 años, vive allí donde creció, en Punta Lobosl. Desde ese lugar le enseña los secretos del mar a su hijo Inty de 5 años, comparte con su esposa Paloma Balmacenda y disfruta aún de salir a pescar con su padre.